Una moza donosa se empapa de ternura. Alborota a un viejo boyero. Hace bailar el vértigo de un gaucho matrero. Ahora, un corazón teje un canto de urgente pasión, dolor, angustia, soledad, violencia. Enfrenta al destino. La muerte viaja en una marcha. Ahora, una sirena se viste de agua, ternura, seducción. Los miedos de un cadáver penden de una horca. Un duende siembra sus bellaquerías pesadillescas. Ahora, acentos de guerra deambulan en contrastes anímicos. Incertidumbre. Mordacidad. Desolación. Violencia precipitada. Todo eso se respira en las manos de un corazón de 20 años que han echado a volar las almas de Ginastera (Danzas argentinas Op. 2), Chopin (Sonata N° 2), Ravel (Gaspard de la Nuit) y Prokofiev (Sonata N° 7) en el Wigmore Hall, de Londres. Casi una década ha transcurrido de este notable recital de Horacio Lavandera (1984). Dominio del teclado, expresividad, vigor, sutileza, coronan el talento de este duende del piano.