Es conocido que Paul Groussac (1848-1929) vivió y enseñó en Tucumán entre 1871 y 1883. Es decir, conservaba muchos recuerdos de nuestra ciudad y de su gente. En 1895, ya radicado desde largos años atrás en Buenos Aires, escribió, con el seudónimo “Candide”, un amable comentario en el “Courrier Francais”. Hablaba de la revista “Caridad”, editada en “número único”, con fines de beneficencia, por señoras de Tucumán. Escribía con mucha nostalgia.

A estas damas que disertaban en la publicación sobre asuntos muy serios, decía, “las he visto nacer casi a todas, y he hecho saltar algunas sobre mis rodillas. A una de ellas, huérfana que habla de la madre que apenas conoció, recordarla ha estremecido a los que vuelven a encontrar, después de tantos años, a esa flor posada sobre aquella tumba. Esta otra, discurre austeramente respecto a deberes y al hogar: yo he bailado en su bautismo; y, en la simplicidad patriarcal de entonces, la bella beba rosada pasaba de mano en mano, a través de la sala de baile”.

El nombre de esta otra, decía, “me lleva más lejos todavía: a la boda de su madre, cuando la novia ruborizada y dichosa posaba el pie sobre el suelo de una felicidad que creyó eterna, del brazo de su elegido. El novio ya está muerto, la novia ya está muerta, y el rayo de amor ha cuajado en este ser encantador, que va a recomenzar el sueño de su madre y recorrer a su vez el camino único bordeado de tumbas”.

Se preguntaba: “Y yo mismo que, sin soñarlo, dejo caer sobre estas rondas infantiles palabras entristecidas, ¿será verdad que ya soy suficientemente viejo, como para asistir al alzarse de otra cosecha humana?”