Una entrada embanderada y las paredes también, todo rojo y blanco como las casi 100 almas. Las mesas de pool cubiertas de los mismos trapos. Poca luz, una pantalla gigante para los privilegiados puntuales y otros dos televisores sin demasiados chiches. El amontonamiento. El bombo, los platillos y el pitazo inicial.

Las mesas con gaseosas y más cervezas. Las mujeres que cada vez son más. Los cantos xenófobos que aquí nadie va a sancionar. Los aplausos a cada tiro al arco o cerca, como si hubiera sido de Cristiano Ronaldo. El entusiasmo. El volumen al mango en cada tiro libre. El gol de Lisandro Magallán y la bronca...

Un póster del “Burrito” Ortega besándose el escudo al lado de la pantalla. Más cerveza y otros tragos. El cabezazo al palo de Gabriel Mercado y los suspiros. Las manos en la cabeza y los pelos locos desesperados por el empate. Los aplausos para un penal que no fue y las risas pícaras por la roja a la figura del contrario. Manos que se frotan y desazón por una pifia desde 12 pasos.

El que le protesta hasta al charco que jugó una mala pasada en un Monumental pasado por agua. El envuelto en banderas. El que se persigna hasta para un lateral. El callado. El que se calza los auriculares para seguir todo por la radio. El que “mata” a Mauro Vigliano y lo compara con el peor de los dictadores. El que no quiere ver nada, pero agita sus brazos ante los que se animan a bajonearse por el 0-1 del momento. El shh de unos cuantos en el peligro de gol. El que tuvo a Rodrigo Mora como un ídolo y ahora lo incendia en la hoguera porque el penal al cielo sigue doliendo. El fin de los 45’.

El entretiempo. Los que salen afuera y los cigarrillos. Los inmóviles en sus sillas. Los que llegaron solos y se hacen amigos, como Federico Carrizo, un catamarqueño estudiante de diseño de interiores en la Facultad de Artes, que se sumó al grupo porque un amigo le contó de la movida. “En las buenas y en las malas me voy a hacer un amigo igual. Lo estoy viviendo de una manera diferente”, dice como encantado. El optimista, y el pesimista que reclama en llamas no poder dar vuelta la historia con un hombre más.

Llega el complemento. El “movete River movete, movete dejá de joder...” y de repente Germán Pezzella cazando el empate tan esperado. La “explosión”. La alegría. Los abrazos y las gargantas que ya no dan para más.

El que hizo futurología al principio y ahora sonríe porque acertó: “van a terminar 1 a 1”, predecía...

Los hinchas fueron todos protagonistas del superclásico a la distancia, en un bar de calle Laprida y esquina San Martín. “El movimiento River Plate Tucumán” los reunió para el ritual. “Acá nos dejan meter bombos y las banderas. Tratamos que la gente no extrañe tanto la cancha”, dice Maximiliano Beller, presidente del movimiento que existe hace ya más de 10 años. Su idea más allá del resultado se cumplió y lo dijo: “imitar la pasión que se vive dentro del Monumental”.