El 23 de marzo de 1824, un día antes antes de ser arbitrariamente fusilado en Trancas, el ex gobernador de Tucumán, coronel mayor Bernabé Aráoz, escribió unas líneas sobre sus créditos y deudas. Elegimos tres cláusulas, retocando la ortografía. Una: “don Juan Antonio Rodríguez, vecino de Jujuy, mandó una partida de estaño con destino a Buenos Aires y la entregué a don Eduardo Sosa: era una porción considerable; dará razón del número que fue, don José María Orueta”.

Otra: “La estancia que fue de don Mariano Cossio en los Arocas, la compré. Don Rufino Cossio dirá lo que es”. Y otra: “con don Borja Aguilar tengo otra cuenta: él me suplió 100 pesos; él me debía unas piezas de bayeta y tejuelas, si me las pagó debo los 100 pesos y si no, me deberá un pico: él dirá”.

Era la época en que la palabra era suficiente. En “El patio de la noche”, el tucumano Pablo Rojas Paz evoca esos años. “Cuando dos hombres creaban un compromiso recíproco, se decía ‘basta la palabra’ y no se hablaba más. Los campos estaban sin alambrar, las casas abiertas, las cosechas entregadas sin recibo, las deudas pagadas sin documentos. Como lo tuyo y lo mío eran respetados, los escribanos y los doctores tenían poco trabajo”.

Los libros de los comerciantes se llevaban “para hacer memoria” solamente. ”Sus anotaciones harían sonreír a un contador de la época actual: ‘entregado a Fulano, a pura palabra, dos onzas’; ‘a Zutano, mandado pedir por un propio, una onza’. Y así eran las cuentas, sostenidas por un recuerdo, protegidas por la buena fe, sin un papel, sin una ley, sin un contrato”.