Con pena por lo inusual del error, leí en LA GACETA Literaria del 12 de enero pasado una reseña sobre mi libro Trimarco. La mujer que lucha por todas las mujeres (ed. Aguilar). Digo que fue con pena porque ese comentario parecería referirse a otro libro.

Quizá, si el autor hubiera leído el mío, sabría que no sólo tiene “fuentes periodísticas y judiciales”, sino también muchas entrevistas pertinentes, algunas en off y otras consignadas, a otras fuentes. También sabría que, en mi libro, la actividad cotidiana de Trimarco no la relata “ella misma”, porque su voz está matizada por otras voces que pongo en juego. Asombrosamente, la “reseña” dice que mi texto es “redacción periodística, con ritmo seco, casi stacatto”. Por el contrario: es una narración clásica. Aún más: entre capítulo y capítulo, hay pequeños relatos basados en datos chequeados, sí, pero escritos con recursos de narración ficcional, como si fueran escenas.

Finalmente, la reseña señala: “En el plano político hay un tinte oficialista en la línea editorial del libro”. No es así. Tanto si el autor de esa reseña se refería al oficialismo nacional como al oficialismo provincial, está errado de cabo a rabo. Los datos, por el contrario, podrían terminar por favorecer interpretaciones benignas con otro sector bien alejado de esos oficialismos.

Bastaba leer el libro para comprenderlo.

Trabajo todos los días en la redacción de un diario, soy autora de varios libros (Trimarco, una serie de biografías de escritoras) y coautora de otro (Amalita). Por eso, lamento que a veces se confunda reseñar con hojear. Es una oportunidad perdida para quien escribe responsablemente sobre libros, pero también, y sobre todo, un destrato hacia el lector.

© LA GACETA
Soledad Vallejos