Todos tenemos una fecha de vencimiento. Algunos la vemos lejana. Otros la sienten muy cerca. Demasiado. Han escuchado esas palabras que uno nunca quisiera oír: le quedan días o unos pocos meses de vida. Y así deben subsistir, en la camilla de un hospital, y sabiendo que en cualquier momento el reloj interno detendrá sus agujas para siempre.

Hay dolor. Hay soledad. Hay desesperanza. No es fácil trabajar en el Servicio de Oncología y Cuidados Paliativos del hospital Centro de Salud. La mayoría de los pacientes internados son enfermos terminales. Más de una vez, María Alejandra Acosta ha sentido una voz quebrada por el sufrimiento que le pedía al oído ayuda para partir antes de tiempo. Un abrazo, una caricia y un apretón de manos logran cambiar las lágrimas por una sonrisa, dice la especialista en cuidados paliativos.

"Quienes trabajamos en la salud no tenemos derecho a decidir sobre la vida o la muerte de otras personas. Mi obligación es ayudarlos a morir con dignidad ¿Cómo se hace? Acompañándolos y aliviando su dolor", resalta Acosta, la enfermera que jamás hace "shhhhh". Ella es pura alegría: canta, baila y hasta se disfraza de payaso para que sus pacientes tengan un rapto de alegría en esos dificilísimos momentos que atraviesan.

Polémica
El llamado "derecho a la muerte digna" es un tema de alta conflictividad en el mundo. Esta última semana, la polémica volvió a encenderse después que se conoció el caso de los enfermeros uruguayos que asesinaban a pacientes en dos hospitales de Montevideo. Aunque los acusados esgrimieron que mataron por piedad a pacientes terminales, la Policía sospecha que los "ángeles de la muerte", como los apoda la prensa, cometían crímenes para aliviar la carga de trabajo.

¿Qué hacer cuando la cura no es posible? Es el gran dilema que sobrevuela entre los profesionales de la salud. "Cuando escuché que uno de los enfermeros uruguayos dijo que se creía Dios me dio mucha bronca. Nadie tiene derecho a adelantar la partida de una persona. La lucha debe ser por la vida y nuestra función es acompañar al paciente que sufre hasta el final, ayudarlo a enfrentar el dolor", sostiene Walter Oviedo, enfermero de emergencias. Oviedo sí que sabe lo que es pelearle a la muerte. Su combate más duro fue hace poco más de cuatro años, cuando su hijo de 10 años regresaba de la escuela y sufrió un aneurisma. Intentó reanimarlo una y otra vez. No hubo caso. La vida se le apagó entre sus brazos. "Creo que uno elige esta profesión para hacerle bien a la gente, no para decidir si tiene que vivir o morir. Por más que alguien estuviera sufriendo mucho y me suplicara que lo ayudara a irse, no lo haría", sostiene.

Aunque pocos lo acepten, entre algunos médicos existe el consenso de aplicar el retiro de tratamientos en pacientes irreversibles. Hace unos años, la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva realizó un sondeo sobre 426 médicos y enfermeros de todo el país. Entre otros ítems, se les consultó si en el caso de que el paciente no esté en condiciones, las medidas de abstención o retiro de atención son consensuadas y acordadas con los familiares. El 64% dijo "a veces" y el 15% "nunca".

"Hay muchas realidades para los enfermos que no responden a los tratamientos y cuya situación ya es irreversible. Le puede tocar un equipo médico que luche con todos los métodos posibles porque está convencido no hay persona que no pueda recuperarse. Está también el otro extremo: los que dicen ya no se puede hacer nada, lo dejemos morir. Y lo abandonan, literalmente. En el medio, están los cuidados paliativos, cuya función es acompañar a las personas hasta el último minuto, aliviando su dolor, para que sufra menos. Esto es para mí lo más ético", sostiene la licenciada en Enfermería, Alejandra Acosta.

Toma la presión, alcanza pañitos, hace masajes, pone morfina y regala chistes. Alejandra tiene 39 años y ha concentrado su vida en el cuidado de los enfermos terminales. "Elegí esto porque me duele y me parece injusta la vida: cuando nacés todos te reciben y cuando sabés que te estás yendo es más común que te abandonen", explica.

Es rubia, alta, expresiva hasta las lágrimas. Recuerda a la mayoría de los pacientes a quienes acompañó hasta los últimos minutos. "Hay muchos a los que les cuesta irse porque tienen varios conflictos de su vida no resueltos. Están cansados y sufren por eso. Escucharlos ayuda", dice ella mientras rememora el caso de un joven que cuando agonizaba confesó que había violado a su sobrina. "Eso no lo dejaba irse", dice Alejandra.

Y se siente orgullosa cuando se acuerda de María Rodríguez. "Me dejó hace unos días. Ella fue feliz hasta el final, aún cuando estaba agonizando abría los ojos, me miraba y se reía", cuenta. "Aquí se ve de todo. Familiares que acompañan todo el tiempo a los enfermos y otros que los dejan solos. También están los que te piden si no se puede hacer algo para que no sufran, para adelantarles la partida", explica.

"De poder hacerlo, se puede. Hay controles sobre el uso de medicamentos, pero no es imposible acceder a ellos. Si alguien del equipo de salud no tiene ética y se lo propone, puede provocarle la muerte a un paciente con una sobredosis", reconoce.

A su entender, el debate sobre la muerte digna tiene que comenzar por un cambio general acerca de cómo se ve este pasaje final de la vida: "a quienes trabajamos en salud se nos enseña a curar. Para la medicina, la muerte es un fracaso. El fracaso, en realidad, es no poder aceptar la muerte como la parte final de la vida y no poder hacer nada para aliviar el dolor de quienes están en sus últimos días", remata, con una expresión de sufrimiento contenido. Pero enseguida dibuja una sonrisa. Esa es la clave que tiene para sus pacientes terminales: morfina y risas.