Desde chicas, Sofía Heredia y Ana Carolina Rubiol Krapovickas compartieron juegos y secretos en la escuela. La amistad se extendió más allá de la infancia y, con los años, se transformó en una sociedad inesperada. Dejaron atrás la fotografía y el diseño de iluminación, sus profesiones formales, para lanzarse a un oficio ancestral que hoy las llena de orgullo. Juntas fundaron “Quesito Comué”, un emprendimiento de quesos artesanales que nació en 2019 y que hoy crece con fuerza en ferias y locales de toda la provincia.
“Siempre quisimos tener algo juntas, un proyecto que nos entusiasme a las dos. Y un día surgió el queso, porque nos gustaba mucho y además es tan típico de nuestra zona”, recuerdan. Con el camino ya trazado eligieron empezar por el queso criollo, una receta transmitida de generación en generación en el norte, y que guarda los saberes de sus antepasados.
Al principio producían en ollas de apenas 40 litros, pero este año decidieron apostar más fuerte. “Pasamos a una olla de 300 litros, con motor y lira, es otro nivel de producción”, cuentan con entusiasmo. El proceso es artesanal y cuidado: la leche cruda llega desde Trancas, se pasteuriza y luego se le agrega calcio, fermentos y cuajo, hasta que toma consistencia. Después pasa a moldes, se prensa, reposa en salmuera y finalmente se estaciona entre diez días y dos semanas, según la época del año.
Bien tucumano
El nombre “Quesito Comué” fue una elección sencilla y contundente. “Queríamos algo bien tucumano, que nos identifique. Pegó muchísimo, la gente se acuerda y nos busca así”, afirman. Y la identidad local no se queda solo en el nombre. Fieles a su Tafí Viejo tierra de limones, ferrocarriles y lucha obrera, crearon un queso especial con ese sabor. “Nos dijimos a nosotras mismas ‘estamos en la capital del limón, hay que animarse a sacar uno así’. Y a la gente no tan solo le gustó sino que es uno de los que más buscan porque quieren probar algo distinto”, afirman
En las ferias agroecológicas, como el Mercadito Agroecológico de avenida Aconquija o SOS tierra, los visitantes se animan a experimentar con combinaciones novedosas: queso de limón, albahaca, hierbas, o ahumado. En los puntos de venta más tradicionales, en cambio, ganan los sabores clásicos como ají, orégano y el común.
Quesos artesanales tucumanos, protagonistas en un congreso“El de ají mata a todos –dicen-. Nosotras amamos lo picante y trabajamos con una mezcla de dos ajíes, que no solo pican, sino que también son sabrosos”.
Amigable con la tierra
El proyecto tiene además una impronta sustentable. Desde el inicio decidieron reducir al mínimo su huella ambiental. Por eso el agua que utilizan se recircula, los envoltorios son de papel en lugar de plástico y las cajas son de madera.
“Nuestros quesos tienen leche, calcio, fermento y cuajo, nada más. Sin conservantes ni colorantes. Queremos que sea un producto limpio y consciente”, detallan Sofía y Carolina.
El camino no fue fácil, pero las enseñanzas del emprendimiento son tantas como los quesos que producen. “Emprender es mucho trabajo, organización y perseverancia. Hay momentos buenos y otros que no, pero siempre hay que ponerle el hombro”, reflexionan.
Todo esto las llevó a aprender que delegar que a veces también es bueno. “Al principio hacíamos todo, desde la producción hasta las redes sociales. Después entendimos que conviene enfocarse en lo que mejor sabemos hacer y sumar ayuda en lo demás”, admiten.
Mejoran los procesos de elaboración de los quesos artesanales producidos en Tafí del ValleHoy, a sus 35 y 36 años, Sofía y Carolina miran con satisfacción lo que construyeron. “Somos mujeres tucumanas produciendo, y eso nos llena de orgullo. Por eso queremos que más gente de nuestra tierra pruebe “Quesito Comué” ¿Por qué? Porque son distintos, sin conservantes y con un sabor único gracias al estacionado. Hay que animarse a salir del queso de siempre y explorar nuevos sabores. Y, sobre todo, apoyar el comercio local”, animaron.
Más allá de las ollas, los fermentos y la salmuera, “Quesito Comué” es la historia de dos amigas que eligieron crecer juntas. De aquellas niñas que compartían juegos a las mujeres que hoy producen con orgullo sabores tucumanos, Sofía y Carolina demuestran que la amistad también puede convertirse en un motor productivo, creativo y, sobre todo, sustentable.