Volvé Miguel, te perdonamos…

La última de las excentricidades políticas de Tucumán no acontece en el terreno del escrutinio definitivo de las urnas del 11 de junio. Que en esta provincia los ciudadanos deban esperar hasta julio para saber exactamente cómo sufragaron en julio, mientras el artículo 157 de la Constitución peronista de 2006 lleva 17 años esperando que el peronismo instrumente en Tucumán el voto electrónico, es sólo parte del paisaje del Estado de Excepción. Aquí, el derecho rige en su más imponente impotencia: las normas están vigentes, pero carecen de ejecución.

Tampoco las noticias que llegan desde la comuna de Las Cejas son, por desgracia, una ruptura de la naturaleza política de estas tierras (asumiendo, como David Hume, que lo “natural” es la cronicidad de lo “normal”, y que lo “normal” es la reiteración de lo “común”). El domingo, tras el escrutinio definitivo, los seguidores de un candidato perdidoso quisieron quemar las urnas. No pudieron, a la vez que nadie terminó preso. Entonces los pirómanos electorales, ayer, cortaron la ruta 303. El Código Nacional Electoral y el Código Penal de la Nación, así como las figuras delictivas que prevén, no son leyes de fondo aquí, sino, en el mejor de los casos, libros de cocina estatales, con recetas que pueden seguirse o descartarse según lo considere conveniente quien deba aplicarlos.

Lo realmente disruptivo aconteció en el plano de una institución deportiva. Concretamente, el Club Atlético Tucumán. Miguel Abbondándolo debió renunciar a su cargo de vocal en la comisión directiva, acosado por los cuestionamientos de dirigentes del oficialismo y de la oposición interna de esa entidad deportiva. ¿El motivo? El domingo estuvo en una tribuna de la “Bombonera” viendo el partido de “despedida” de Juan Román Riquelme. Y, para (aparentemente) escándalo de algunos “decanos” estaba haciendo flamear una bandera con los colores del Club Atlético Boca Juniors.

El hecho es una divisoria de aguas. En contra del desenlace surgen numerosos argumentos. Uno lo dio el propio dirigente que dimitió: había cumplido en llevar a su hija a ver jugar a Lionel Messi, “la” estrella del homenaje. Otro elemento lo aporta el tiempo: el “xeneixe” lleva un siglo en primera división. El “decano”, ni el 10% de ese lapso. De modo que el tiempo no es un factor menor. A modo de ejemplo algo más extremo, Ítalo Argentino Lúder, candidato a Presidente del peronismo en 1983, fue originalmente afiliado de la UCR. Había nacido en 1916, así que cuando alcanzó la mayoría de edad, en 1937, en plena Década Infame, faltaba casi una década para el ascenso de Juan Domingo Perón al poder. Ni siquiera existía el Partido Peronista, por cierto: “El Pocho” fue electo mediante el Partido Laborista. Después, don Ítalo fue un peronista de la primera hora. Antes, eso sí, cantó varias veces la marcha radical. Pero a nadie se le ocurrió discutirle peronismo por ello.

En favor de la salida del vocal de Atlético Tucumán se pronunciaron quienes reclamaron “conductas” y “coherencia”. Si es autoridad de un club que juega en la máxima división, no puede aparecer en la tribuna de otro club, es la casuística más invocada. Los más airados clamaron “valores”: si se abrazan los “colores” del “DK”, después no se los puede dejar arrumbados en alguna tribuna ajena.

Este último argumento, digamos, es el más difícil de explicar, a la vez que resulta el más fácil de entender. Hay que “bancar los trapos” sin importar lo que vaya a venir. No es sólo pasión: es también compromiso. No se es “hincha” de un club según la estadística de triunfos conseguidos o títulos logrados. A voces toca ganar; otras, perder. En “Dieguitos y Mafaldas”, el trovador español Joaquín Sabina cuenta que Paula Seminara (a quien dedica esa canción) le repetía “ninguna bostera se puede quejar, aunque le sobre razón, si pinta remeras con el corazón”.

Los “colores”, los “valores”, no se pregonan: se palpitan. Así que son objeto de un irrevocable juramento de lealtad: se vive y se muere (futbolísticamente), en cada partido, pero siempre con la casaca puesta. En definitiva, incluso del descenso se vuelve. Pero de la traición a la camiseta, no.

Esta es, justamente, la excentricidad política de la situación. Si en verdad correspondía condenar al ostracismo atletiquense a un dirigente que, por una tarde, acompañando a su hija, despidió a la última gloria futbolística del club de La Boca y alentó al inigualable Messi, ¿qué debiera hacer el kirchnerismo con su conductora, ahora que salta en la tribuna de la derecha, haciendo flamear la bandera con los colores conservadores, alentando a la última gloria del antikirchnerismo de la década pasada, para que gobierne por los próximos cuatro años?

“¿En serio?”

“Era cantado: meses tomándole el pelo al pueblo peronista. Lo mostraban a Wado (de Pedro) como un muñequito y se ofendían cuando decíamos que al Frente de Todos se lo habían morfado (Sergio) Massa y la embajada (de EEUU)”, tronó por Twitter el escritor Mempo Giardinelli, que tan lindas fotos solía tomarse con Cristina Kirchner durante las tardes de trabajo en el Instituto Patria.

“Esta no es la alianza en a que nosotros nos incorporaremos. Unidad Popular va a debatir la decisión a tomar, pero no acompaña este cambio que violenta todas las convicciones de la gran mayoría de los que acompañábamos la esperanza de Unión por la Patria”, posteó, con portazo, el ex diputado Claudio Lozano, ex director del Banco Nación en la primera mitad de este cuarto gobierno “K”.

“Esto no me gusta”, fue la lacónica aserción del juez Juan Ramos Padilla, que tan copiosamente encomiaba a Cristina Fernández de Kirchner cuando ella no era massista. Tenía caracteres de sobra para seguir escribiendo, pero, en simultáneo, tenía tantas palabras en falta…

“¿Sergio Massa va a llevar adelante el programa que planteó Cristina?”, se preguntó la periodista Cynthia García, quien nunca previó la derechización “K” en el programa “6, 7, 8”. Por cierto, nadie sabe a ciencia cierta a qué se refiere con “el programa que planteó Cristina”. El kirchnerismo es un modelo impracticable: sirve para ser explicado en cadena nacional, pero no resiste ningún programa. Por eso, en esta cuarta experiencia que comenzó en 2019 ni se molestaron en bocetar un plan.

Otra periodista, Úrsula Vargués, sufría un déficit de fanatismo “K” y manifestaba síntomas de agnosticismo político. “¿Massa? ¿En serio?”, inquiría. Acompañaba su posteo con la imagen de un programa de noticias de 2015, que rescataba un concepto que Massa había brindado en su discurso del 30 de mayo en la Sociedad Rural: haber frenado el suelo de la “Cristina Eterna”. “Llego para marcar el límite para aquellos que se querían eternizar y quedarse en el poder”, decía entonces.

Por entonces acuñaba máximas del estilo: “Con el kirchnerismo no voy a la esquina”. Sostenía públicamente que, de no ser por los fueros, Cristina debería estar tras las rejas. Tampoco decía cosas bonitas de La Campora. Ni hablar de que consideraba que la reelección ilimitada del gobernador había convertido a Formosa en “un feudo”. Esta semana, con Cristina, llega algo más allá que a la esquina: es precandidato a Presidente por el oficialismo. A la vez, felicitó a Gildo Insfrán por haber conseguido su octava reelección consecutiva. Formosa ya no le parece un feudo. ¿Será un burgo?

Ahora bien, el carácter sinuoso de Massa (pragmático para unos, camaleónico para otros) nadie puede sorprenderse. Comenzó en la Unión del Centro Democrático (Ucedé), se acercó al peronismo de la mano del gremialista Luis Barrionuevo, llegó a la Anses durante la presidencia interina de Eduardo Duhalde, se mantuvo allí durante el kirchnerismo como un “mimado”, gracias a ello ganó la intendencia de Tigre. Pero en 2013 enfrentó a los “K” exitosamente como candidato a diputado nacional. En 2015 hizo otro tanto, pero esta vez como candidato a Presidente. Dividió el voto peronista y ello hizo posible el triunfo de Mauricio Macri (Cambiemos).

Visto así, lo de Abbondándolo por poco y parece un homenaje a Román…

“Acá tenés los pibes…”

Pero lo de Cristina es otro asunto. No sólo es encumbrar a un afrentador de las banderas del kirchnerismo. Es también, y sobre todo, desmentir con magistral impunidad no sólo todo lo dicho sino todo lo hecho durante estos cuatro años. Todo lo actuado contra el gobierno de Alberto Fernández. Por poco y no proclamaron una intifada contra su propio Gobierno sólo porque la Casa Rosada logró un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para que el país no cayera en “default”. Máximo Kirchner renunció como presidente del bloque oficialista, Eduardo “Wado” de Pedro lideró una rebelión en el Gabinete y 12 funcionarios blandieron sus renuncias: amenazaron con el vacío de poder. Ahora, el candidato de Cristina es, también, uno de los candidatos del FMI.

La relación entre el fútbol y la política no es nueva en Argentina. Tampoco en Tucumán. A la par de los vínculos que se tejen en el orden institucional (dirigentes políticos que buscan ser también dirigentes deportivos, y viceversa), las pasiones que mueve el fútbol son, en algunos casos, equiparables a las que moviliza la política. Cuanto menos, en algunos partidos políticos. El caso del kirchnerismo no es ajeno a este sentimiento.

Durante el segundo mandato de Cristina como Presidenta, la liturgia casi diaria contenía algunas místicas futboleras. Ella daba sus casi cotidianas “Cadenas nacionales” ante un auditorio de gobernadores y parlamentarios a quienes se tomaba rigurosa asistencia. Delante de ellos “jugaba” el partido del poder. Pero después salía al Patío de las Palmeras a hablar con los jóvenes de La Cámpora. Ahí iba a gritar los goles. O lo que ella decía que eran goles. No hay “VAR” para el relato…

Los militantes camporistas cantaban, saltaban y alentaban. Y hasta tenían, casi, una “canción de cancha” para celebrar a su líder: “Cristina / Cristina / Cristina corazón / Acá tenés los pibes para la liberación”. Ahora, se ve, viene otro campeonato…

“Cristina / Cristina / Cristina federal / Acá tenés los pibes para el neoliberal”.

Abbondándolo casi se merece un desagravio. Podrían pedirle que regrese. Y perdonarlo…

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