El aporte de LA GACETA a la rica tradición de revistas culturales tucumanas

El aporte de LA GACETA a la rica tradición de revistas culturales tucumanas

Hace 100 años se editaron los cinco números de este emprendimiento impulsado por el pintor peruano Teófilo Castillo. Páginas en las que convivieron ensayos, poesía, semblanzas, fotos y el agudo análisis de la sociedad de la época, siempre con el arte como centro de interés.

El aporte de LA GACETA a la rica tradición de revistas culturales tucumanas
04 Junio 2023

Por Soledad Martínez Zuccardi

Doctora en Letras-Directora de Edunt

Especial para LA GACETA

La tradición de revistas culturales en Tucumán es, además de notable, muy temprana. A poco de su creación en 1882, la Sociedad Sarmiento publica el periódico El porvenir y, unos años después, Tucumán literario. Entre 1904 y 1907 aparecen los 39 números de la célebre Revista de Letras y Ciencias Sociales, que difundió la poesía de América junto a las más actualizadas ideas científicas del momento. Realizada por Ricardo Jaimes Freyre, Juan B. Terán y Julio López Mañán, en torno a esa revista se consolidó el grupo que fundaría la Universidad de Tucumán. La misma universidad publica luego la Revista de Tucumán, entre 1917 y 1918.

En el panorama de publicaciones periódicas de la provincia, Sol y Nieve, editada por LA GACETA, aporta la novedad de las tricromías que ilustran sus páginas (probablemente de las primeras tricromías impresas en Tucumán) y de la aguda mirada de su director, el pintor peruano Teófilo Castillo, muy bien recibido por la elite culta local. A esa “cultísima sociedad” de la región está dirigida, precisamente, la revista, según expresan sus propósitos iniciales. Los cinco números entregados entre marzo y julio de 1922 incluyen pinturas y fotografías, una variedad de textos que van desde ensayos sobre alfarería incaica a notas sobre moda y deportes, o a las carteleras musical y cinematográfica (sorprendentemente profusas para la época), además de vistosas publicidades de tiendas como Voss, Escasany, A la nueva Chicago. En el medio, poemas y relatos firmados por autores de Tucumán y de otras provincias del Noroeste argentino: Juan Carlos Dávalos, Juan B. Terán, Amalia Prebisch, Emma Solá de Solá, Manuel Lizondo Borda, Carlos Cossio, Emilio Christensen, Alberto Mendioroz, Octavio Lobo, entre otros.

Impronta regional

El nombre Sol y Nieve sintetiza la índole regional de la publicación. Así lo explica el primer número: “en el norte y el oeste las nieves eternas del Aconquija, Cachi, Acay, y demás picos precordilleranos. En el oriente y en los valles, el sol franco y caldeante de los trópicos, a cuyas caricias la tierra se ofrece como una promesa”. Entre los objetivos del proyecto está el de fomentar “la cultura de estos pueblos” y hacer conocer “ante propios y extraños las bellezas panorámicas, los adelantos de todo orden y las bellezas de la región”. De allí la abundancia de fotografías incluidas (con las firmas de Valdez del Pino, Luis Posse y Lutz Ferrando), que muestran paisajes de Jujuy, Salta, Catamarca, Tucumán, Villa Nougués, así como retratos de jóvenes aristocráticas de cada provincia.

El arte, centro de interés

Es sin duda el arte el centro de interés de la revista y de su director. El arte en tanto contracara del creciente materialismo, de acuerdo con una extendida visión de la época. Sol y Nieve manifiesta el afán de matizar “el hoy monótono curso de la existencia materialista que llevamos en las provincias del norte, procurando hacer un poco de arte y cultivando la nota amable. No todo ha de girar alrededor del problema azucarero, de la alza o baja del ganado, o del comentario áspero que suscitan las pasiones políticas”. Para Castillo, la situación artística local a comienzos de la década de 1920 es muy promisoria: “al fin Tucumán en arte ha logrado salir del período analfabeto aldeano”, afirma, y destaca la existencia de “dos academias oficiales de bellas artes” y de una “docena de exposiciones al año”. “Hace 30 que en Buenos Aires no había una sola, como que fui yo el primero en hacerlas (en Florida)”, agrega, exagerando probablemente la nota. Las páginas de la revista difunden reproducciones de óleos del propio Castilllo y textos de su autoría sobre otros artistas. Son de particular interés las extensas semblanzas de Atilio Terragni y Juan Carlos Iramain.

Tesoros fotográficos

Hojeando los números de Sol y Nieve se descubren verdaderas joyitas, como la galería de fotografías tomadas a niños en el carnaval de 1922, con sus disfraces de bailarinas, Pierrots, calesitas, japonesas, chinos, murciélagos. O las imágenes de las magníficas casonas de Juan Heller, Alfredo Guzmán y la “señora de Remis”, acompañadas de precisas observaciones de Castillo sobre la arquitectura y la decoración. También las fotografías que muestran otras casas de la ciudad tucumana: una tienda de textiles donde Castillo admira tejidos autóctonos, tapices y randas, o el patio de la “tabletería” de doña Petrona Molina, con sus enormes ollas y morteros escoltados por dos cocineras en plena preparación de los “mejores dulces de Tucumán”.

En la particular mirada de su director reside quizá la singularidad de Sol y Nieve. Es la mirada de quien viene de afuera y quiere mostrar su visión de la región “a propios y extraños”. Castillo se interesa por los paisajes naturales y por la ciudad con sus diversos espacios y personajes, por las artesanías, las comidas, la literatura, la fotografía, para hacer con todo ello, y según sus mismas palabras, nada menos que “un poco de arte”.

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