Héctor Zaraspe: "La disciplina es la madre del arte"

Héctor Zaraspe: "La disciplina es la madre del arte"

"No es que me hice coreógrafo porque no haya tenido talento para la danza", aseguraba el maestro en una entrevista.

Héctor Zaraspe. Héctor Zaraspe. ARCHIVO LA GACETA / FOTO DE JUAN PABLO SÁNCHEZ NOLI

Ella discurre por sus párpados un murmullo beethoveniano. Un estremecimiento le agita recuerdos. Adolescente. Cigarrillos y caramelos le procuran la subsistencia en el aeropuerto de Morón. “Quiero ser bailarín”, le dice a la hermana de la primera dama, mientras le vende unas golosinas. Le alcanza una tarjeta. El Hada Rubia lo recibe. Le consigue un empleo en el correo. Habla al Teatro Colón para que lo admitan. Los 18 años le impiden ingresar al instituto, pero le permiten hacer un curso acelerado. Se trepa a un barco con cinco dólares.

Ella le abre las puertas del camino. España se le abrocha en el corazón. Antonio, El Chavalillo. Coreografías en cine: “La reina de Saba”, “Espartaco”, “El capitán John Paul John”, “55 días en Pekín”. Yul Brynner, Loretta Young, Mirna Lloyd, Rod Steiger, Rossalyn Russell, Lauren Bacall… famosas estrellas. 

Primero Rudolf Nureyev, luego Margot Fonteyn, dos discípulos. 1969. La Juilliard School es ahora su lugar bajo el sol. “Tenés que hacer un método que sirva para cualquier disciplina de la danza. Tiene que tener una técnica, pero una que te deforme y te meta en un molde, como pasaba antes en el ballet clásico. Antes la danza moderna y el ballet clásico no se podían ver. Pero como todo fue evolucionando, los nuevos coreógrafos buscaron un nuevo vocabulario y comienzan a tocarse las dos. Yo empiezo con masajes para que el músculo esté bien flexible. En los conservatorios se elegía antes gente especial para hacer ballet y ¿qué pasaba con el que tenía talento y no tenía el físico? Entonces dije: ‘tengo que hacer algo para aquellos’. Me puse a estudiar la anatomía, y tomé cosas de las técnicas Limón, Graham y Taylor. Nureyev fue el primero que la probó. Yo me salgo de todas las reglas del método. Empecé a usar como ejercicios zambas, tangos... El instrumento es el cuerpo y hay que saber usarlo”, me dice.

En los ‘80, cuando comienza a venir con frecuencia a Tucumán, el comentario de una biografía de María Callas de mi autoría, publicado en LA GACETA Literaria, desata una entrevista de más de tres décadas. Dar clases en la Escuela de Danza, descubrir, estimular y becar jóvenes talentos para su perfeccionamiento en la Gran Manzana, es el objetivo de su naciente fundación. 1994, agosto. Convoca a Pérez Celis, Carlos Alonso, Ricardo Carpani, para que confraternicen con el local Ezequiel Linares: una fiesta de pintura, pensamiento, creatividad y chanzas.  

Contagiar el virus

“Mi carrera de bailarín fue corta. No es que me hice coreógrafo porque no haya tenido talento para la danza. Al contrario, no se puede contagiar un virus que no se tiene. Para poder dar algo a otra persona, hay que tener algo adentro”, reflexiona. “Tango pasión” despierta el asombro y los aplausos. Las distinciones, los reconocimientos, para no envanecerlo, siempre le recuerdan a Exaltación de la Cruz Ojeda, su madre lavandera, empleada doméstica, cocinera, y a José Hipólito, su padre jornalero, que lo abandonó a los cinco años, esa pobreza digna del Aguilares que lo vio nacer.  

Severo. Ingenioso. Observador. Incisivo humor. Afectuoso. Divertido. Espiritual. En dos palabras es capaz de alumbrar una verdad. “El arte viene de dentro del hombre. Hay que trabajar el espíritu... Si logras hacer felices a los demás, ya has triunfado. Si en el arte no hay disciplina, no sirve para nada. La disciplina es la madre del arte”, me dice.  

Ella mora en ese Allegretto que ha sido su vida misma. “Hay músicas que no podés bailar porque se representan solas. La Séptima de Beethoven es la exaltación de la danza, la música sola te llena el alma, entonces no hace falta ver bailar…”, comenta. Esta danza del destino lo está acompañando tal vez a su nueva morada. “Es bueno tener amigos en el cielo que a uno lo ayuden… sin fe no se puede llegar a ningún sitio”, susurra quizás el maestro Héctor Zaraspe.

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