Hay un nombre olvidado. Nikolái Gavrilovich Chernyshevski fue un pensador revolucionario, anterior por varias décadas a la doble revolución rusa de 1917. Su prédica, sin embargo, fue de una influencia descomunal. En 1863 escribió la novela “¿Qué hacer?”. Nadie menos que Lenin (el hombre que concretó la revolución de octubre; y la transformación de la Rusia zarista en un Estado comunista; y el establecimiento del “comunismo de guerra” para sostener la guerra civil que se extendió hasta 1921; y que ordenó el fusilamiento del zar Nicolás II y de su familia en 1918; y que abolió la moneda y el mercado; y que reemplazó la propiedad privada por la propiedad colectiva; y que fundó la URSS) leyó a Chernyshevski. Y lo homenajeó. En 1902, el líder bolchevique publicó su tratado político revolucionario y lo tituló, sin más, “¿Qué hacer?”.
Hay quienes sostienen que así como la obra de Carl Marx dio a la doble revolución rusa el marco político, ideológico, histórico y filosófico, la prosa de Chernyshevski brindó la inspiración y el fervor. A ese poco reivindicado escritor decimonónico, por caso, se le atribuye una máxima “roja”. Un aforismo que resume la postura, tantas veces esgrimida durante el convulso siglo XX, de que el recrudecimiento de las malas condiciones de vida de las clases proletarias dejaría la revuelta como única alternativa. Una “verdad” de tres palabras: “cuanto peor, mejor”.
Este antecedente es la luz correcta con la cual enfocar la figura del Presidente de la Nación y sus últimas (y magistrales) declaraciones: la Argentina, hoy, está “mucho mejor” que cuando él llegó a la Casa Rosada. A los carentes de romanticismo revolucionario, a los pérfidos liberales y a los personeros del capitalismo, les está vedado acceder a la sabiduría de esta revelación. Alberto Fernández (a fuerza de sonar elitista) no es para cualquiera...
Dos no es tres
“Todos preanunciaban que íbamos a tener una hiperinflación, que íbamos a tener tres dígitos de inflación”, les enrostró por estos días el jefe de Estado a “los agoreros de siempre (que) anunciaban un final catastrófico” para 2022. Es la hora de su revancha: no fue del 100% la inflación, sino apenas del 95%. ¿De qué van a disfrazar ahora los gorilas?
“¿Saben cómo terminamos el año? No sólo celebrando el mundial. Terminamos con tranquilidad social”, remató el mandatario de “las tres copas”, que sólo por modestia no anunció en su plataforma electoral que entre los objetivos de la gestión estaba ganar en Qatar 2022. Dicho sea de paso: en 2019, cuando la inflación anual fue del 54%, ¿veníamos de ganar el Mundial de Rusia 2018? Entonces digamos todo, camaradas…
Pero no somos triunfalistas. Gracias a la exitosa gestión económica, no somos los más inflacionarios del planeta. Antes están Venezuela, Zimbabwe y El Líbano. Nos bajamos del podio para que el sol salga para todos los países mundo, compañeros. En adelante, hay metas mayores. Nuestro ministro de Economía, Sergio Massa, quiere “planchar” la inflación este año. Si la dejamos por debajo del 20% estaremos mejor que siete potencias mundiales: Siria, Etiopía, Pakistán, Hungría, Nigeria, Myanmar y nada menos que Ucrania, que aunque está en guerra con Rusia inflacionó en 2022 un 26%. De seguro ahí travesearon las cifras …
Claro está, la “corpo” mediática se hace la otaria y no quiere recordar que el Presidente de los muchos millones de argentinos (este Gobierno hizo un censo para que no sepamos cuantos somos, porque esa es información estratégica que preservamos del imperialismo) le declaró la guerra a la inflación el año pasado. El triunfo es incontrastable: en los tres años de gestión, el acumulado es del 315%. Algo que sólo los revolucionarios pueden comprender y festejar.
Menos es más
Para comprar algo que en diciembre de 2019 costaba $ 100, en diciembre pasado se necesitaron $ 415. Es decir, hay menos acumulación materialista en nuestro país.
En el último mes de aquel 2019, la cotización del dólar oficial había cerrado en $ 60; mientras que la del “dólar blue” estaba en $ 77. La brecha era del 28%. Hoy, el dólar oficial cotiza $ 189; y el “dólar blue”, $ 370. La brecha alcanza es del 96%. En la progresión entre la Argentina que recibió Alberto y la que hoy administra, la cotización oficial de la divisa extranjera se triplicó. Mientras que el costo del “dólar blue” prácticamente se quintuplicó. Es decir, hay menos evasión de parte de los antipatrias que compran divisas imperialistas en el mercado paralelo.
En aquellos felices días de diciembre de 2019, el litro de nafta premium de YPF costaba $ 61, mínimamente por encima del gasoil premium, que cotizaba $ 61: ínfimos $ 2 de diferencia. Ayer, cuando nuestra gloriosa petrolera de bandera (hoy vale menos de $ 1.000 millones, pero el Ciadi determinó que se debe pagar $ 5.000 millones a Repsol por la estatización decidida durante el glorioso Gobierno de la compañera Cristina Kirchner) aumentó 4% los valores, la Infinia pasó $ 220. Y la Infinia Diesel a $ 270. La diferencia es de $ 50 por litro. La nafta premium casi se cuatruplicó en su precio; el gasoil premium casi multiplica por cinco. Es decir, marchamos hacia un país con menos gases contaminantes dado que, compatriotas, nos veremos en el deber moral (“obligación material”, dirán los oligarcas) de dejar de usar nuestros autos con motores a combustión como los que supo engendrar Henry Ford, epítome del capitalismo salvaje.
La apuesta por la ecología, además, es una política de Estado de nuestro gobierno nacional y popular. En todas las dimensiones. Por ejemplo: con un billete de $ 1.000 se podían comprar casi 17 dólares en diciembre de 2019. Ahora, no alcanza ni siquiera para comprar 3 dólares. Es decir, cargamos en los bolsillos cada vez más papeles estampados con la imagen de nuestros queridos horneros. Más inflación es más ornitología.
El gasoil común, por cierto, se ubicó en los $ 180, cuando en diciembre de 2019 valía $ 51. Ese es el combustible de la producción, en sus más distintas diversificaciones: desde la industria hasta el campo. Es decir, si no podemos colectivizar la tierra y demás propiedades para una reforma agraria, tampoco le seguiremos sirviendo en bandeja la explotación del proletariado a las burguesías adoratrices de la plusvalía expoliadora.
En estos tres años de redistribución de la riqueza y de justicia social, el valor de la canasta básica (su costo determina la denominada “línea de pobreza”) pasó de $ 39.000 en diciembre de 2019 a $ 140.000 en noviembre del año pasado. Ha sido otra victoria sobre el consumismo. Quedó probado que no hacen falta lujos como la ropa o el transporte público o el acceso a la salud para sobrevivir. Mucho menos esas veleidades cipayas de contar con cuatro comidas al día. Si se come menos se tiene menos salud y cae la demanda del transporte público para ir al hospital. Hemos vivido engañados en una satánica mentira, que nos sometía a un círculo vicioso, cuyo origen se remonta a 1983, cuando ese facineroso llamado Raúl Alfonsín pregonaba: “Un niño alimentado es un país con futuro”. Vean a dónde nos trajo ese embuste. Entonces, ahora, ayuno intermitente para todos, todas y todes…
Afuera es adentro
La Argentina todavía no alcanza la categoría de paraíso terrenal. Aún restan batallas por librar contra los enemigos de la “alegría eterna” (concepto señero en la novela de Chernyshevski). Ellos están agazapados en el superior tribunal de la Nación, que como su nombre lo indica está para dar “Corte” a la revolución. Tanto los jueces como los golpistas de la “opo” pretenden imponernos un libro, la “Constitución”, urdido por uno de los más rancios representantes del liberalismo argentino: un tal Alberdi. Sólo a un enemigo del pueblo se le puede ocurrir que los jueces deben ser independientes de “La Jefa” (Ella encarna al pueblo), que pueden dictar sentencias contrarias a lo que desea “La Jefa” (Ella sabe lo que quiere el pueblo) y condenar por corrupción a la “La Jefa” (todo lo que es del pueblo, por transición, también es de Ella).
Pero los focos de resistencia no están sólo fuera de nuestra causa. La revolución también incuba contrarrevolucionarios. “Yo ya sé que la oligarquía no volverá más al gobierno. Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el espíritu oligarca”, advirtió “Evita” el 12 de abril de 1951 en la cuarta clase del Curso de la Escuela Superior Peronista.
Dicho de otro modo: nosotros todavía tenemos en nuestras filas hombre y mujeres que tienen el tupé de querer ganar lo mismo que cuesta la “canasta básica”. Es decir, quieren que sus salarios superen la “línea de pobreza”. O sea, pretenden que la revolución les pague para colocarlos en el bando de los oligarcas. Y tienen el descaro de decirlo…
Por suerte, hay camaradas fieles, que responden a la conducción nacional del gremio de Camioneros, que no se están fijando en atrocidades pequeñoburguesas como eso de “igual remuneración por igual tarea”. Sin pedir nada a cambio, los que ayer estaban bloqueando empresas productoras de alimentos y supermercados, hoy quieren entrar a las mismas empresas y a los mismos supermercados a controlar los “Precios Justos”.
Son un ejemplo de que sólo la verdad nos hará libres: la inflación no la genera el gasto público desbocado, sino el aumento de la lata de arvejas. La devaluación no tiene nada que ver con la emisión descontrolada de moneda, sino con la remarcación del fideo cabello de ángel. Malditos mercenarios los que hablan de fantasías como el “equilibrio fiscal”, cuando la depreciación de nuestra moneda está dada por el encarecimiento del puré de tomates.
No será sencillo vencer a los magistrados, que quieren hacerle creer a la gente que está mal sacarle de prepo dinero de la coparticipación a los distritos donde votan mal y eligen adversarios. Pero damos batalla: ya se presentó un proyecto de juicio político porque no nos gustan sus fallos.
Tampoco será fácil conseguir que los compañeros abandonen esa idea obtusa de que tienen derecho a ganar algo a cambio de su trabajo. El sueldo es meramente simbólico. De hecho, se lo estamos haciendo saber al gran pueblo argentino: el salario mínimo vital y móvil de este país es prácticamente el más depreciado de la región. Sólo está más abajo el de Venezuela, donde la revolución chavista comenzó antes y ha alcanzado maravillosos logros antes que aquí.
Pero nos esforzamos. Cuando más malas sean las condiciones en que dejemos la Argentina, mejor será para todos. Es verdad que, en 2019, dijimos que no sólo volvíamos, sino que volvíamos mejores. Pero aprendimos. Y cambiamos.








