Hace 25 años, “Pizza, birra, faso” afirmaba un cine distinto

Hace 25 años, “Pizza, birra, faso” afirmaba un cine distinto

La producción de Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano es considerada la fundación de una nueva corriente argumental en el país.

MARGINALES. Los protagonistas de “Pizza, birra, faso” refieren a una amplia franja de la sociedad de los 90. MARGINALES. Los protagonistas de “Pizza, birra, faso” refieren a una amplia franja de la sociedad de los 90.

Si la “edad dorada” del cine se caracterizó por la incorporación del sonido y la aparición de estrellas como Libertad Lamarque, Tita Merello, Pepe Arias o Luis Sandrini en la década del 30, con un nombre menos ambicioso, al concluir el menemismo, surgirá el llamado Nuevo Cine Argentino, a pocos años del nuevo siglo.

De la “edad dorada” se recordará el nombre de las actrices y actores, el star system, pero del Nuevo Cine, el título de algunas películas y tal vez, apellidos de ciertos directores. Entre uno y otro tiempo, no puede soslayarse el cine social de Fernando Birri, Raymundo Gleyzer y Gerardo Vallejo; los aportes de Pino Solanas y Octavio Gettino; o la producción de Leonardo Favio y de tantos realizadores como Raúl de la Torre con su recordada “Pubis angelical”, que en los 70 debía competir con las comedias y frivolidades de Hugo Sofovich, Enrique Carreras o Palito Ortega, alentadas por la dictadura militar. No se trata aquí de hacer una historia del cine realizado en este país, cuyos directores destacados -y otros no tanto- son numerosos, así como sus trabajos.

Hace 25 años se estrenaba “Pizza, birra, faso”, de Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano, un filme que se considera fundador de ese Nuevo Cine en 1998. A pesar de no tener presupuesto y contar con actores desconocidos, se posicionó entre el público mostrando una historia que interpretaba lo que sucedía en el país al punto que recibió el elogio de la crítica especializada. Su relato se apartaba de “la historia oficial”, por así decirlo, pero igualmente del cine de autor o de denuncia social. Y quedó inscripta en los libros de este país (puede vérsela en el streaming de Cine.ar Play, Amazon Prime, Pluto TV y Contar).

Reunía desde un robo cometido en un Ford Fairlane (un auto lujoso a fines de los 60, y decadente en los 90) hasta la gran ambición de comer una pizza en el centro porteño y subir al Obelisco, por esa tentadora y cuidada pequeña puerta. Esa esquina ubicada en avenidas 9 de Julio y Corrientes es el centro del centro porteño, en el centro del país. Ese centro (palabra tan reiterada) está capturado por los personajes más marginales. Es la oportunidad de los que están afuera ingresen. Centro/Margen; Margen/Centro. Y así así y así. Interior/Exterior.

Aún hoy el Obelisco es el espacio de reunión, protesta, festejo de lo que se trate: de los que celebraron el Mundial como de los piqueteros que reclaman trabajo.

Hace 25 años no había una película que se situaba en una historia pequeña de miserables ladrones (que se multiplicaba en el país), que lo hacían para la pizza, la cerveza y el cigarrillo: no daba para más. El gran poder del menemato ostentaba la pizza con champagne, con estrellas de cine que visitaban asiduamente La Rioja. Pero unos meses después, la convertibilidad comenzaba a hacer estragos y el expresidente Fernando De la Rúa se retiraba del poder en un helicóptero dejando más de 30 muertos en la Plaza de Mayo así como la famosa Tablita de José Luis Machinea.

Hace 25 años, la miseria y marginalidad ya existían en el país. Faltaba, tal vez, que el cine lo contara. Pero no en Buenos Aires únicamente; para los tucumanos era, literalmente, moneda corriente. Cuando se viajaba en avión en ese momento se podía observar Villa 31 y a nada de distancia, el pujante y rico Puerto Madero en crecimiento. Dos realidades, sin distancia; un contraste impactante.

La pizza, la cerveza y el cigarrillo son nada para nadie. Pero para el “Cordobés”, Pablo, Sandra, Frula y Megabom (Héctor Anglada, Jorge Sesán, Pamela Jordán, Walter Díaz y Alejandro Pous, respectivamente) es la conclusión del día, de una jornada, donde pueden conversar entre ellos, sobre algo más que el “trabajo”.

“Pizza, birra, faso” inaugura una mirada cinematográfica donde los jóvenes marginados de la sociedad son protagonistas. Desde 1992, con “Rapado”, de Martín Rejtman, se buscaba otro cine, acentuando algún minimalismo. Es el tiempo en el que se va gestando “La ciénaga” (2001), de Lucrecia Martel, “Mundo grúa” (Pablo Trapero), “Un oso rojo” (también Caetano) y otras películas en las que no encandilan las estrellas.

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