Los límites para una devaluada gestión

Los límites para una devaluada gestión

Desconcierto. No hay otro término que defina mejor lo que se está viviendo dentro del oficialismo nacional. Un presidente de la Nación que un día despotrica contra la Corte Suprema de Justicia, al otro día decide allanarse -para evitar graves consecuencias institucionales y políticas- al fallo judicial y al tercer día vuelve sobre sus pasos y alimenta la grieta que había desaparecido entre los argentinos por ese efecto mundialista que nos vio campeón. El Frente de Todos cada vez es menos de todos y todas. Alberto Fernández se encarga de abrir un parque de diversiones y ponerse al frente de una montaña rusa política que tiene enormes efectos macroeconómicos de un país en crisis. La disparada del dólar “blue” a $ 356 por unidad es una clara muestra de aquel axioma que dice que si la política no hace el ajuste, el mercado se encargará de hacerlo, inexorablemente.

La devaluación se acelera, ya que la plaza informal -por más chica que parezca- termina poniendo el precio de un producto altamente demandado en esta época del año. Puede que se trate de un efecto estacional porque los argentinos que decidieron veranear afuera reclaman la divisa estadounidense sin importarle el precio que se le ponga en la calle. El razonamiento es claro: no hay dólares oficiales de $ 183 y es imprescindible apelar a la calculadora para establecer cuál es el precio que puede pagarse por el consumo en el exterior. El problema se profundiza porque el dólar “turista” es más caro que el paralelo. En consecuencia, al veraneante lo castiga el mercado y también el Estado con más impuestos.

Las cámaras empresarias y los inversores intentan salir de esta casa del terror económico. Advierten a Alberto Fernández que medidas como el no acatamiento de un fallo no hacen más que dañar la deteriorada seguridad jurídica de una Argentina que está, desde hace tiempo, fuera de los mercados internacionales por falta de confianza. A los hombres de negocio les inquieta un escenario institucional y electoral de incertidumbre en el que el propio Presidente parece que tira del mantel sin importar las consecuencias generales de sus decisiones y de sus declaraciones. No hay candidatos potables que garanticen, hacia el año que viene, que el país puede llegar a tener un programa económico que contribuya a regularizar la macro y abandonar la zona de tensiones políticas. El “crawling peg” (devaluación controlada) le ha dado lugar a la devaluación lisa y llana como una manera de intentar poner al dólar a tono con la inflación. Los veranos suelen ser traumáticos y de ajustes. El de 2023 parece no ser la excepción a la regla por más electoral que sea el año que se avecina. El Gobierno sabe que está jugando tiempo de descuento y que tendrá que remar en dulce de leche para intentar sostener el poder. Apostó al “dólar soja” para terminar este 2022 con algo de reservas internacionales en el Banco Central. Ayer mismo, mientras los arbolitos gritaban un precio récord para el único dólar físico disponible, la autoridad monetaria anunciaba que compró U$S 144 millones y, por efecto de la liquidación del campo, aquellas reservas cerraron en $ 43.651 millones, un monto bruto que no necesariamente refleja la disponibilidad de divisas para cumplir los compromisos de importación y la demanda turista.

Las tensiones políticas, la habitual mayor dolarización anticipando una menor demanda de dinero, las vacaciones en el exterior -con un dólar Qatar aún más caro- y las elecciones reanudan el reacomodamiento de los dólares financieros, en consenso atrasados, así como el libre por la menor oferta del turismo receptivo ante la mayor utilización de tarjetas con el dólar MEP, resume el economista Gustavo Ber.

Alberto Fernández ha decidido ir a otra atracción de su parque de diversiones. Ahora eligió la calesita. Tras resolver que la deuda por coparticipación con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se pague con un bono, el Presidente reclamó a la Corte que suspenda los efectos del fallo que ordenó restituir los fondos al gobierno porteño. Además, recusó a los miembros del alto tribunal del país. En esa misma calesita están montados los gobernadores para seguir dando vueltas y vueltas en el poder. La supervivencia política de esta resurgida ala del oficialismo la lleva a disputarles a los máximos referentes del Frente de Todos más protagonismo de cara a las elecciones presidenciales. Es probable que esta noche, el jefe de Estado comparta una cena con varios gobernadores peronistas (entre ellos el tucumano Osvaldo Jaldo), en un encuentro organizado por el jefe de Gabinete de la Nación, Juan Manzur. Esta reunión, no obstante, está supeditada a lo que suceda con la causa coparticipación y a las derivaciones del mensaje dado en Avellaneda por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, en su reaparición pública tras ser condenada judicialmente a seis años de prisión en suspenso, con una inhabilitación para ocupar cargos públicas por la causa Vialidad.

Mientras llueven pedidos de juicio político contra el Presidente desde la oposición, el mismo jefe de Estado volvió a marcar la grieta desde Santiago del Estero, al decir que “en el norte no se discute cómo ampliamos los subtes sino quién tiene agua”. Y continuó: “no podemos vivir viendo el retraso del Norte y del Sur y cómo sigue enriqueciéndose el centro del país”. Lo que el mandatario nacional no debe pasar por alto es que esa grieta también es interna.

Los gobernadores no están dispuestos a caer en el precipicio y muchos de ellos se llamaron a silencio frente a las derivaciones del documento que ellos mismos firmaron. Ninguno quiere tener consecuencias legales de sus actos, mucho menos penales, cuando la puja es más bien directa entre Nación y Ciudad de Buenos Aires. La única preocupación es que a cada distrito del interior no le toquen los fondos asignados para ejecutarse en el año electoral. Cada cual quiere tratar de obtener el mejor resultado posible en sus territorios y salvar la ropa en una elección en la que el oficialismo llega altamente debilitado a partir de los vaivenes de gestión del propio Alberto Fernández y su novela de desencuentro con su compañera de fórmula.

De todo lo que está sucediendo en esta Argentina que aún sigue bajo el “efecto mundialista” hay tres cuestiones que sirven para el análisis de un año complicado.

• Si el Gobierno quiere retener el poder, no importa quiénes sean los integrantes de la oferta electoral de 2023; tendrá que rearmarse en base a sus cuatro patas: kirchnerismo, gobernadores, sindicalismo y massismo.

• El margen de maniobra institucional y política es demasiado escaso, por lo que -luego de las vacaciones o incluso dentro de ellas- se sucederán los encuentros entre la dirigencia oficialista.

• La disparada del dólar “blue” es una clara señal de que el mercado financiero se recalentó y le puso límites a la manera de gobernar del Frente de Todos.

Así se despide 2022, como arrancó, con crisis. Esa misma estela de incertidumbre marcará a fuego a 2023.

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