La inflación todavía tiene buen futuro

Por Gustavo Wallberg - Columnista invitado.

18 Diciembre 2022

El gobierno tuvo un leve alivio con el dato de la variación mensual del Índice de Precios al Consumidor en noviembre, aunque el problema de la inflación no esté solucionado. La definición más aceptada de inflación es la de alza sostenida y generalizada de los precios y una de las formas de medirla a través del IPC. Pero este índice puede variar por cuestiones coyunturales mientras que la inflación es un fenómeno de largo plazo. Por eso lo de alza sostenida. Hablar de cambio mensual del índice es correcto, pero no lo es hablar de inflación mensual.

Esto porque la inflación es un fenómeno monetario. Una forma sencilla de verlo, no del todo correcta, es pensar en qué pasaría si subieran los precios de un tipo de producto pero no aumentara la cantidad de dinero. Para comprar lo más caro habría que comprar menos del resto, cuyos precios caerían por la menor demanda. Como el IPC refleja un promedio de precios no mostraría cambios. Para que el incremento sectorial hiciera subir el IPC haría falta emisión que permitiera pagar los mayores precios.

En la medición de noviembre lo destacado fue lo coyuntural. Por ejemplo, con las subas moderadas. Buena influencia tuvo el precio de la carne aunque por un mal motivo: por la escasez de trigo no se puede mantener el ganado más tiempo para engorde y entonces se lo faena. Esa mayor oferta de carne ayudó a un precio “planchado”. Pero significa que cuando se haya reducido el número de cabezas habrá menor oferta y por lo tanto mayores subas del precio de la carne el año que viene. Por otro lado, las tarifas de los servicios públicos presionaron al alza del IPC. Pero si ello implica menor necesidad de subsidios tal vez signifique menor emisión de dinero y por lo tanto menos inflación. Se trataría, si se hacen bien las cosas, de precios mayores hoy para precios estables mañana.

Sí hay que prestar alguna atención al IPC núcleo, que abarca los precios no regulados por el gobierno, o que tienen menos carga tributaria que el resto (decir “poco componente impositivo”, como define el Indec, suena a burla) o no son afectados por estacionalidad. Su variación en noviembre fue de 4,8 por ciento, casi igual que el total (4,9), pero el acumulado de 2022 es levemente menor: 81,1 contra 85,3 por ciento del total. Habrá que esperar.

Las subas generalizadas, por su parte, tienen origen en lo monetario. La clave es la demanda por dinero. Ella no consiste en querer ganar más sino en cuánto del ingreso se quiere mantener en forma de dinero. Si se emite más dinero que el demandado, el exceso irá a consumo. Si la oferta de bienes no responde para cubrir esa mayor demanda se producirá el incremento de los precios. Si esta situación se repitiera mes tras mes, habrá inflación.

Como la demanda por dinero suele ser estable se simplifica comparando la emisión de dinero con el Producto Interno Bruto real; si se emite a un ritmo mayor de lo que crece el PIB, se espera inflación. No es correcto pues debería verse la oferta real de bienes, que incluye a los importados y excluye los exportados, pero más o menos sirve. Además, en Argentina suele ser tan desmesurada la emisión que verificar qué pasa con la demanda no parece necesario. Por supuesto, si además cayera la demanda por dinero eso se manifestaría en aumento de la velocidad de circulación del dinero o sea una suba adicional de la demanda por bienes, lo que incrementaría la inflación.

Claro que hay otras opiniones. Un argumento tradicional es de la concentración económica. Habría pocas empresas que manejan todo y por eso suben los precios. Pero la concentración implica precios más altos que si hubiera competencia, no alza sostenida.

Tampoco es cierto que el gobierno de Mauricio Macri prueba el error monetarista pues no se emitió y lo mismo hubo inflación, como se chicanea a veces. Durante esos cuatro años hubo mucha emisión. La base monetaria, el dinero creado por el Banco Central, aumentó un 180 por ciento, y M3, que computa billetes y monedas en poder del público, cheques cancelatorios en pesos y depósitos totales en pesos, lo hizo en un 160 por ciento. El BCRA recién puso un freno a la emisión en agosto, septiembre y octubre de 2019, cuando la base monetaria creció al diez, seis y once por ciento anual. Antes de eso eran comunes subas rondando el 30 por ciento anual.

La guerra en Europa, otro acusado, tiene poco que ver. No son alzas generalizadas sino sectoriales de precios, y por ahora tampoco sostenidas. Y sus efectos alcanzaron a todo el mundo pero tasas de inflación cercanas a los tres dígitos como en Argentina son la excepción.

¿Cómo salir? Primero una advertencia. Si la relación entre emisión y PIB es importante, producir más no es solución. Si se emite al 70 por ciento anual el PIB real debería crecer al 70 por ciento anual. Imposible. El camino es emitir menos y generar confianza en el peso para que la demanda por dinero aumente en vez de bajar. A eso contribuiría un plan económico claro que incluyera la prudencia fiscal porque buena parte de la emisión en exceso se debe a los préstamos, directos e indirectos, que el BCRA le hace al gobierno para cubrir su déficit. Pero la base monetaria sigue creciendo a un 40 por ciento anual o superior, lo que es más que durante 2021, y la suba de M3 casi llegó al 80 por ciento anual en noviembre y va en alza.

Hay medidas que bajan precios y otras que bajan la inflación. Mirar el corto plazo es depender de interferencias del gobierno en la economía, que en el mejor de los casos postergan los problemas y no los solucionan.

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