Cartas de lectores I: el periplo de Gardel

Cartas de lectores I: el periplo de Gardel

23 Junio 2022

El accidente en el que murieron Carlos Gardel y otras quince personas en Colombia el 24 de junio de 1935 fue una de las tragedias aéreas más comentadas de la década de los años 30. Aunque el cuerpo de Gardel estaba carbonizado, una cadena de oro con su nombre y domicilio bastó para confirmar que eran sus restos. Atardecía en las montañas y el valle cuando una triste procesión avanzó por las callejuelas hasta el hospital de San Vicente de Paul donde se identificaron los cuerpos. A la mañana siguiente se celebró una misa en la basílica de la Candelaria. Los ciudadanos de Medellín, espantados por la tragedia del día anterior, salieron a las calles acompañando el cortejo hasta el cementerio de San Pedro. Allí sepultaron a Carlos Gardel, cerca de la tumba del famoso novelista colombiano Jorge Isaacs. En Buenos Aires se había formado una comisión, presidida por Armando Defino, albacea de Gardel, para supervisar la repatriación de los restos, con el respaldo del canciller Carlos Saavedra Lamas. El 17 de diciembre el cuerpo de Gardel fue exhumado. Defino preparó el ataúd para su largo e indirecto viaje a Buenos Aires encerrándolo en un revestimiento de cinc dentro de una caja de madera. Desde Medellín fue trasladado por ferrocarril y, en algunos de los caminos de montaña más escabrosos, por peones que lo cargaban en los hombros, hasta el puerto de Buenaventura, en la costa del Pacífico. La última etapa del viaje fue marítima, hasta Panamá, donde la preciosa carga fue trasladada a otra nave que viajaba a Nueva York, adonde llegó el 7 de enero de 1936. Fue dejado en la funeraria Hernández del barrio latino, donde los integrantes de la comunidad hispanohablante pudieron presentar sus respetos durante una semana. El día 17 fue llevado desde el Harlem hasta el muelle, donde se lo embarcó en el buque Pan América, que zarpó rumbo a la Argentina al día siguiente. En el último día de enero el buque llegó a Río de Janeiro. Varias delegaciones brasileñas subieron a bordo con ofrendas florales. El 4 de febrero llegó a Montevideo. Un comité local había pedido que se llevara el ataúd a tierra por poco tiempo. La caja fue descargada y llevada a la galería central del edificio de la aduana (cuyas paredes estaban cubiertas por colgaduras de terciopelo negro), para una breve ceremonia de cuerpo presente. A la medianoche el buque levó anclas y se internó en el Río de la Plata. A media mañana del 5 de febrero 30.000 personas se habían reunido cerca de la Dársena Norte para recibir al Pan América. No fue fácil llevar el ataúd hasta la carroza fúnebre que esperaba afuera para trasladarlo hasta el Luna Park. Al anochecer, las multitudes que llegaban eran aún mayores. Al concluir los discursos, las orquestas de Francisco Canaro y Roberto Firpo (aumentadas por músicos de otras orquestas) se dispusieron a tocar el tango “Silencio”. El tango se tocó dos veces, muy despacio, y la segunda vez lo cantó Roberto Maida. A las 9 de la mañana del 6 de febrero una multitud de 40.000 personas siguió al ataúd hasta el cementerio de la Chacarita, llevado por el carruaje fúnebre que tiraban ocho caballos. La comisión había decidido trasladar los restos del cantor a un féretro de caoba, profusamente ornamentado, donado por el magnate radial Jaime Yankelevich. El 7 de noviembre de 1937 otra gran multitud se reunió en la Chacarita para la inauguración del nuevo mausoleo. Francisco Canaro fue el encargado de descubrir una estatua de bronce, obra del escultor Manuel de Llano, que desde entonces se yergue allí. que muestra a Gardel en smoking, en una pose airada y sonriente. El nombre de Carlos Gardel figura junto a los más grandes artistas populares del siglo XX. Si hubiera vivido más tiempo su talento habría sido tan reconocido afuera, como siempre lo fue en Hispanoamérica. La muerte le quitó ese trofeo. En su propio ancho mundo, sin embargo, fue y sigue siendo una súper estrella. La historia que comenzó en Toulouse en 1890 finalizó para Gardel mismo en el aeropuerto de Medellín en 1935. Para nosotros, continúa.

Luis Salvador Gallucci



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