La lapicera del poder mancha y se queda sin tinta

La lapicera del poder mancha y se queda sin tinta

László Bíró era un genio. Una de esas personas de mente inquieta, a la que todo le llamaba la atención e investigaba en cualquier momento. Periodista, entomólogo, corredor de Bolsa, pintor y hasta agente secreto de Francia durante la segunda guerra mundial, tuvo entre sus momentos de gloria haber dado el primer paso para el invento de la caja de velocidades automática para autos en 1932. Bíró era zurdo, y mancharse con la tinta cada vez que tenía que escribir lo molestaba terriblemente. Como buen inventor, entonces, diseñó un prototipo de lo que luego conoceríamos como bolígrafo. Se inspiró en los rodillos que imprimían los diarios, con la tinta ya seca en el papel. Pero el invento tenía problemas técnicos y además en su Hungría natal, Bíró no conseguía inversores. En 1938, trabajando como periodista, Bíró estaba en el lobby de un hotel escribiendo un telegrama con su invento, lo que llamó la atención de un hombre que estaba descansando en el mismo lugar. Ese hombre era Agustín Pedro Justo, presidente de la Argentina, que se mostró interesado en ese objeto, y le aseguró que si lo llevaba a nuestro país tendría inversores y podría patentarlo. Así, rebautizado Ladislao Bíró, el genio llegó a Argentina. Cuenta la historia que el inventor aún no podía hacer que el cilindro donde iba la tinta contuviera sin problemas el líquido, lo que no permitía una producción estable. Viendo su nerviosismo, su amigo y socio Juan Jorge Meyne lo invitó a ir de viaje. Y fue justamente en una hostería de Tafí Viejo, sí, en Tucumán, donde a Bíró “se le prendió la lamparita” y pudo subsanar el problema. Así nació la “birome”, mezcla entre los apellidos del húngaro y su amigo Juan. De Argentina al mundo.

“Alberto, vos tenés la lapicera, te pido que la uses”. Cristina Fernández de Kirchner usó estas palabras en el acto por los 100 años de YPF. Le hablaba a Alberto Fernández, al Presidente. “Hay un deporte nacional de apoderarse de las reservas del Banco Central con distintos mecanismos, sobre todo con una brecha como la que tenemos. Yo te dije que vos tenías la lapicera. Yo lo que te pido es que la uses, que la uses con los que tienen que darle cosas al país…”. De esta manera, Cristina le marcó, otra vez, la cancha al presidente. Dos días después, el presidente usó la birome y echó al ministro Matías Kulfas, responsabilizándolo por una campaña de prensa contra la vicepresidenta. Pero mientras tanto, cíclicamente, Argentina sufre por la falta de energía en verano, y por la falta de gas en invierno. Y hasta el momento no hubo ningún bolígrafo que pudiera solucionar esa crisis energética.

La lapicera, ese invento que le reclama la vice al presidente, se usa, entre otras cosas, para firmar. Para delinear planes de Gobierno, para rubricar compromisos, para plantear cambios, para hacer que los ciudadanos, en síntesis, puedan vivir mejor. Desde hace años, las lapiceras de los dirigentes en Argentina, parecen sin tinta. O manchan. O se usan, pero esas firmas no redundan específicamente en más beneficios. Néstor Kirchner dejó un índice inflacionario de 11.6%; Cristina lo elevó al 25,2% y con Mauricio Macri alcanzó el 33,7%. Y en el gobierno actual llegó al 58%, con riesgo de elevarlo al 70% antes de fin de año. Los aumentos de servicios también están a la orden del día. Y para eso también se necesita una lapicera. Ni hablar de los impuestos: se crearon 21 desde que asumió Alberto Fernández, con riesgo de sumar uno más si se aprueba la “renta inesperada”. Se podrían usar lapiceras para tener mejores planes de seguridad, para que la Justicia funcione acorde a los reclamos populares, para que el narcotráfico deje de ser el dueño de nuestras calles. Se podrían usar lapiceras para que la pobreza en un país que tiene riquezas por todas partes no supere al 50% de la población. Se podrían usar lapiceras para mejorar las conexiones de internet, y que no haya chicos que deben caminar kilómetros para tener señal y poder hacer las tareas; para bajar los precios de la canasta básica; para que jubilados, docentes y personal sanitario ganen mejor. Pelear por quien tiene, o no, la lapicera, no sería la mejor estrategia para cerrar la grieta. Ni mucho menos para lograr un país mejor.

La figura de Agustín Pedro Justo debería llamar a la reflexión. El hombre que convenció a Bíró para que patentara su invento en Argentina estuvo al frente del país durante la Década infame, y pasó a la historia por actos de corrupción y negociados con la obra pública. ¿Habrá usado una de las lapiceras del inventor húngaro para rubricar esos convenios?

Es conocida la historia de la firma del pago total de la deuda que consiguió Néstor Kirchner, desembolsando 10.000 millones de dólares. Para rubricar ese pacto, el entonces presidente de los argentinos utilizó una humilde Bic. Vaya paradoja. Para firmar tan histórico acuerdo utilizó un bolígrafo “del pueblo”. Pero cuando la Justicia allanó la casa que compartía con la actual vicepresidenta en la causa por la ruta del dinero encontró una vasta colección de lapiceras, en su mayoría Montblanc, la indiscutida reina del rubro, Cross y Dupont. No sólo hay que parecer humilde. También hay que serlo.

Comentarios