Sexualmente hablando: una de monarcas

Sexualmente hablando: una de monarcas

Sexualmente hablando: una de monarcas

En la Europa del 1700, el doctor holandés Gerard van Swieten -quien se hiciera famoso como reformista de la medicina y fundador de la Escuela Médica de Viena- les daba ayuda sexual a los miembros más importantes de la sociedad. Tan es así que a él acudió un día la emperatriz María Teresa de Austria por un asunto delicado: se sentía infeliz, insatisfecha y confundida por su incapacidad tanto para concebir después de tres años de matrimonio como para lograr una penetración placentera por parte de su marido, el emperador romano Francisco I. A esto se agregaba el peligro de los rumores que habían empezado a correr en las cortes de Viena acerca de la “esterilidad” de María Teresa (no había intenciones de culpar al emperador, desde luego).

¿Qué es lo que les ocurría en la intimidad? Van Swieten llegó a una conclusión que habría causado un gran revuelo si no hubiera estado expresada en latín: Praeteria censeo, vulvam Sacratissima Majestatis, ante coitum, diutius ese titillandam. Según su diagnóstico: “Los órganos sexuales de Su Sagrada Majestad deben ser estimulados un tiempo antes del coito”. Juegos previos, que le dicen.

Los consejos sexuales del buen doctor dieron resultado, ya que María Teresa acabó por dar a luz a 16 hijos (la número 11 fue María Antonieta). Además, la pareja se ganó la reputación de ser amantes ardientes y apasionados y la emperatriz se convirtió en una gran defensora del placer sexual.

En 1770 María Antonieta, con 14 años, se casó con Luis Augusto, un año mayor, heredero del trono francés. La historia parecía repetirse, ya que la joven pareja no lograba consumar su relación.

La emperatriz, que se volvió una mujer muy dominante en su madurez, creía que la responsabilidad radicaba en la ineficacia de su hija para inspirar la pasión de Luis XVI. Tampoco ayudaban los procaces panfletos populares de la época que mostraban a la reina como una esposa lesbiana e infiel: la princesa de Lamballe era a quien señalaban las habladurías cortesanas como la que calmaba la frustración sexual de la reina “con sus pequeños dedos”.

Se cree que esta falta de respeto hacia la familia real constituyó una de las causas de la Revolución Francesa. Sin embargo, la desastrosa vida sexual de María Antonieta y Luis XVI no estaba relacionada con la personalidad del rey -a quien, según dicen, le apasionaba más ir a cazar que cualquier otra cosa- ni con la inestabilidad neurótica de su esposa. Al parecer, el principal motivo tenía que ver con un padecimiento físico: el rey tenía fimosis, estrechez de la abertura del prepucio que impide descubrir el glande total o parcialmente, produciendo dolor en la penetración. Logró superar la dificultad con paciencia -se negaba a una intervención quirúrgica porque la sola idea le producía un gran temor- y, luego de siete años, la pareja pudo por fin sellar su unión.

María Antonieta fue muy explícita al respecto en una carta a su madre: “Estoy muy feliz. Hace ocho días que el matrimonio está totalmente consumado. La prueba se ha repetido y ayer incluso de forma más completa que la primera vez… No creo que esté todavía embarazada, pero al menos tengo la esperanza de poder estarlo de un momento a otro”.

Lo que vino después, ya es historia.

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