“Trumputin”, el huevo de la serpiente

“Trumputin”, el huevo de la serpiente

04 Abril 2022

Carlos Duguech

Columnista invitado

La oportunidad que advierto en el ensamble de los apellidos de dos presidentes del clásico escenario bipolar de EEUU y Rusia (sucesión de EEUU-URSS) permite sostener una apreciación sobre lo que ahora mismo está sucediendo en territorio ucraniano bajo el asedio guerrero y devastador de vidas y bienes por la Rusia de Putin.

A nadie se le hubiera ocurrido que en una cuestión entre dos países limítrofes como Rusia y Ucrania, de historias mancomunadas y opuestas a veces -según los periodos cambiantes de la historia - y, particularmente de la ya casi mítica URSS, pudiera poner en juego la seguridad no sólo de toda Europa, sino del mundo entero: el espacio donde volcaría su carga destructora total la energía de las bombas nucleares de prosperar las amenazas desde el área dominada por Putin.

Hubo una extendida relación con múltiples idas y vueltas; de propuestas y rechazos entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética en torno a la cuestión de las armas nucleares en las Europas. Las dos, la bien custodiada hasta desde la otra orilla atlántica y la del Este, ligada pared de por medio con el coloso imperio soviético. La “gimnasia” política entre los dos colosos nucleares tuvo un peligroso pico en lo que se llamó “crisis de los misiles” (1982). Los instalados en Cuba por la ex URSS que motivaron finalmente un acuerdo que se suponía tripartito (con Cuba) fue resuelto en una mesa a la que se sentaron solamente Nikita Kruschev y John Kennedy.

Misiles de las dos Europas

El Tratado INF (por las siglas en inglés de Intermediate-Range Nuclear Forces) comúnmente llamado “de los euromisiles” fue la culminación de muy laboriosas tramitaciones y entrecruzamiento de propuestas entre los EEUU y la URSS. Un acuerdo que se firmó en Washington el 8 de diciembre de 1987.

Los protagonistas: el entonces presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan y el que por entonces aparecía con el largo título de Secretario general del Comité Central del partido comunista de la URSS, Mijaíl Gorbachov. Vale citar que uno de los cambios notables que introdujo el carismático líder ruso fue el de cambiar esa denominación del cargo - luego de instrumentar su Perestroika- por el de “presidente de la Unión Soviética”. Un larguísimo camino fue necesario recorrer, pasando por Ginebra y por Reikiavik (capital de Islandia). Casi una metáfora el lugar por aquello de la guerra fría.

Finalmente se desmantelaron y destruyeron en suelo europeo (del Oeste y del Este) como consecuencia del tratado Reagan- Gorbachov casi 2.700 misiles (846 de EEUU y 1.846 de la URSS). Una verdadera epopeya de desarme en plena guerra fría. El mundo, y Europa especialmente, empezaron a respirar con más confianza.

El “tablero” de Trump

El más previsible de los presidentes imprevisibles de los Estados Unidos tenía vocación por imponer su personalidad y su huella en todo lo que hubiera a su paso y en relación con sus antecesores en la Casa Blanca y las respectivas políticas internacionales. Así se excluyó de los de Paris (Cambio climático) y hasta del grupo extraordinario conformado con los otros cuatro integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania, para controlar en acuerdo con Irán sobre la no utilización bélica de la energía nuclear en ese país teocrático. Un logro espectacular de la diplomacia, nunca logrado antes.

En el primer día de febrero de 2019 confirma Trump lo que venía anticipando a fines de 2018. Anunció que al día siguiente que EEUU se retiraba de los acuerdos por los euromisiles (¡luego de 32 años de vigencia!). Y la Rusia de Putin, no esperó ni una hora.

El mismísimo día 2 de febrero de 2019 anunciaba que hacía lo propio. Cero a cero. Empate siniestro.

Putin, manos libres

A partir de que Trump pateara el tablero del acuerdo Reagan-Gorbachov, Vladimir Putin sentía libre sus manos para disponer cuando lo creyera conveniente del arsenal nuclear a su antojo. De haber continuado en vigencia el tratado de los “euromisiles” es casi improbable que Putin se hubiera arrogado el derecho de amenazar -con advertencias y otros modos propios de su personalidad de relación- de recurrir a las armas nucleares de las que hace gala.

Difícilmente Putin se hubiera tentado a mencionar, al principio como al pasar, sobre la moderna flota de misiles con ojivas nucleares que posee Rusia en el contexto en el que su país estaba ligado a los EEUU por un acuerdo con 32 años de vigencia.

En tal caso Biden, desde Washington se lo habría recordado. Y desde la Casa Blanca empezarían a darse cuenta de que podrían involucrarse de modo concreto en el sangriento asunto de esa Ucrania invadida por fuerzas guerreras que ya tantas víctimas, destrucción y emigración de refugiados viene causando. El huevo de la serpiente se anidaba en la Casa Blanca, la de Trump.

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