¿Y si rebobinamos hasta el inicio?

¿Y si rebobinamos hasta el inicio?

¿Y si rebobinamos hasta el inicio?

No hay margen para especulaciones porque las estadísticas son categóricas: en los últimos 50 años la pobreza en la Argentina pasó de un 7% a afincarse en torno al 40%, puntos más o puntos menos. Tampoco hay lugar para los egoísmos o los caprichos: desde hace ya una década, el promedio nacional da que uno de cada dos chicos termina en tiempo el secundario y que otro 20% lo hace durante la década siguiente; el 30% restante, nunca. Mucho menos hay margen de tolerancia: más del 51% de los niños de 0 a 14 años en el país son pobres. El derrumbe social, tal cual muestran los números, es escandaloso.

Achacar a un solo partido o gobierno la responsabilidad de semejante decadencia es injusto. Para eso sirve el revisionismo. Basta un repaso para darse cuenta de que la caída por el tobogán lleva años. A principios de los 70 la pobreza alcanzaba al 7% de la población. Según coinciden todos los especialistas, a la vuelta de la hiperinflación de los 80, de la convertibilidad de los 90 y de la crisis de 2001 se llegó a ese 40% que se mueve para arriba o para abajo según la temporada, pero que jamás se perfora.

“Los cálculos muestran que del total de pobreza hay 15 puntos por lo menos que son un efecto macroeconómico, fundamentalmente la inflación que hace que los salarios pierdan poder adquisitivo y afectando la reproducción del empleo existente”, afirmó esta semana Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA. Lo dijo luego de que se conocieran los últimos números del Indec, que arrojaron la cifra de casi 17,2 millones de personas que no tienen los recursos para alimentarse, vestirse ni garantizarse salud y educación.

A juzgar por sus dichos, nada hace vislumbrar un panorama alentador. Como la pobreza se mide por ingresos, la clave es bajar la inflación para que los indicadores mejoren. Sin embargo, todo indica que este 2022 será aún más dramático porque el alza de precios interanual ya supera el 50% y a lo largo de este año se estima que rondará el 60%. De hecho, en este primer trimestre, en donde aún no se sintió el impacto de las paritarias pero sí la suba de los precios en alimentos y otros insumos, el costo de la Canasta Básica Total hará que el porcentaje de pobres vuelva a superar ese maldito 40%.

Como la última semana de marzo no quiso dejar que en la cabeza de los argentinos solo hubiera números, la pobreza apareció con rostros frente a nuestras narices. Miles de personas, beneficiarias de programas sociales y desocupados, coparon los paseos más emblemáticos del país para exponer aún más a los gobiernos nacional y provincial. Niños, jóvenes y adultos, movilizados por organizaciones piqueteras y de izquierda, dieron una cachetada de realidad a la sociedad. Es la foto que se esconde detrás de las estadísticas.

Sin expectativas

Días atrás, las cifras del Indec habían mostrado una reducción sustancial del desempleo que, a nivel nacional y en el último año, bajó del 11 al 7%. Aun así, la pobreza no ofrece una tregua y el humor social está llegando a un límite. Las encuestas son contundentes en ese sentido: buena parte de la sociedad ha perdido expectativas, esperanzas y motivación.

Este último punto es quizás el más gráfico para sintetizar el daño que causa la inflación. Porque aunque una persona con trabajo acceda a un aumento de sus ingresos, difícilmente esa actualización iguale la inflación y, aún en ese caso, no lo hará a la misma velocidad que el avance de precios.

La situación en el mercado informal laboral es todavía peor, porque es el que más sintió el impacto de la pandemia en estos últimos dos años. Por lo general, los asalariados informales son quienes sostienen hogares que fluctúan al borde de la CBT. Según los datos oficiales, son alrededor de 4,5 millones que perdieron todo o casi todo a partir de 2019 y que comenzaron a recuperar ingresos, de a poco, el año pasado.

“Si se lograra bajar la inflación a un dígito y crecer a un ritmo leve de 2% anual, se bajaría al 25% la pobreza. Después para llevarla por debajo de ese límite ya entran en juego las causas estructurales. Debería aumentar notablemente la inversión para producir empleo genuino formal”, añadió Salvia. El problema de la inflación, claramente, no es tan fácil de resolver como había dicho Mauricio Macri antes de asumir, ni culpa del diablo, como sostiene ahora Alberto Fernández. Uno se fue con la promesa de “pobreza cero” sobre su cabeza y el otro acumula ya 2,6 millones de pobres nuevos desde que se hizo cargo del Ejecutivo nacional.

En este contexto, imaginar un país en recuperación suena más a un acto de optimismo que de realidad. Los datos oficiales son elocuentes: la última medición retrata que la pobreza infantil y de adolescentes (0-17 años) fue de 51,8%, con una tasa de 54% en el caso de los adolescentes (12-17 años). “Hace mucho tiempo que los gobiernos no priorizan a la infancia en la Argentina”, afirmó la socióloga Ianina Tuñón en febrero, en una entrevista con Clarín. Y agregó: “todos estos chicos, más allá del sector social del que provengan, deben tener el derecho a poder seguir estudiando. Pero esto implica una dirigencia muy valiente que establezca debates que no se están dando en la Argentina y que muchos sectores se sienten en esa mesa a discutir”. El especialista Paulo Falcón es aún más crudo y habla de una tragedia educativa. “Por eso dejó de haber tensión en el ingreso universitario, en cuanto a volumen. Hay menos personas en condiciones de llegar a la educación superior”, sintetizó.

Aunque suene duro, la escuela se transformó para miles de familias en un comedor y es una de las formas que encontró el Estado para frenar la deserción escolar. En Tucumán, sin ir más lejos, hay 1.019 establecimientos que brindan alimento a unos 264.000 niños y adolescentes.

La pregunta que surge, después de masticar los números y de analizar los planteos de los especialistas, es si la Argentina cuenta con una clase dirigente acorde con la magnitud de los problemas que se tienen. Y ahí es en donde comienza a aflorar el pesimismo. En el Gobierno, el poder está partido y el Presidente no se habla con su vicepresidenta. Para abajo, en consecuencia, se derrama anarquía al punto que un ministro como Eduardo “Wado” de Pedro llegó a admitir “que no hay coincidencias” dentro de la coalición de Gobierno sobre cómo afrontar la crisis económica. Enfrente, el principal bloque opositor también aparece enfrascado en una discusión por las candidaturas para 2023 y las apariciones cada vez más frecuentes de Macri suman inquietud y tensión en Juntos por el Cambio, como si nada hubiesen aprendido de la experiencia de 2015 a 2019.

“Rebobinar hasta aquel inicio. Hasta el mismo precipicio por el que caímos juntos”, canta Jorge Drexler en “Cinturón Blanco”, el tema que presentó el 24 de marzo. Parafraseando al uruguayo, quizás sea cuestión de que de un lado y de otro quemen los álbumes de fotos, desprogramen los pilotos automáticos y las agendas para empezar de cero. Que vuelvan a ser principiantes con cinturón blanco.

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