Un libro revela cómo el país lidia con el FMI casi igual que en 1984

Un libro revela cómo el país lidia con el FMI casi igual que en 1984

El ensayo “Diario de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín” podría ser la crónica del Gobierno, de la oposición y de los actores internacionales involucrados en una historia repetida.

Abajo: Juan Carlos Torre, funcionario alfonsinista, y autor del libro “Diario de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín”. Abajo: Juan Carlos Torre, funcionario alfonsinista, y autor del libro “Diario de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín”.

Al intelectual Juan Carlos Torre el confinamiento obligado por el coronavirus lo enfrentó a una cuestión pendiente que arrastraba desde los 80: la escritura de las memorias que acumuló y guardó sobre su actuación como funcionario del primer Gobierno de esta fase de la democracia argentina. El sociólogo e investigador tituló al libro resultante “Diario de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín” (2021), pero el ensayo dista de ser un artefacto sobre el pasado. Si se borraran los nombres, quedarían los mismos acontecimientos amenazantes que hoy enfrenta la administración de Alberto Fernández, un presidente que, para abonar las casualidades, suele identificarse con Raúl Alfonsín.

El quinto piso es el punto más caliente del Ministerio de Economía de la Nación. Esa planta alojó a los 30 ministros que intentaron resolver las patologías materiales de la Argentina entre 1983 y el presente, y que, salvo contadas excepciones, terminaron derrotados por la tarea o devorados por un país en llamas. Martín Guzmán es, justamente, el trigésimo ministro, pero sus problemas son casi los mismos que los que dominaron el período de Bernardo Grinspun, primer titular de Economía durante el alfonsinismo. Pasan los funcionarios, las agendas permanecen, pero aquellos papeles con diagnósticos sólo son iguales en la superficie, como en el fondo no son iguales la enfermedad crónica y la que, tras ser curada, desaparece.

Izquierda arriba: el presidente Raúl Alfonsín (1983-1989). Izquierda abajo: el primer ministro de Economía de Alfonsín, Bernardo Grinspun. Izquierda arriba: el presidente Raúl Alfonsín (1983-1989). Izquierda abajo: el primer ministro de Economía de Alfonsín, Bernardo Grinspun.

Con los matices del caso y las excusas que merecen las simplificaciones, Guzmán y el canciller Santiago Cafiero serían a Fernández lo que Grinspun y Dante Caputo fueron a Alfonsín. La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner sí que carece de “doble”: su homólogo Víctor H. Martínez no pinta nada en la encrucijada ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) que narra Torre. El relato ubica a radicales y a peronistas en lugares cambiados: los que hace 38 años eran oficialismo, hoy juegan en la oposición, aunque es cierto que en ese tiempo los dos grandes partidos originales se desmembraron en una pléyade de expresiones políticas; surgieron fuerzas nuevas y ese conjunto de fragmentos forjó las coaliciones actuales.

Lo que no se modifica -o se modifica poco- son el Fondo y el orden internacional que lo rige con Estados Unidos como accionista principal. En el sillón donde estaba el banquero francés Jacques de Larosiere se sienta la búlgara Kristalina Georgieva. Más allá de las cabezas, allí están los expertos decodificadores del péndulo nacional. Leer el libro de Torre permite ponerse en los zapatos de los que deben recibir y atender los argumentos de los negociadores argentinos. Debe ser difícil creer a quienes tantas veces prometieron que iban a sanear las cuentas y al poco tiempo terminaron invariablemente pidiendo un nuevo préstamo.

Surfear hacia adelante

Torre se sumó al equipo de Gobierno de la mano de Adolfo Canitrot y de Juan Sourrouille, secretario de Planificación primero y, luego, reemplazante de Grinspun. El 27 de abril de 1984 comenzó a grabar los testimonios de sus experiencias que serían la materia prima del libro. El país y sus administradores corrían tras los incendios del corto plazo, sin comprender la magnitud de la crisis económica que había precipitado el retorno al sistema democrático. La gente de Planificación por esos días se preguntaba: “¿cómo es posible pensar una política económica sin saber si al cabo de ese ejercicio habrá una autoridad política capaz de llevarla a la práctica?”.

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El inventario de la crisis incluía, entre otras herencias pesadas que persisten hasta la fecha, una inflación del 400% anual sin precedentes, “la más alta del mundo”; un producto bruto per cápita inferior al de 1970; un producto bruto industrial inferior al de 1971; una deuda externa que equivale a no menos de cinco años de exportaciones; deserción escolar, mortalidad infantil y la emergencia de la pobreza “como problema social” en un país con formidables recursos, y un descontrolado déficit fiscal superior al 15% del producto bruto interno de 1983.

Pese a los indicadores desastrosos, Alfonsín se resistía a abordar crudamente la crisis “por temor a que se desvaneciera la esperanza puesta por los argentinos” en la restauración constitucional. También se aferraba a la decisión de mantener el poder adquisitivo de los salarios mientras observaba de reojo cómo el sindicalismo peronista se preparaba para paralizar al país. Torre percibe la tendencia a evadir la realidad de que solicitar ayuda financiera al Fondo suele implicar un programa de ajuste y anota que atrasar la negociación conlleva a una pérdida de confianza que presiona sobre el valor del dólar. En ese temporal, había ganado la postura de esperar en contra de propiciar un shock que frenara el descontrol, como había propuesto desde el Banco Central el joven economista Ricardo López Murphy. Y cada día las cuentas públicas se deterioraban un poco más.

El 30 de mayo de 1984, Torre escribe una carta a su hermana en la que le confiesa su impresión de que “en la flamante democracia se recortó otra vez el perfil del viejo fantasma argentino, la ingobernabilidad”. “Cuánto cuesta a los gobernantes cobrar conciencia de los riesgos que entraña la coyuntura económica… En este sentido, el Gobierno de Alfonsín está en camino de ilustrar un fenómeno conocido: la dificultad de las administraciones democráticas para asumir sus responsabilidades económicas”, dice. Más adelante agrega que, ante las urgencias, el Presidente se había limitado a “sonreír a todos, dar una palmada a todos y bueno… a seguir surfeando hacia adelante”.

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Comedia yanqui

Mientras tanto, hay que enfrentar a los técnicos del Fondo. “Cada misión (a Washington) es como un acto de comedia”, describe el autor a partir de la conversación con miembros de la comitiva encabezada por Grinspun. El ministro estaba en ese momento convencido de que podía llegar a un arreglo a partir de ofrecer voluntarismo, “respuestas confusas” y “ambigüedades” a los planteos concretos de los técnicos de De Larosiere, en particular respecto del plan para contener las subas de precios.

“La situación actual no puede ser más inquietante. En efecto, si la Argentina hubiera iniciado por su cuenta un programa antiinflacionario hace tres meses, podría haber llegado a un acuerdo con el FMI: en consecuencia, la lucha contra la inflación no quedaría asociada necesariamente a un acuerdo con el FMI. Pero si se firma como está previsto el acuerdo con el FMI en simultáneo con el lanzamiento del plan de estabilización, ¿cómo evitar que ello sea visto como una expresión de la subordinación a los dictados del Fondo? Por otro lado, rechazar todo y encaminarse a una ruptura en el frente externo es una opción arriesgada. Cualquiera de las alternativas que están sobre la mesa no tendrán una resolución positiva ni para el país ni para la suerte política del Gobierno”, analiza Torre el 24 de agosto de 1984.

Al final, la Argentina de Alfonsín no rompió con el organismo multilateral así como tampoco prosperó la búsqueda de un arreglo blando. Grinspun se ve obligado a dejar de lado sus fantasías y sus empecinamientos, y acepta una reestructuración que comporta un “ajuste muy duro”. El 3 de octubre de 1984, Torre describe que el anuncio del acuerdo con el FMI había desatado una euforia incomprensible. “Parecía que la Argentina había ganado una medalla en los Juegos Olímpicos cuando en verdad se había comprometido a implementar un estricto programa de austeridad”, apunta. Más adelante, agrega que la firma de los acuerdos con el FMI ha llevado al Gobierno a hacer suya la posición que el Presidente había criticado durante la campaña electoral. Esa ilusión consistía en la idea de llevar en forma simultánea un aumento del salario real, una reactivación de la economía y una caída de la inflación.

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“Como era previsible, un Gobierno que no lograba encontrar la racionalidad por su cuenta es conducido a ella, pero de la mano de un libreto ortodoxo, que está al servicio de los bancos acreedores”, reflexiona Torre. El día después de acordar con el Fondo, Alfonsín vio cómo los gobernadores corrían en malón a la Casa Rosada para implorarle que liberara fondos para pagar sueldos y aguinaldos, y cómo la Confederación General del Trabajo o CGT iniciaba una secuencia de paros generales sin precedentes mientras la economía se deslizaba por la senda de la recesión. Así terminó 1984 y, al poco tiempo, Alfonsín abandonó a Grinspun y comenzó el período de Sourrouille en el quinto piso del Ministerio de Economía, con Torre como subsecretario de Relaciones Institucionales.

Una certeza (al fin)

De vuelta a 2021, en una entrevista llevada adelante en octubre tras una reunión académica en Tafí del Valle, el autor de “Diario de una temporada…” contó que muchos le preguntaron qué había sacado en limpio de ese tiempo en el epicentro del sismo que sacude sin pausa a la Argentina. “Yo digo que una gran compresión para todos aquellos que están en la gestión de la economía, cualquiera sea el color político, cualquiera sea el partido porque ese lugar, el quinto piso, es muy difícil de sobrellevar. Entonces, estoy siempre dispuesto a escuchar y siempre con un espíritu muy tolerante acerca de cómo se hacen las cosas en la economía. Quedé en una situación en la que no levanto el dedo acusador con la rapidez del común de los mortales. Lo hago, digamos, con cierta prudencia”, evaluó el sociólogo.

Lo más interesante del caso es que Torre no quería hablar sobre la actualidad, aunque no podía sino admitir que su obra anclada en el pasado contradecía su deseo. “Es cierto que aparece la sensación de que (el libro) relata algo que estamos viviendo ahora. ¿Por qué? Porque la Argentina siempre está dando vueltas en torno de las mismas dificultades, con los mismos actores, con los mismos dramas: se repone siempre la misma agenda. ¿Cómo ofrecer estabilidad y crecimiento a un país atravesado por pujas distributivas muy fuertes? ¿Y cómo, en un paisaje de ese tipo, es posible una gestión racional de la economía? Eso nos lleva a frecuentar un mismo escenario: los gobiernos, los grupos de presión, los sindicatos, el Partido Justicialista, el Fondo Monetario, Estados Unidos... estos son los actores permanentes. Cada capítulo tiene sus detalles distintivos, pero en ellos resuenan ecos angustiantes”, explicó. ¿Cómo termina la telenovela en marcha? A diferencia de otras veces en las que la incertidumbre era total, existe esta certeza: hay un final que ya está escrito si todo se mantiene igual que de 1984 a esta parte.

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