La Pulp Fiction argentina

Pulp Fiction. Si bien esta película de 1994, escrita y dirigida por el excéntrico y creativo Quentin Tarantino, se tradujo en Hispanoamérica como “Tiempos Violentos”, su nombre original es más sofisticado y se remonta a una literatura de culto.

El término hace referencia a un formato de revistas baratas y populares que se consumieron durante la primera mitad del Siglo XX.

Eran publicaciones especializadas en narraciones e historietas de diferentes géneros de la literatura de ficción. Con argumentos simples y con dibujos o impresiones artísticas similares a un cómic o una historieta.

Sus relatos incluían ciencia ficción, ficción de horror, suspenso, acción, romance y fantasía, casi siempre con elementos lascivos como la violencia y el erotismo, casi pornográfico en el contexto de esa época.

El filme de Tarantino se cuenta con una narrativa no lineal en donde se mezclan varias historias, todas vinculadas a criminales de Los Ángeles.

Sus diálogos son elegantes, entrelazados con humor, ironía y violencia extrema.

Este largometraje multipremiado nos remonta por varias razones a la Argentina actual. Un país que atraviesa por varias historias (realidades) paralelas, que se entrecruzan en el sarcasmo mordaz y humillante, el humor negro hiriente, y siempre con la violencia como denominador común de cada crónica diaria.

Como en esta extravagante película, nadie espera que en medio de una escena graciosa, con música romántica de Ricky Nelson, sin previo aviso, un mafioso desenfunda una pistola y le vuela los sesos a otro hombre.

Combinaciones extrañas e inesperadas. Es lo que percibe una parte importante de la sociedad cuando escucha el relato político dominante. ¿En dónde viven?

Sensación que dejaron los discursos en Plaza de Mayo el 10 de diciembre, cuando se celebró el Día de la Democracia, aunque en realidad fue un acto peronista financiado con dinero del Estado.

Fiesta de la democracia hubiera sido que estuvieran todos los sectores políticos, todas las religiones, todos los actores civiles y empresarios, y todos los gremios que no fueron.

En cambio, escuchamos una arenga vehemente de la vicepresidenta Cristina Fernández contra la oposición, como si le faltara violencia a esta sociedad, entremezclada con sonrisas, carcajadas y festejos, con los clásicos bailecitos sobre el escenario que tanto le gustan a la ex presidenta. Pulp Fiction.

Nos recordó con crueldad los festejos de otro 10 de diciembre, el de 2013, cuando Cristina bailaba rimbombante sobre un escenario, también en Plaza de Mayo, mientras los tucumanos se asesinaban unos a otros en medio de una provincia librada a la anarquía, con un gobernador cuya primera reacción fue resguardar los autos de sus concesionarias para que no los atacara la horda.

Pulp Fiction, aunque a esta versión le faltó el sexo.

En este escenario de hace dos semanas, Cristina volvió a ser la de siempre, embelesada consigo misma, como una rock star que acaba de interpretar su mejor hit.

Luego le tocó el turno al presidente Alberto Fernández, también con esa sonrisa perpetua que no se condice con los cinco millones de indigentes, y que tuvo que decir lo que minutos antes Cristina, ante una multitud, lo había condicionado a que dijera.

Si a esto le sumamos a un Pepe Mujica sentadito atrás, visiblemente incómodo con los discursos, al punto que no aplaudió una sola mención, y hasta en un momento pareció cabecear, y a un Lula da Silva que lanzó su campaña presidencial en un acto peronista, lo de Tarantino fue premonitorio.

Violencia local

Los tucumanos estamos acostumbrados al género Pulp Fiction, con un gobernador que incluso fue apodado “el hombre que siempre ríe”, porque su sonrisa no se desdibuja ni hasta cuando comunica malas noticias, siempre heredadas del gobierno anterior, es decir, de él mismo.

El subdirector de Tránsito de la capital, Enrique Romero, rompiendo a mazazos los bolardos de las semipeatonales hace unos días es la caricatura de un género literario atravesado por la violencia.

La furia social actual es multicausal y repentina, inesperada, como cuando Samuel Jackson y John Travolta, de la nada, acribillaron a balazos a Frank Whaley en esa escena memorable.

A diario somos testigos de hechos de violencia en el tránsito desquiciado, varios de los cuales quedan grabados en los celulares y luego son viralizados.

Actos de furia que le costaron el cargo a un juez o la vida a un hombre hace muy poco, luego de recibir una patada en el rostro en una pelea con un motociclista, en Yerba Buena.

Poco antes, un hombre había noqueado a un inspector de Tránsito, en avenida Mate de Luna y Amador Lucero, cuando secuestraron el auto de su hijo, quien circulaba sin documentación.

Estos son sólo ejemplos aislados de algunos casos que tomaron mayor trascendencia, pero ocurren todos los días.

A la prensa llega, y mayormente por trascendidos, un ínfimo porcentaje de los hechos delictivos que ocurren por día, y que son denunciados. A su vez, se estima que menos del 20% de los delitos se denuncian. Vivimos en una sociedad ultraviolenta.

La pobreza genera violencia y ni hablar el hambre. “Está idiota del hambre”, suele decirse, pero no es una metáfora de mamá o papá, es la ira que surge por no comer. Y si esta carencia es endémica, la furia se hace carne.

No llegar a fin de mes provoca frustración, desesperación, impotencia y finalmente, violencia.

La pandemia en general -y la prolongada cuarentena- nos impactó de muchas formas, según nuestras personalidades y nuestros recursos. Depresión, angustia, pánico, ansiedad, desconcierto, inestabilidad emocional son algunos de los muchos síntomas que se profundizaron. Y también la violencia, intrafamiliar, laboral y social.

Redes del odio

Las redes sociales son otras de las grandes usinas de odio que nos atormentan a la mayoría de nosotros. Por WhatsApp, Instagram, Facebook, Twitter o los foros, entre otras, se agigantan la grieta política, la enemistad deportiva, la xenofobia, el racismo, la homofobia, la envidia y los celos, el narcisismo y la soberbia, la ostentación provocativa, el machismo y la violencia de género, el feminismo intransigente y agresivo, en definitiva, la intolerancia en general.

Si bien también ocurren cosas buenas en las redes, como las cadenas solidarias, la gente que se reencuentra después de muchos años o hasta se enamora, lamentablemente, en su mayoría son un amplificador del odio, el fanatismo, la información falsa, los escraches y la intolerancia, y en muchos casos fomentados y financiados por la política.

Y allí el punto más importante. Al margen de un contexto socioeconómico gravísimo, caldo de cultivo para todo tipo de confrontaciones, no podemos pretender que la sociedad conviva pacíficamente si la violencia comienza instalándose desde las esferas más altas.

Quienes pudimos presenciar toda o parte de la sesión de la Cámara de Diputados de la Nación, que duró 20 horas, más cuatro de labor parlamentaria, en donde se trató el proyecto del Presupuesto 2022 que envió el Gobierno, fuimos espectadores de una maratónica Pulp Fiction.

Agresiones, descalificaciones, sarcasmos malintencionados, chicanas e insultos de toda calaña fueron una constante. Todo esto en una atmósfera de ficción Pulp, berreta, tan alejada de la dura cotidianidad que enfrenta a diario la mayoría de los argentinos.

“¡Es lo único que faltaba, lo único que faltaba, pedazo de pelotudo!”, le espetó el diputado radical Miguel Bazze a Sergio Massa, sin percatarse que su micrófono continuaba abierto.

Porque esta disociación de la realidad que manifiesta la clase política también genera violencia.

Lo padecimos a lo largo de todo este año en que la dirigencia estuvo muy concentrada en la campaña electoral, mientras el país se caía a pedazos. Y lo seguimos viendo ahora, como en la sesión de ayer, donde quedó claro que la prioridad en la política argentina es el reparto de poder en 2023. El resto, es decir la tragedia que viven millones de personas, puede esperar.

Una de las pocas voces autocríticas que se escucharon ayer fue la de la hoy opositora Graciela Camaño, quien junto a Florencio Randazzo responden a Roberto Lavagna: “Y nosotros estamos acá, como hace mucho tiempo, tratando de decirle a la sociedad que, lamentablemente, que esta manera de hacer política, odiándose entre los políticos, desconfiándose entre los políticos, buscando ver cómo me posiciono mejor para la próxima elección, no va con la búsqueda del bien común. Porque el bien común no está acá adentro muchachos, el bien común no está en el cargo que voy a conseguir para la próxima elección; el bien común está en nuestra sociedad que desde hace mucho tiempo tiene dirigentes que en lo que menos piensan es en el bien común. Nos olvidamos qué es ser dirigente, nos olvidamos qué es ser funcionario público, nos olvidamos qué es la búsqueda del bien común. Y si no hacemos un razonamiento vinculado a estas conductas vamos a seguir en alegre algarabía, tratando de ver cómo resolvemos nuestras cuestiones personales”.

Nuestra costosísima Legislatura local dio el mismo patético espectáculo durante todo el año, con la pelea sangrienta entre Juan Manzur y Osvaldo Jaldo, en el centro del ombligo parlamentario. Pulp Fiction de alto presupuesto en una de las provincias más pobres y subdesarrolladas del país.

Hoy, por orden presidencial, escenifican una tregua que no existe. Las verdaderas energías están puestas en 2023. La gestión es sólo un mal necesario que se debe atravesar en pos de un objetivo mayor: más poder y más recursos discrecionales.

Como en la ficción de Tarantino, todo es música, alegría y buen humor -el relato- hasta que la realidad se cruza en la escena y le vuela la cabeza al más desprevenido.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios