El apagón digital al que tanto tememos

El apagón digital al que tanto tememos

El fantasma del caos sobrevoló el planeta en los últimos días. Intangible como tal, atemorizó de forma global y por un instante nos llenó otra vez de incertidumbres. No fue una nueva cepa del coronavirus, tampoco una venganza de la naturaleza, ni el accionar radical de algún grupo terrorista. Nos inundó el miedo de quedar desconectados por la posibilidad de un “apagón” digital. No importó la precisión técnica del fenómeno, es más, aún es poco comprensible, lo que nos desveló fue pensar en un escenario donde no tuviésemos la seguridad de estar enchufados. El miedo a quedar desnudos ante un mundo analógico nos invadió de repente, un mundo que cada tanto nos recuerda que lo real es imprevisible.

Las palabras que usamos para referirnos a distintos aspectos de la tecnología son un mar de paradojas. “Apagar” proviene de latín pacāre, que significa calmar, mitigar. Apagamos un incendio, pacificamos y sosegamos un momento de crisis cuando por fin lo extinguimos. Sin embargo, la mínima chance de un apagón digital nos altera el curso normal de nuestros días. Es que esa cotidianeidad está estructurada también por la normalidad digital. Realizamos acciones con las tecnologías dando por hecho que todo funciona a la perfección y aparece otra paradoja si decimos que las “naturalizamos”, pues nada más lejano que el carácter imprevisible de la naturaleza para describir dicho pasaje.

Después del supuesto apagón todo siguió como siempre. Nuestros equipos nos devolvieron la tranquilidad de funcionar correctamente y quizás algún vestigio de colección puede haber quedado sin conectarse. Lo que sucedió es que en realidad un certificado de seguridad digital estaba a punto de caducar. Estos códigos aseguran que la conexión de equipos como celulares o consolas de videojuegos se conecten a internet sin vulnerar datos privados de los usuarios. El certificado en cuestión funcionaba en dispositivos con más de 10 años de antigüedad, como por ejemplo los primeros Blackberrys. Es por eso que si existió tal apagón, muy pocos en el mundo lo percibieron.

Un fenómeno de escalas mayores atemorizó a la comunidad internacional en los años de transición de siglo y se conoció como la crisis del Y2K. Un caos informático que nos presentaron como el apocalipsis digital en el que bancos, aerolíneas y hospitales iban a colapsar porque los sistemas informáticos no reconocerían correctamente al año 2000. Este error tuvo sus orígenes en que algunos programadores del siglo pasado utilizaron un formato de dos dígitos (y no de cuatro) para representar el año de las fechas. Por eso, todos temían que el “00” fuese interpretado como 2000 o como 1900. Llegó año nuevo, el nuevo siglo y no colapsó nada.

¿Por qué nos conmueve tanto un colapso digital? ¿Es acaso la actualización de un apocalipsis antes imaginado por bombas nucleares, meteoritos o desastres naturales? ¿Pensar el fin de nuestra desconexión es tan inquietante como pensar el fin de nuestras vidas?

“El smartphone irrealiza el mundo”, acaba de sentenciar el filósofo coreano Byung-Chul Han. En el primer capítulo de su nuevo libro, publicado en el diario El País, el pensador de los tiempos de la superconexión sostiene que tenemos una relación simbiótica con los celulares y que algunos los definen como un objeto de transición. Este tipo de objeto le permite a los niños realizar una transición segura a la realidad por medio de juegos, con trozos de telas, almohadas o peluches. Según Byung-Chul Han tenemos una relación tan íntima con el celular que entramos en pánico cuando lo perdemos, un miedo tan grande como cuando el niño pierde su objeto querido. Sin embargo, el teléfono no es un peluche digital. No se trata de un objeto de empatía, es algo “narcisista y autista en el que uno no siente a otro, sino ante todo a sí mismo”, precisa el filósofo. Y agrega: “la desaparición del otro es precisamente la razón ontológica por la que el smartphone hace que nos sintamos solos”.

¿A qué le tememos entonces ante la posibilidad de quedar desconectados? Según la mirada de Han, el pánico no está generado por quedar aislados de los otros, porque justamente “nos comunicamos de forma tan compulsiva y excesiva porque estamos solos y notamos un vacío”. El miedo al apagón en todo caso es que nos quedaríamos sin esa construcción que hacemos de nosotros mismos, una mirada egocéntrica que sostenemos ya sin una identidad colectiva. ¿Tendremos chances de recuperar una auténtica conexión con el otro? Habrá que esperar que el apagón por fin ocurra y nos calme del incendio digital o bien que reconozcamos la soledad de nuestros tiempos y reconstruyamos la empatía que tanto necesitamos.

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