En mi niñez y mi adolescencia tuve la dicha de poder disfrutar del contacto con la naturaleza, si bien bastante escotada por su ubicación en área urbana, pero bien planificada para dar la sensación de relax y recreo espiritual después de la diaria lucha por la vida en sí. Sus amplias avenidas artísticamente planificadas, su selecta muestra de hermosa arboleda seleccionada, tal como los ahora ancianos eucaliptos de la avenida Ramón Paz Posse, la bellísima pérgola circular con pilares estilo jónico y su centro en pendiente ardiendo en primavera con multicolores rosas para embriagar la vista. El omnipresente canto de las aves volando felices en su sano mundo de aire puro, abundante follaje tanto en el suelo como en el variado ramaje de plantas y árboles seleccionados de diversas partes del mundo, y adaptadas en artística y hermana convivencia, combinado con las mejores réplicas en mármol de obras de arte del mundo europeo, estratégicamente ubicadas. Fuentes de agua con vida en movimiento. Incluso un reloj con grandes agujas emergiendo de un verde montículo para recordarnos la hora... En fin, todo, todo tan armoniosa y hábilmente presentado como para querer quedarse a vivir allí. Sin embargo, con el avance e incremento de la población y las necesidades pertinentes, las amplias avenidas del paseo, lentamente fueron convirtiéndose en vías de paso para vehículos pequeños, medianos y grandes. Las urgencias de la vida están borrando al parque como paseo y relax para transformarlo en veloz vía de paso hacia el este, el oeste, el norte y el sur. Irrespetuoso trato a tan cara belleza. Ya los eucaliptos se están secando, ya la vegetación está raleando. Ya las flores están disminuyendo, y las carísimas réplicas se están robando. Quizás todavía estamos a tiempo de recuperar lo perdido. Pero...
Darío Albornoz