Desigualdad de “origen” y de “ejercicio”

Desigualdad de “origen” y de “ejercicio”

Por Julio Saguir - Docente de la UNSTA / Secretario de Planeamiento.

16 Mayo 2021

Al día de hoy, según datos disponibles, Argentina es la federación más desigual de América Latina en términos territoriales. Interregionalmente, Argentina es más desigual que las federaciones de Brasil y México, y que los países unitarios de Colombia y Chile. El PBI per cápita de un habitante de Santiago del Estero es 10 veces menor que el de un habitante de la Ciudad de Buenos Aires; la mortalidad infantil en Formosa es tres veces más alta; y la esperanza de vida de un habitante de Chaco es 5 años menor que uno de CABA –y en uno de sus departamentos más pobres, la de un habitante varón es de 12 años menos.

Esta desigualdad no es nueva. Tiene 200 años de vida. Es una desigualdad que ya percibían y conocían los Padres Fundadores de nuestro país a la hora de buscar su organización constitucional, entre la ciudad de Buenos Aires y el resto de las provincias históricas del emergente país. Tal desigualdad estaba construida sobre la riqueza que surgía de la posesión del puerto y de sus ingresos y políticas comerciales. La condición de capital del virreinato –y los privilegios de tal orden institucional- fueron su motivo original y crítico.

La revolución de Mayo puso a los representantes de todas las ciudades ahora independientes en la tarea de dirimir este conflicto a los fines de decidir la forma de la unión y el autogobierno colectivo. A lo largo de todo este proceso de organización constitucional, nuestros líderes políticos supieron de este problema y tuvieron sus preferencias e incertidumbres sobre cómo solucionarlo. El sesgo territorial del conflicto fue siempre claro: los representantes de Bueno Aires sostenían que el puerto y sus recursos eran de su propiedad exclusiva y local. Los de las provincias afirmaban que tales recursos, cuyos beneficios surgían de la producción y consumo de los habitantes de todo el país, eran de “todos”. El conflicto tenía –y aun parece tenerlo—un carácter fuertemente distributivo y, por lo tanto, antagónico.

A partir de 1820, cuando las provincias se hacen autónomas, Buenos Aires encuentra en tal “diseño” institucional –la autonomía-- su mejor “estrategia” para disputar las pretensiones de las provincias. La autonomía fue la “estrategia” por la cual sus representantes se opusieron a la organización constitucional argentina durante los 60 años posteriores. El representante por excelencia de la misma se llamó Juan Manuel de Rosas. Reunirse en Congreso y escribir una Constitución eran una amenaza para la autonomía de Buenos Aires –y los beneficios materiales consecuentes.

Precisamente, este es el motivo por el cual la Legislatura de Buenos Aires se negó a asistir a la Convención Constituyente de Santa Fe en 1853, cuando cuando el gobernador de Entre Ríos, Justo Jose de Urquiza, derrotó al de Buenos Aires en Caseros, y convocó a todas las provincias a organizar constitucionalmente el país. Buenos Aires se opuso a tal unión, y se sostuvo separada del resto de las provincias, como un Estado independiente, por seis años. Las armas de Cepeda fueron el último recurso que encontró el presidente Urquiza para forzar a Buenos Aires a reunirse, y que ésta se constituya en la “Capital Federal” del país. La fortaleza y resistencia de Buenos Aires pospuso tal solución hasta 1880. Y sin duda, a juzgar por toda la historia posterior –incluida la reforma constitucional de 1994—, tal solución no fue ni definitiva ni permanente.

Y posiblemente no lo sea. Porque los términos iniciales y críticos del problema -la desigualdad de “origen”— aún se sostienen. Es difícil sostener un “equilibrio” institucional en el tiempo cuando alguna de las partes de la interacción aun encuentra en su interés “desviarse” de la solución propuesta (Przeworski, A., “Democracy and The Rule of Law”, p.4).

En tiempos que se discute nuevamente la tensión histórica entre el interés particular de Buenos Aires – “autonómico” —y el interés general del país –“nacional”-, y en que los términos de aquella desigualdad de “origen” se han vuelta “naturales” y permanentes, vale recordar sus raíces históricas y eventuales desafíos. Más todavía conviene recordar las palabras de nuestro comprovinciano Juan Bautista Alberdi, “padre” de la Constitución Nacional, a propósito precisamente del tema que él consideraba el más importante y crítico de nuestra historia constituyente: “¿no tiene Buenos Aires un hombre público que le haga comprender que no enajena, que no entrega, que no devuelve los poderes y rentas que delega en la nación, pues que esa nación es ella misma, la misma Buenos Aires unida con las demás provincias que componen juntas todas la República Argentina? Al contrario, incorporándose a la Nación, Buenos Aires conserva siempre en sus manos, retiene en su provecho mismo sus rentas y poderes, cuando los mezcla y conserva unidos con los poderes y rentas de todos los argentinos, sus compatriotas. Y no solo los conserva íntegramente, sino que los conserva multiplicados, más bien asegurados y juiciosamente dirigidos, por la vieja regla que cien ojos ven más que veinte y mil brazos pueden más que cien.” (Obras Completas, t.V, p.369)

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