Ernesto Rojas: escribir para agradecer y ser solidario

Ernesto Rojas: escribir para agradecer y ser solidario

El poeta salteño que reside en Tucumán, publicó durante la pandemia el libro “Final de batalla”. El Cuchi y los maestros.

Ernesto Rojas: escribir para agradecer y ser solidario

Traqueteos ferroviarios. Radionovelas. Acordes del dos por cuatro. Una zamba merodeando en el aire. Libros. Tal vez poemas escapados de la siesta. Un duende Cuchi, alborotador. Algo de eso se entrevera en los recuerdos. “En casa se leía de todo, había un mueble con diferentes libros, y el mandato era siempre leer, las enciclopedias, así tan armadas, había que sacarle el jugo. Mi casa paterna estaba llena de tradiciones, se escuchaba mucho tango y folclore. Mi madre escuchaba novelas en Radio Nacional. Como vivíamos en una casa enorme, las juntadas con los primos eran en los fondos llenos de árboles y plantas. Fui bastante solitario, amaba subir a los árboles y quedarme sentado horas en esas viejas gomas de auto que atábamos con alambre y quedaban como un sofá en medio de las ramas. Nunca vi revistas infantiles y cuando llegó la televisión jamás vi dibujos animados o historietas que llamaban la atención a casi todos los niños”, evoca de sus mocedades el poeta Ernesto Rojas. “Este vacío de soledad que se desarma en el piso/ esta semilla llena de atardeceres/ de preñado cielo en el enorme cauce de los días/ mira a todos lados/ y el infinito es una escalera de pájaros/ sin cobijos/ inundado de adioses…”, escribe este salteño, hijo de padre ferroviario, afincado en Tucumán hace muchos años.

- ¿Quiénes contribuyeron a despertar tu “indio” poético? ¿De qué escribías en la adolescencia?

- Tengo la impresión que desde muy chico escribí; desde el secundario seguro, tenía profesores admirables, que nos enseñaban sobre los grandes escritores y poetas. Imaginate, en el Colegio Nacional lo teníamos a Gustavo “Cuchi” Leguizamón, como profesor de Historia y Filosofía; sus relatos o sus clases tenían ese toque de auténtico artista. Hace poco con algunos ex compañeros nos estábamos acordando del Cuchi. Algunas veces se sentaba en el último banco y nos decía: “hablen ustedes que saben más que yo”, decía: “si quieren ir al cielo changos, ya saben lo que tiene que hacer…” En la adolescencia escribía sobre el amor como todos, versos medios naif, recuerdo que una vez gané un premio en una radio con el poema “El beso” y había que ir a leer, no fui de la vergüenza que me daba.

- ¿Te relacionaste con los importantes poetas salteños de aquel entonces?

- Realmente me interesó la poesía desde la lectura de los clásicos hasta la de los grandes del norte, como Manuel J. Castilla, el Cuchi Leguizamón, don Raúl Aráoz Anzoátegui, Walter Adet, Néstor Groppa; no pertenecía a ningún grupo literario, pero cuando había recitales estaba presente, recuerdo alguna vez en casa del Pajarito Velarde, convocaron a un recital del Mono Villegas. Era una casa emblemática, en calle Pueyrredón, cerca del centro. Fue una experiencia magistral.

Nacido en Salta y residente en Tucumán, Ernesto Rojas ha publicado nueve libros y sus trabajos integran varias antologías a nivel nacional e internacional. Es miembro de la Sociedad Argentina de Escritores; produjo y coordinó en Ciclo “Tiempo de Letras” en el Museo Casa Histórica de la Independencia. Docente con formación psicológica y psicopedagógica, fue distinguido como “Huésped distinguido” en el Centenario de “Gesta Bárbara”, Potosí, Bolivia (2018); “Escritor distinguido, 2019” en la Universidad Tomas Frías en Potosí; obtuvo el segundo Premio Nacional Paco Urondo (2018) en Argentina. Fue incluido en la Antología de Poesía Argentina Contemporánea (2019).

- ¿Qué maestros o escritores te marcaron a fuego?

- Marcaron mi poesía los poetas que desde su obra cantan a su tierra, como Héctor Tizón, Manuel J. Castilla, Raúl Galán, Aráoz Anzoátegui, Alfonso Nassif, Lucía Carmona, por ahí pienso que leerlos me lleva a mi pueblo de donde me fui muy joven. A pesar de haber trabajado muy bien el desapego, siempre quedan por ahí las primeras huellas.

- ¿Venís a Tucumán a estudiar o por otra razón?

- Me vine a Tucumán a trabajar porque siempre fui independiente con mi vida y mis decisiones. Estudié para que la empresa que me contrató (tenía 18 años) se hiciera cargo de mi especialización en Recursos Humanos Organizacionales. Allí trabajé durante 30 años; una multinacional por ahí es mal vista por sus accionistas extranjeros, pero era lo que me tocó, trabajo del cual tengo los mejores recuerdos por su gente y el ambiente de compromiso que te otorga.

- ¿Acá se enciende del todo el fuego poético?

- Ahí sentí que se abrieron las puertas de mi veta artística, conocí a grandes poetas y escritores, algunos con los cuales sigo teniendo una gran relación. Me sentí más libre para expandirme. Tucumán es un sitio maravilloso de artistas, algunos recorriendo el mundo y otros aquí en su tierra, algunos de vuelta, gente de mi edad llegando a los 70, con más sabiduría y agradecimiento. En Tucumán, tuve grandes charlas con Manuel Serrano Pérez, Carola Briones, María Elvira Juárez, Honoria Zelaya, ellos allanaron mi camino con la poesía. Como decía don Raúl Aráoz Anzoátegui, la poesía es el camino más directo para llegar al alma.

- ¿Cuándo empiezan a salir del horno los primeros libros?

- Mi primer libro salió en 1992, Secreta permanencia de amor y de suicidios; luego cada dos o tres años salieron los demás, de a poco fui expandiéndome a Latinoamérica, hoy en día casi todos los meses tengo un recital en algún país. Para el Día del Libro leí con autores de varios países desde Bolivia, hace unos días, desde Perú, para el homenaje al poeta César Vallejo; en mayo me toca con Brasil. Mi último libro Final de batalla se editó en 2020, plena pandemia. De hecho varios poemas están referidos a esa angustia generalizada que estamos viviendo.

- ¿Cuáles son los ejes temáticos de tu poesía? ¿Tenés un estilo o una línea estética definida?

- Mi poesía es lo que siento, cada vez más despojada, sus ejes temáticos son la vida, la muerte, la soledad. Tiene esa honestidad que seguramente me hace sentir bien para luego saber que mi entrega va a tener un asidero. Además escribo sobre mis viajes, las cosas que me han marcado esos viajes. Bueno, ahora no sabemos cuándo volveremos a ser sujetos libres de esta pandemia para volver a viajar. Además me inspiran los recuerdos. Ya soy un señor grande con la intención de devolver parte de lo recibido. No he tenido hijos, pero la vida me dio la fortuna de los sobrinos y sobrinos nietos que son un canto a la vida. Niños y animales sabios para entender la vida. También a los maestros que me guían, como Yogananda, Ramana Maharshi, Baba, Amma, que desde la más simple palabra nuestra alma equilibra la forma de ver el mundo.

- ¿Qué lugar ocupa la poesía en tu vida?

- Hoy, que estoy jubilado, la poesía ocupa un lugar privilegiado en mi vida. Escribo todos los días, como digo al reducido grupo de alumnos de mi taller. Escribir para agradecer y ser solidario en este mundo tan dispar que vivimos.

Arde

A Frida Cazón

Arden sobre los mapas las pequeñas huellas

y en la misma barbarie atan los aromas y las almas

arde la savia

¿Cómo llegar al sol de improviso, cuando debajo de las piedras

la quebrada luna orilla el final del día?

buscaré las voces y las calles que cruzan calladas

ante el fuego que hace sagrada la tarde

y los espejos en la revolución del tiempo

ya en blanco y negro la espera esboza la ceniza que queda

y como un alma perdida en la pandemia en furias

sueño que aman los hombres y los pájaros

es posible marcar esas huellas

que fueron torbellino en la tierra árida

Y así de a poco la palabra pretende nacer

en medio de la sed y del incendio

para lidiar con ese dios que nunca llega a la sombra.

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