De Tucumán a la horca, con un juicio histórico en el camino

De Tucumán a la horca, con un juicio histórico en el camino

Hace 60 años comenzaba el proceso contra Adolf Eichmann en Jerusalén. Todas las sesiones están subidas a YouTube. Allí se desentraña la historia de uno de los artífices del Holocausto.

Detrás del vidrio antibalas hay un lugar reservado para el monstruo. Pero quien asoma sólo proyecta la decepción de lo gris, lo rutinario, lo irrelevante. Mirar al hombre de corbata, frente amplísima y anteojos de marco grueso suena a pérdida de tiempo. Nada genera curiosidad, mucho menos sorpresa, se trata apenas de un burócrata. El mundo se consume en el deseo de encontrar explicaciones, de penetrar en esa psique en procura de las respuestas definitivas. Entender al monstruo es la consigna y la explicación resulta mucho más monstruosa de lo pensado. Por eso lo mira Hannah Arendt, una y otra vez, tantas que, acorralada, concluye en que hay una banalidad del mal, tan atroz como las acciones de ese insignificante don nadie escudado detrás de un vidrio antibalas.

El hombre es Adolf Eichmann; la fecha, el 11 de abril de 1961. Hace 60 años. La “solución final”, el plan del nazismo para exterminar a los judíos en Europa, requiere precisiones técnicas y logísticas que Eichmann es capaz de brindar. Trenes. Un sistema de transporte aceitado para conectar centros urbanos con la red de campos de concentración. La buhardilla de Eichmann, una de las tantas en la macabra estructura de la Gestapo, pasa a llamarse “oficina de asuntos judíos”. Es el nervio donde el Holocausto se transforma en estadística.

Encontrar a Eichmann, cuyo rastro se pierde en la Europa de posguerra, es una obsesión del Estado judío y de su afán de justicia. Para eso es necesario sentarlo frente a un tribunal, con todas las garantías de un proceso ajustado a Derecho. De allí la importancia de aquel 11 de abril de 1961 cuando, finalmente, el juicio a Eichmann comienza.

Pasos cercanos

Consumada la victoria de los Aliados se inicia la cacería de los criminales de guerra nazis. El principal, Adolf Hitler, se suicida. Otros son capturados y sentados en el banquillo, en el marco de los Juicios de Nuremberg. Pero muchos se evaporan, ayudados por la confusión reinante en la Alemania ocupada por cuatro potencias. Eichmann es uno de ellos. Mientras tanto va estructurándose una vía de escape, un sistema en el que colaboran la Cruz Roja, varios jerarcas de la Iglesia Católica y Gobiernos dispuestos a recibirlos en América del Sur, convertida en un santuario para los peores delincuentes de la historia: los genocidas. El de Juan Domingo Perón es uno de esos Gobiernos que miran para otro lado mientras nazis de los más distintos rangos y perfiles ingresan al país con documentación falsa.

DETRÁS DE UN VIDRIO. Así siguió Eichmann cada jornada del juicio.    DETRÁS DE UN VIDRIO. Así siguió Eichmann cada jornada del juicio.

Eichmann parte del puerto de Génova para llegar a la Argentina el 15 de julio de 1950. Para que no queden dudas de la connivencia política con los nazis, la Policía Bonaerense le entrega un DNI a nombre de Ricardo Klement. El empresario Carlos Fuldner, uno de los artífices de la “ruta de las ratas”, se encarga de la protección de Eichmann/Klement y lo envía a Tucumán como parte del staff de Capri (Compañía Argentina para Proyectos y Realizaciones Industriales), empresa dedicada a la construcción de represas hidroeléctricas.

“El vecino alemán”, documental dirigido por Martín Liji y Rosario Cervio, es un poderoso testimonio de la vida de Eichmann en la provincia. Los realizadores entrevistaron a quienes fueron vecinos de Eichmann en La Cocha, mostraron la casa que él ocupó junto a su familia en Las Estancias y siguieron los rastros del clan por Concepción y por Graneros.

La afición por la caza y por las cabalgatas a través de los cerros, paseos en los que Eichmann iba acompañado por alguno de sus hijos, encuentra un enfoque de lo más llamativo en “El desafortunado”. Si bien es una novela, el libro de Ariel Magnus -uno de los últimos editados entre la interminable lista de obras centradas en la figura de Eichmann- jamás pierde el verosímil histórico. El Eichmann que piensa lo que Magnus escribe no puede ser otro. En esos razonamientos, que a su manera indagan en la naturaleza del mal, realidad y ficción se fusionan con inquietante armonía.

Hay mucho por desentrañar aún de la vida de Eichmann en Tucumán. Se sabe que la Policía le expidió en 1952 una cédula con el número 212.430. El jefe de la Fuerza en aquel momento era el futuro gobernador Amado Juri. También hay un vínculo con la UNT que se abre a la exploración. Eichmann visitaba al ingeniero Armin Schoklist, jefe del Departamento Hidrología de la Facultad de Ciencias Exactas, que era a la vez consultor de la empresa Capri. Son puntas de un hilo que, una vez tejido, puede aportar mucho al análisis histórico.

Rumbo a Jerusalén

De Tucumán, Eichmann marchó a Buenos Aires para afincarse en la zona norte del conurbano. Allí, cerca de su casa en la calle Garibaldi, en el partido de San Fernando, lo secuestró un comando conformado por siete agentes del Mossad, el servicio secreto israelí. Era el 20 de mayo de 1960. Años de rastreo habían rendido frutos. Klement, sin dudas, era Eichmann.

El conflicto político con el Gobierno de Arturo Frondizi era inevitable, pero Israel decidió correr ese riesgo. De lo contrario, la posibilidad de juzgar a Eichmann podía perderse, fue el argumento empleado. Así que sedaron a Eichmann y lo subieron a un avión rumbo a Jerusalén.

La noticia de esa captura y el anuncio del juicio representó una conmoción que mantuvo al mundo en vilo durante meses. Hasta que el 11 de abril de 1961 se descorrió el velo y Eichmann, protegido por el vidrio antibalas, puduo mirar a los ojos a los jueces Moshe Landau, Benjamin Halevy y Yitzhak Raveh. Lo defendió Robert Servatius, un abogado alemán al que la fiscalía israelí investigó a fondo sin encontrarle puntos de contacto con el nazismo, más allá de que había representado a criminales de guerra en Nuremberg. Servatius murió en 1983, a los 88 años.

El juicio se prolongó hasta diciembre de 1961 y concluyó con la condena a la horca. El cargo: genocidio. Eichmann apeló a la obediencia debida para justificar su accionar durante la Segunda Guerra Mundial. “Cumplía órdenes”, reiteró infinidad de veces frente al tribunal. La sentencia se cumplió el 1 de junio de 1962 en la prisión de Ramla. Es el único sentenciado a muerte ejecutado desde la creación del Estado de Israel. Sus cenizas fueron arrojadas al mar Mediterráneo. Nadie quiso que una tumba pudiera servir para la peregrinación de cultores de la muerte.

Epílogo

YouTube atesora todas las audiencias del juicio a Eichmann. Son decenas de horas, en riguroso blanco y negro, por las que desfilan testimonios, alegatos, acusaciones y defensas. En ese registro del juicio, Eichmann jamás abandona ese monocromático gris con el que lo pintó Arendt. El monstruo es un anodino sujeto de 55 años que sólo genera una profunda sensación de desprecio.

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