Ese mágico encuentro

Ese mágico encuentro

29 Enero 2021

Antonio Rodríguez Villar

Presidente de la Academia Nacional del Folklore

Parte sobresaliente de una ilustre familia de poetas, escritores y artistas, Jaime Dávalos fue un personaje especial, carismático y seductor. Su obra ya ha sido analizada y aplaudida por críticos y por sus propios colegas que destacan la trascendencia antológica de su poesía. Pero quizá no se haya puesto suficiente énfasis a un aspecto clave como fue y es su contribución y aporte a la hoy popularidad poética del cancionero folklórico. Una circunstancia más que especial cristalizó el marco de ese antes y ese después en la difusión de la poesía popular de nuestras canciones: la coincidencia en el tiempo y espacio de otro salteño fundamental e irrepetible: Eduardo Falú.

Hasta ese encuentro mágico, se aplaudía a músicos extraordinarios de nuestro folklore que aún hoy siguen absolutamente vigentes. Pero sus letras no alcanzaban un nivel poético destacable, ya que si bien eran músicos maravillosos -en su mayoría intuitivos- no habían tenido una educación formal. Sus letras eran rimas descriptivas de su entorno pero sin llegar al vuelo de las obras de los poetas de su tiempo. Es más, podría decirse que -salvo admirables excepciones- estos poetas miraban con cierto desdén o sin darle la suficiente importancia al cancionero folklórico. Hasta que surge el encuentro de Jaime Dávalos y Eduardo Falú.

Compinches de interminables amanecidas, irrumpen con su monumental talento creativo y generan con sus canciones un eco y popularidad desconocido hasta ese momento. Tal vez “La zamba de la Candelaria” es el mejor ejemplo que ilustra y marca de manera clara ese hito. A partir de Jaime, muchos poetas advierten que pueden “ascender al pueblo”, como diría Chabuca Granda, y comienzan a crear letras de zambas, chacareras, vidalas y canciones que grandes compositores pusieron músicas admirables.

Conocí y traté mucho a Jaime cuando vivía en su departamento en las cercanías de José María Moreno y Rivadavia. Allí lo visitaba seguido y manteníamos largas conversaciones sobre literatura iberoamericana, en especial del Siglo de Oro Español. Y, por supuesto, también guitarreábamos. Le encantaba la música surera. Me pedía que le cantara cifras, milongas, estilos y, en especial, viejos cielitos que me había enseñado mi madre. En una de esas reuniones me pasó una zamba -letra y música suya- que originalmente llamó “Domingo de tentación” y después mis fraternos Chalchaleros la popularizaron como “La sanlorenceña”.

“En las carpas de San Lorenzo -me contaba Jaime con picardía-, las chinitas que salen a carnavalear con una flor amarilla adornando su pelo es porque se sienten curiosas. Si se ponen una blusa amarilla es porque están inquietas y si se visten con una pollera amarilla es porque están dispuestas a todo. Y entonces el duende del carnaval las persigue y seduce y a las nueve lunas el carnaval da sus frutos”.

Dejé de verlo cuando en 1960 me fui a estudiar y a trabajar a Estados Unidos. Desde allá añoraba aquellos encuentros y charlas enriquecedoras. Recuerdo con inmensa admiración e inacabable afecto a mi querido Jaime al cumplirse el centenario de su nacimiento.

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