Ida Vitale: "sospecho que la vida no será igual"

Ida Vitale: "sospecho que la vida no será igual"

La máxima figura de las letras uruguayas dice que la cuarentena puede traer y dejar experiencias positivas. A los 96 años, la poetisa Ida Vitale se niega a separar la política de la ética. “Me da la impresión de que hoy todo se limita a si fulano llega o no a tal cargo. Había una época en la que la gente estaba más preocupada y controlaba lo que pasaba”, observa. Encuentros con Jorge Luis Borges y con María Elena Walsh

Si hay alguien que puede hablar de la vida con conocimiento de causa, ese alguien es Ida Vitale (Montevideo, 1923). La ganadora de la edición 2018 del Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanoamericanas, sonríe desde el momento en el que atiende el teléfono en su departamento del barrio costero Punta Gorda hasta que, una hora y media después, se despide. La risa de la poetisa resuelve muchas preguntas: con un sentido del humor de ese tenor parece fácil llegar al mismo tiempo a los 96 años y a la cúspide literaria. Ida Vitale es de las que ríen al último en serio: sobrevivió a sus dos maridos, los intelectuales Ángel Rama y Enrique Fierro, y a sus compañeros de inquietudes: Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño, Mario Benedetti y siguen firmas. Sobrevivió al exilio en México y al desarraigo en Estados Unidos, y, cuando la pandemia llegó, ella ya practicaba el “quedate en casa” desde hacía tiempo. Aún así, Vitale plantea una hipótesis basada en la experiencia. “Sospecho que la vida no será igual”, sugiere.

Este miércoles 1 de julio la escritora y traductora cuenta que ha abandonado su departamento por primera vez en dos meses para visitar al médico, y que la encontraron muy bien de salud. Esa noticia la alegró tanto como, según dice, recibir el llamado de LA GACETA: “qué simpática resurrección... Yo solía colaborar con la Literaria en mi juventud. No sé si es una resurrección de LA GACETA o mía. Colaboraba por carta: jamás estuve en Tucumán, pero me mantenía al tanto de sus aconteceres porque Daniel Alberto Dessein me enviaba el diario, así que yo contribuía para que me lo siguieran mandando. Le debo mucho a Dessein”. Su estado de ánimo contrasta con el paisaje exterior. “Hoy es todo gris. Desde mi ventana veo la soledad. Tengo al frente un puentecito, como si fuese un camino que lleva a las olas. Da hacia un mar bastante poco tentador. Así que si ustedes tienen sol, están mejor. Pasan por aquí unas gaviotas desorientadas”, describe. Y añade: “es un invierno riguroso y todavía falta agosto...”.

Aunque fue criada con la costumbre de leer los cuatro diarios que llegaban a su hogar paterno para satisfacer las necesidades de los blancos y los colorados que lo habitaban, Vitale cuenta que se entera poco de lo que sucede afuera: destina sus energías a ordenar la biblioteca y a arreglar los poemas que encontró cuando se mudó de nuevo a Montevideo, en 2016. Aún en ese enclaustramiento, la autora sabe que Uruguay transita la crisis sanitaria sin sobresaltos. “Estamos a salvo… por ahora. Hay algunos optimistas que nos declaran curados, pero basta un viaje de avión para que todo se vuelva a descompaginar. Ustedes están un poco atacaditos, ¿no?”, inquiere en referencia a las novedades que llegan desde Buenos Aires, pero, luego, festeja que la covid-19 dé un respiro a Tucumán. A continuación, Vitale lamenta el rebrote en Estados Unidos: “ese genio (Donald Trump) que tienen de Presidente decretó que no pasaba nada y el virus se fue para arriba. Esto no es normal porque, en general, la gente allá es obediente y dócil: si le hubiesen dado una buena indicación al principio, no habría ocurrido lo que ocurrió”.

Al parecer, Vitale está más informada de lo que ella cree: incluso sabe que en la Argentina existe una admiración creciente hacia Uruguay y la fantasía de “saltar el charquito”. “¡Bienvenidos sean mientras no nos traigan mal Gobierno! ¡Que no nos lo traigan!”, exclama. Y se ríe de nuevo, como quien mantiene la distancia con lo que pasa, a menos que sean los versos. Luego regresa al tema del coronavirus. “Yo sospecho que esta experiencia va a traer cola y que la vida no va a ser igual. El encerrarse puede sugerir cosas buenas: no todo es ventilarse por el mundo. Yo estoy muy sola aquí y vivo siempre así, por eso para mí no hay mucha diferencia entre estar con virus o sin virus. Siento que la gente está pensando más allá de lo cotidiano, no sé, y que todo depende de cómo lo tomamos”, medita.

Érase una vez en la playa

Vitale llama a la vejez “una estación muy especial y exigente de tranquilidad”. Menciona la incertidumbre que la pandemia genera, pero no se detiene allí. Da la impresión de que está tan concentrada en la composición como cuando descubrió la poesía: era niña y tocó a su puerta una obra de Gabriela Mistral. Desde ese momento, vive en una rima o en un soneto, aunque ahora se le dé más por leer prosa, cosa que se le antoja como un rasgo de vagancia. No es la única cuestión que se reprocha: explica que sus creaciones nunca le gustan demasiado y que las ve siempre perfectibles. Su hijo, Claudio Rama, dice que hace como 80 años que se sabe que su progenitora va a vivir un siglo por lo menos. Ella descerraja otra carcajada. “Era una información que yo no tenía. Capaz que si lo hubiese sabido, no seguía cumpliendo años… Todavía falta un poco y falta lo peor. Mientras la cabeza funcione, no me preocupa tanto que me duela la rodilla”, se conforma.

También la inquieta la percepción de que en Montevideo, una ciudad muy cercana a los libros, haya menos librerías que antes. A un elogio sobre la educación y la cultura del pueblo uruguayo Vitale responde con un razonamiento difícil de refutar. “Siempre pienso que Jorge Luis Borges es argentino”, replica. Y esa idea la lleva a su gran amiga de esta orilla del Río de la Plata: María Elena Walsh. “No hay nadie que la haya reemplazado… María Elena era irreemplazable”, se corrige. Apunta que la cantautora y escritora argentina llegaba por igual a los niños y a Juan Ramón Jiménez: “eso es gran cosa. Mantuvo el costado inocente mientras siguió la evolución en otro plano. Nos queríamos mucho, y nos conocimos de la manera más absurda y natural”. Fue en un día de playa. Recuerda Vitale que estaba con un grupito más bien cerca de Punta del Este y reconocieron a Walsh mientras caminaba por la arena. “Pero no nos conocíamos: la vimos venir y la saludamos, y se acopló al grupo y siguió la amistad para toda la vida”, relata.

Con la memoria de esa amiga llega la nostalgia, pero Vitale se rehúsa a transitar esa ruta. Aparece también el nombre de la tucumana Leda Valladares, socia de Walsh en tantas aventuras, y acepta escuchar unos de sus poemas, “Lento”. Elogia el título y se admira del talento de Valladares, a quien conocía por su pasión por las coplas y las bagualas. En una esquina hilarante del diálogo, se pregunta por qué a ella, Ida Vitale, los críticos la habrán colocado como representante de la “poesía esencialista”, título que combina de maravillas con las actividades esenciales que jerarquizó la pandemia. “Hace años que yo me pregunto qué significa eso y quién lo inventó. No sé, no sé, porque si dijeran que soy ‘más humana’, entendería. Trato de pensar que debe ser algo bueno, pero tal vez sea un insulto tremendo. Cuando lo averigües, me lo cuentas. Algún día se aclarará”, plantea.

Tiempos mejores

La madre del poemario “Procura de lo imposible” (1998) compara a Borges con el apogeo de la civilización egipcia y dice que escribir poemas contemporáneamente a él era “como tener casitas cuando ya existían las pirámides”. Ella afirma que nunca quiso acercarse a aquel autor porque sentía que lo abrumaban y que eso debía ser tortuoso para un ciego. Un día, sin embargo, el destino lo puso en su camino: “yo iba por 18 de Julio, la calle principal de Montevideo, y vi que el hombre que tenía la nariz metida en la vidriera de un negocio chiquito como una mercería era Borges. Pensé que no se animaba a cruzar. ‘Borges, ¿usted está perdido?’, le dije. Él me preguntó como 15 veces quién era yo, a lo que le respondí que ‘nadie’, pero que lo veía en un lugar muy raro. Me explicó que tenía que dar una conferencia y que le gustaba caminar. Yo iba con una máquina de coser eléctrica que pesaba una locura y le ofrecí tomar un taxi. Pero él quería seguir caminando y pensando. Entonces, lo dejé y me dije: ‘que sea lo que Dios quiera’. Y me quedé con la duda sobre si lograría llegar a la conferencia y sí, lo hizo. Ese fue mi único contacto con Borges: un contacto memorable para mí, claro. Ya había sido una gloria vivir en el mismo tiempo que él. Para mí siempre la Argentina era ese país que producía los hongos maravillosos... Bueno, una siempre es codiciosa de lo ajeno”.

La poetisa que resta importancia a su obra y a los reconocimientos internacionales que recibió por ella jocosamente calcula que hace falta media docena de “Idas Vitale” para hacer un Borges. Y aunque es consciente de que Uruguay se destaca por haber controlado el analfabetismo, opina que eso no tiene tanto mérito en un país pequeño como el suyo. A su pesar por la reducción del número de librerías agrega que los diarios no traen los suplementos literarios ni hay tantas revistas dedicadas a la cultura. “Todas esas cosas cuentan. Me preocupa porque es más difícil que las nuevas generaciones salgan a buscar. La televisión rara vez pone un poema”, observa.

Sigue sonriendo cuando comenta que podría usar internet, pero que se siente “muy torpe” para eso. Rápida de reflejos, pregunta si es fácil encontrar una poesía leída al pasar en la web. Y contesta: “puede que se pierda. La poesía es inseparable de las ganas de releerla. Si hay una oferta grande, eso no significa que una va a recibir por igual todo. Va a tener ganas de leer aquello que leyó, pero es difícil encontrarlo si no es por una publicación. Para mí no hay nada como un libro: nada puede sustituirlo. El libro y el disco son cosas básicas. Son cosas que me llenan la vida y extraño que otros no las disfruten. En Montevideo esto estaba muy a mano”. Coincide en que es por lo menos paradójico que el tiempo de la inestabilidad democrática haya coincidido con el de la inquietud por la actividad espiritual.

A Vitale la política la remite a la ética: dice que le importa tanto la primera que no puede concebirla sin la segunda. “Me da la impresión de que hoy todo se limita a si fulano llega o no a tal cargo. Había una época en la que la gente estaba más preocupada y controlaba lo que pasaba. Votaba y vigilaba de tal forma que el político era consciente de que debía conservar los valores que exigía la población”, apunta. Y con otra sonrisa añade que desde que (Adolf) Hitler fue elegido en Alemania ella ya perdió toda confianza en la capacidad de intuición de la ciudadanía. “Quizá lo que nos pasa ahora es una forma de la haraganería colectiva, pero la gente se sigue equivocando. En el pasado los políticos eran muy desinteresados y se sentían llamados a mejorar el mundo en el que vivían”, opina. Conecta el comentario con las presidencias transformadoras del colorado José Batlle y Ordoñez (1856-1929), quien murió cuando Vitale tenía seis años. “Tal vez esa creatividad empezó antes de mí y yo llegué cuando se había acabado”, acota. Pese a su admiración por el batllismo, se resiste a optar por un color: “¿Colorada o blanca? Nada, che, les exijo lo mismo a los dos”.

Por poemas como “Fortuna” hay quienes ven en Vitale a una feminista, pero ella también declina esta caracterización y enseguida habla de la suerte que tuvo de recibir una educación de excelencia gracias a una tía que era directora de escuela. Ese azar le permitió meterse en la escritura y el lenguaje, y aprender que, según informa, las palabras son lo más peligroso que hay. Fiel a su estilo, se niega a decir con cuál de sus poesías se identifica: subraya que cada una responde a un momento y que ninguna los resume a todos. Luego acepta que el poema “Libro” acaso funcione. Es ese que empieza con estos versos: “Aunque nadie te busque ya, yo te busco. / Una frase fugaz y cobro glorias / de ayer para los días taciturnos”. “Está bien, nadie puede estar en contra del libro”, concede sonriendo. La conversación concluye y ella vuelve a mirar la vida por la ventana. Asombrada cuenta: “ahora están bajando las nubes; el cielo se ha puesto ligeramente celeste y hay como un conato de sol. Mientras hablábamos, mejoró el tiempo”.

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