Entrevista a Esteban Ierardo: la serenidad como antídoto

Entrevista a Esteban Ierardo: la serenidad como antídoto

Con La sociedad de la excitación, Esteban Ierardo completa una suerte de trilogía que comenzó con sus dos libros sobre Black Mirror: Sociedad Pantalla y Mundo virtual, que exploran las intrincadas y problemáticas conexiones entre ficción, sociedad y tecnología. En cierta medida, su último ensayo continúa la línea iniciada por obras como La sociedad del espectáculo (Guy Debord), La sociedad de consumo (Baudrillard) o la más contemporánea La sociedad del cansancio (Byung-Chul Han, 2012). Enfocándose en filósofos y artistas como Foucault, Epicuro, Da Vinci, Dalí y Bradbury, Ierardo cuestiona el modelo imperante de excitación consumista permanente, para exaltar la serenidad y las virtudes artísticas que pueden presentar resistencia frente a un apabullante caudal de datos e imágenes que circulan a diario sin dar tregua.

EL CONCEPTO. Según Ierardo, el arte es un modo de percepción, de apertura a la complejidad y diversidad de las cosas, al mundo de lo material y lo espiritual. EL CONCEPTO. Según Ierardo, el arte es un modo de percepción, de apertura a la complejidad y diversidad de las cosas, al mundo de lo material y lo espiritual.
28 Junio 2020

Por Matías Carnevale

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

- Los grandes temas de la filosofía (la muerte, el amor, la trascendencia, el bien, la belleza) han sido estudiados una y otra vez por generaciones… ¿cómo se enlazan estas incógnitas -si se las puede llamar así- con los temas de un mundo hipertecnológico?

- En mi último libro trato de recuperar ciertas inquietudes filosóficas y artísticas vinculadas a la serenidad que puede surgir al emanciparnos, al menos parcialmente, del ritmo de vida hiperconsumista. La meditación filosófica y sus grandes temas siempre implican una detención reflexiva, un deslizamiento a un tiempo más íntimo e introspectivo. La continua invasión de información y estímulos mediante el orden massmediático (multimediático, global) muchas veces nos encierran en nuestra cotidianidad, sin ventanas ni salidas hacia una experiencia más amplia de la realidad. Una experiencia que supone, por ejemplo, sabernos no solo seres urbanizados, sino también corporales, biológicos que, como los animales, existimos dentro de un medio ambiente mayor, el de la naturaleza, y de un planeta dentro de una realidad aún más grande, a la que la ciencia ficción y cierto tipo de filosofía y arte siempre buscaron asomarse.

- Woody Allen, en Manhattan, concluye que vale la pena vivir por una serie de creadores y producciones artísticas: Louis Armstrong, Marlon Brando, Cezanne… Pareciera que la conclusión a la que arribas en tu libro es similar. ¿El arte otorga sentido a la existencia?

- En parte sí. El arte no es solo fuente de sensaciones bellas o de actos de libre creación de los artistas. También es un modo de percepción, un modo de apertura a la complejidad y diversidad de las cosas, al mundo de lo material y lo espiritual. En el arte todo puede convertirse en algo que nos interpele. Es la actitud que reduce la indiferencia hacia el entorno. Porque para la sensibilidad del arte todo, o casi todo, puede merecer una respuesta artística.

- Cambian las épocas y el orgullo por la tecnociencia fluctúa: desde la adoración acrítica al progreso y las máquinas hasta el temor por las vacunas. Eclesiastés tiene una frase maravillosa, memorable, al respecto: “No hay nada nuevo bajo el sol”. Si pensamos en el “alma” humana, ¿ha servido para algo entretenerse con chiches, aplicaciones y herramientas novedosas?

- Lo tecnológico es la esencial fuente de progreso: expande los campos del conocimiento científico, favorece la creación de nuevos materiales y robustece nuestros poderes para la exploración del mundo material. Pero el progreso técnico no debería disociarse de un progreso moral que le acompañe. Y, además, las sofisticadas herramientas tecnológicas nunca disuelven nuestro vivir bajo límites. Límites, insuficiencias, en la lucha contra la expansión de un virus letal como ahora nos acontece a nivel global; límites en cuanto a que los dispositivos por sí solos no encarnan la dimensión de espiritualidad, empatía e imaginación que hacen humanos a los humanos.

- ¿Es posible plantear una filosofía cercana a los problemas humanos sin caer en el didacticismo más bien vacuo, las formas o los asuntos de la New age?

- Sí, a condición de que sea una filosofía que integre todos los niveles de la existencia humana: desde nuestro ser dentro de lo político, del poder, y dentro de los conflictos e injusticias socioeconómicas, hasta el hombre enfrentado a los misterios de la vida y de la pregunta inacabable por el sentido.

- ¿Cómo explicarías la “mentalidad antialgorítmica” que mencionás en tu libro? ¿Sería una tercera posición entre los apocalípticos y los integrados de Eco?

- Lo algorítmico puro es la entrega a un orden que funciona por sí solo, repitiendo las instrucciones de los algoritmos escritos previamente por los programas y el diseño de valores e intereses a que responde esa programación. Pero lo anti-algorítmico no es el rechazo del orden algorítmico y la inteligencia artificial necesarios para nuestra vida hipertecnologizada moderna. En modo alguno. Es una visión más amplia en la que los algoritmos de las computadoras construyen una parte necesaria, y a veces cuestionable, del mundo y, en la otra, no olvidamos lo no convertible en instrucciones informatizadas: las cualidades de la empatía, el dolor individual o colectivo de las personas, o la intuición de lo que supera lo conocido y lo únicamente lógico.

© LA GACETA

Perfil

Esteban Ierardo es filósofo y escritor. Licenciado en Filosofía, es profesor de Filosofía y Principales corrientes del pensamiento contemporáneo en la Universidad de Buenos Aires. Es autor, entre otros libros, de El agua y el trueno. Ensayos sobre arte, filosofía y naturaleza y de Los dioses y las letras.

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