“Pero ya nunca te encontré y en otros besos me aturdí…”

“Pero ya nunca te encontré y en otros besos me aturdí…”

“Gricel” recrea un romance que hizo historia en el tango

El aburrimiento circula a menudo por los recovecos de la hostería La Atalaya, propiedad familiar. En la estación de servicio de Capilla del Monte, donde trabaja con su padre, la más linda del pueblo cosecha galanterías de los ocasionales conductores. 1935. Una carta la saca de la modorra. La invitación de sus amigas Gory y Nelly Omar la lleva de paseo a Buenos Aires. Los atractivos de la avenida de Mayo las convocan. En una audición en Radio Stentor, su mirada aletea cuando se entrecruza con la del engominado locutor. Algo le desacomoda el corazón.

Por consejo médico, una fiebre intestinal lo lleva a Capilla del Monte, dejando a Alina Zárate, su esposa, y a su hija en Buenos Aires. Con su enfermedad y la pasión por el turf y por San Lorenzo en la valija, Katunga llega al hospedaje de Egidio y Maruca Viganó. Las miradas se reencuentran. Sueñan. Ronronean. Vuelan. El amor sacude los latidos. Debe regresar, pero con otra fiebre. Llamativamente, el mal reaparece al poco tiempo. Con ese pretexto, los brazos de esa serranía cordobesa le abrazan el corazón.

No debí pensar jamás en lograr tu corazón y sin embargo, te busqué hasta que un día te encontré y con mis besos te aturdí sin importarme que eras buena...

No puede demorarse más. La ausencia del hogar porteño lo apremia. Cara o cruz es a menudo la vida. La herida de ella se convierte en una lágrima furtiva. La suerte del poeta mira nuevamente hacia el puerto.

Tu ilusión fue de cristal, se rompió cuando partí, pues nunca, nunca más volví… ¡Qué amarga fue tu pena!

Una tristura rueda por Capilla del Monte. Pero el dolor no la empequeñece. Es difícil salir del pozo. Una carta le arrima una letra. El tango que él le escribe con Mariano Mores, es puro sentimiento propalado por las radios. “¿Serás vos la protagonista?”, le preguntan a menudo. Sonríe. Prefiere mirar el horizonte. En una confitería de Córdoba capital, el bolero Final, cantado por Gregorio Barrios, la acerca en 1949 a Jorge Camba. Se casa. Una hija en el camino. Pero también un abandono. Él se va con otra. Ella cose su desdicha; se dedica a la docencia, a estudiar idiomas y a educar a su hija.

Me faltó después tu voz y el calor de tu mirar y como un loco te busqué, pero ya nunca te encontré y en otros besos me aturdí…

Los tangos siguen poblando los insomnios de Katunga. Vieja amiga; Sombras nada más; En esta tarde gris; Al verla pasar; Como dos extraños; Quiero verte una vez más… atenúan quizás su remordimiento en esas letras que tocarán las fibras de la gente. Ha cosechado cuatro hijos, pero el recuerdo no lo deja en paz. Enviuda. El alcohol es un buen compañero, también un enemigo. El bandoneón de Ciriaco Ortiz deja escapar sus duendes en Capilla del Monte y también la noticia de que los fantasmas de la botella consuelan al viudo poeta.

¡Mi vida toda fue un engaño...! Se cumplió la ley de Dios porque sus culpas ya pagó quien te hizo tanto daño… No te olvides de mí… me dijiste al besar el Cristo aquel y hoy que vivo enloquecido porque no te olvidé ni te acuerdas de mí...

El amor sopla las brasas del abrazo en la confitería El Molino, de Callao y Rivadavia. Las visitas de los besos de uno y otro se suceden. Hay que recuperar el tiempo perdido. La vida vuelve a latir nuevamente, al lado de la hostería La Atalaya.

1967, agosto 16. José María “Katunga” Contursi (56) y Susana Gricel Viganó (47) firman sus destinos en el Registro Civil, con el tango Gricel como testigo.

Gricel

Tango (1942) - Música: Mariano Mores - Letra: José María Contursi


No debí pensar jamás
en lograr tu corazón
y sin embargo, te busqué
hasta que un día te encontré
y con mis besos te aturdí
sin importarme que eras buena...
Tu ilusión fue de cristal,
se rompió cuando partí
pues nunca, nunca más volví…
¡Qué amarga fue tu pena!

No te olvides de mí,
de tu Gricel,
me dijiste al besar
el Cristo aquel
y hoy que vivo enloquecido
porque no te olvidé
ni te acuerdas de mí...
¡Gricel! ¡Gricel!

Me faltó después tu voz
y el calor de tu mirar
y como un loco te busqué
pero ya nunca te encontré
y en otros besos me aturdí…
¡Mi vida toda fue un engaño!
¿Qué será, Gricel, de mí?
Se cumplió la ley de Dios
porque sus culpas ya pagó
quien te hizo tanto daño.

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