La gloria y el insulto
La gloria y el insulto

En diciembre de 2017 Hugo Moyano era reelegido como presidente de Independiente con un arrasador 89 por ciento de los votos. El “Rojo” venía de conquistar la Copa Sudamericana y la “Agrupación Independiente” de los Moyano respondía con ese triunfo categórico en las urnas a una relación difícil con el gobierno saliente de Mauricio Macri, que parecía empeñado en mandar a la cárcel al líder sindicalista. “Queremos poner a esta institución entre las más grandes del mundo”, decía Moyano.

El último viernes por la noche, apenas dos años después de tanta alegría, Independiente cayó 1-0 de local ante Banfield y el mismo Moyano del triunfo apabullante y las lágrimas de la Supercopa fue insultado por primera vez en el estadio “Libertadores de América”. “Son doscientos que se hacen los guapos cuando están juntos, que vengan acá y me lo digan en la cara, boludos hay en todos lados”, dijo Moyano. “Los socios no somos boludos, yo lo voté y estoy preocupado”, le replicó un socio. “Hermano, vos sabés cómo estaba el club hace unos años”, le contestó Moyano, hasta que intervino el personal de custodia porque la situación se calentaba cada vez más.

Independiente pagará recién esta semana salarios que adeuda desde septiembre al plantel, que amenazó con una huelga. Si no lo hace, corre además riesgo de quita de puntos según el reglamento de la Superliga. Por último, enfrenta un posible veto de la FIFA para fichar jugadores porque debe dinero a clubes del exterior por los pases de Silvio Romero, Gastón Silva y Cecilio Domínguez. El fútbol, es cierto, da visibilidad y poder. Pero, cuando la pelota no entra en el arco rival, todo se convierte en un búmeran.

¿Por qué razón entonces gobierno, políticos, empresarios, hombres de los medios e ídolos retirados se zambullen al barro de una elección tan caliente como la que hemos vivido las últimas semanas en Boca? ¿Es sólo amor por el club? Una campaña formidable, está visto, puede significar un lanzamiento político que llega inclusive hasta la Casa Rosada. Pero los pobres resultados y la rápida despedida del gobierno de Mauricio Macri confirman, para los más desprevenidos, que nunca es lo mismo gobernar a un club que a un país. Boca, eso sí, es una vidriera inigualable.

Rodolfo D’Onofrio se convirtió estos años en figura dirigente como presidente del exitoso River de Marcelo Gallardo. Fue premiado inclusive el miércoles pasado en una fiesta del Comité Olímpico Argentino (COA). Pero, según cuentan, sus mediciones para quienes creían ver en él un posible candidato político no dieron los resultados esperados.

Matías Lammens opacó estos últimos tiempos su gestión en San Lorenzo. Fue derrotado en primera vuelta para gobernar la Ciudad de Buenos Aires. Asumirá como nuevo ministro de Turismo y Deportes en el nuevo gobierno de Alberto Fernández (¿tiene algo que ver el turismo con el deporte?).

Como sea, presidir un club puede agrandar poder y abrir nuevas puertas, pero, bueno malo, mandan los resultados deportivos. Lo sufren en estas horas Daniel Angelici, presidente saliente, y su delfín Christian Gribaudo. Boca ordenó sus cuentas, ganó títulos locales y llegó a instancias finales en copas internacionales. Pero no conquistó la Libertadores y perdió sus series directas contra River. Y, si bien Angelici es señalado, con razón, como un hombre de poder, los socios le achacan haberse dejado “avasallar” por River en la Conmebol. Como únicos argumentos, pueden sonar a poco para que los votos pongan hoy fin a veinticuatro años de gobiernos macristas en Boca. Pero, justamente, tantos años desgastan. Más cierta soberbia que se desnudó justamente en la campaña, cuando el oficialismo, acostumbrado a comprar todo con el poder de su chequera, tomó finalmente conciencia de que Juan Román Riquelme jugaría para el opositor Jorge Ameal. No lo aceptó y descargó los peores insultos contra el ídolo, que a su vez no le temió al barro, claramente decidido también él a competir por el poder.

Fue tal la tensión de estas semanas que hay quienes temen incidentes de La 12 hoy en la Bombonera e inclusive una eventual resolución de la puja en la Inspección General de Justicia (IGJ). Es amor por Boca y es el poder de Boca. Y la posibilidad de pasar de la gloria al insulto. Lo sufren los Moyano en estas horas. Riquelme es conciente de que expone también él buena parte de su capital.

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