In memoriam: un virtuoso húngaro de corazón tafinisto

In memoriam: un virtuoso húngaro de corazón tafinisto

Ladislao Szentgyörgyi, notable violinista, fue concertino de la Sinfónica de la UNT y vivió en Tucumán hasta su muerte. El Tren Blindado.

1973, enero. El brazo mudo sueña en las cuatro cuerdas de su memoria. Sudan remembranzas. El calor se agita en Re mayor. Una nube empaña su mirada. Un popurrí de imágenes dialoga con el pasado, mientras la música de ese genovés que ha pactado con el mismísimo diablo lo sacude. La severidad de Ignaz le hace tragar saliva. Tal vez una sensación de rencor-agradecimiento lo invade. ¿Qué hubiese sido de su vida de artista sin el rigor de su padre? Porque después de todo, cualquier músico que se precie de bueno, es esclavo de su instrumento. Posiblemente, salvo la llegada de su almita navegando por el Danubio y un tintineo catedralicio que luego impregnaría su ejecución de “La campanella”, ese lunes 21 de febrero de 1910 fue un día normal en Budapest.

Al pisar la primera década, el violín le abre las puertas de la Academia Nacional de Hungría, donde Oszkár Studer le da la bienvenida. Sus 14 años se adueñan del premio “Remeny” y se convierte en el solista del concierto en Fa sostenido menor, de Heinrich Ernst, con la Filarmónica de Budapest, bajo la conducción de Ernest von Dohnanyi. El gran maestro Jeno Hubay le enseña los misterios del violín y será luego uno de los mejores intérpretes de sus conciertos. El opus 6 de Paganini es uno de sus caballitos de batalla, con el que despierta aplausos a donde va, pero también Mendelssohn, Glazunov, Beethoven, Corelli, Lalo, Mozart, Tchaikovsky.

Es el profesor más joven de la Academia Nacional y durante 13 años concertino de la Ópera Real y de la Filarmónica de su ciudad. Berlín, Scheveningen, Varsovia, París, Viena, Frankfort, Praga, Zurich, Innsbruck, su pago natal, se deleitan con su magia. Con la Orquesta de la Ópera de Berlín, dirigida por Clemens Schmalstich, registra el Concierto en Re Mayor, de Paganini. La Segunda Guerra estalla. El Tren Blindado lo busca en Budapest para ir a tocar a Berlín. 1945. Los rusos se aprestan a entrar en Hungría. Cruza la frontera y Austria lo cobija con su esposa Piroska y sus dos pequeñas, Hajnalka e Ilonka.

1948. La Universidad Nacional de Tucumán le ofrece tocar en su Sinfónica naciente. Acepta. Con sus connacionales, el compositor, pianista y director Dohnanyi, el violista Francisco Heltai, la pianista Hilda Deniflée, desembarca en esta tierra. Comparte el atril principal con Eugenio Cremer, ex concertino de la Filarmónica de Berlín. El domingo 7 de noviembre de ese año, en el teatro Odeón (actualmente San Martín), con dirección de Carlos Cillario, la orquesta ve la luz homenajeando a Beethoven.

Bohemio y sociable

“Yo era recién nacida cuando llegamos; mi hermana se llamaba Aurora (Hajnalka), pero ya falleció. No sé por qué mi padre se quedó en Tucumán, no le convenía por su carrera, tal vez por comodidad. La guerra lo empujó lo más lejos posible; le ofrecieron contratos en Canadá, Australia, Estados Unidos, no sé por qué se vino acá. Hitler anexó todo a la fuerza. Cuando mi familia se enteró de que a Hungría iban a entrar los rusos, empacó y cruzó la frontera a Austria. Mi papá tenía alumnos particulares y enseñaba en la Escuela de Música de la Universidad. Era muy bohemio como buen artista, le gustaba contar chistes, bastante sociable, invitaba gente a almorzar o cenar a casa. Le gustaba la cacería y la pesca, iba al dique de Escaba”, recuerda Ilonka (Elenita, en húngaro), jubilada docente que vive actualmente en Tafí del Valle. Cuenta que el maestro se juntaba con la gente de la orquesta, sus alumnos, colegas, amigos de la comunidad.

“Mi papá era alegre, por desgracia tomaba y fumaba demasiado, nunca pudo dejar el cigarrillo y la comida húngara era muy pesada, el gulash, esa sopa… Practicaba muchas horas el violín, era muy profesional, muy serio, le gustaban Beethoven, Mozart, Brahms. Cuando tuvo la trombosis, quedó paralizado del lado izquierdo y no podía tocar el violín, eso espiritualmente lo dejó mal. Era un gran artista un virtuoso del violín y como persona, un poco bohemio, muy sensible, por eso tocaba con tanto sentimiento, era muy compasivo con los animales”, comenta Ilonka.

Un chico maltratado

Hija de Hajnalka, lo único que recuerda la cantante Mandy Danon es que su abuelo daba clases en su casa porque ya había tenido el derrame cerebral y no podía tocar. “Habré tenido 10 u 11 años. Él vino casado y con las dos hijas, una de ellas, mi mamá, que nació en Hungría, y mi tía, en Austria, fue mientras escapaban con mi abuela Piroska. Escuché que después de la guerra tenía ofrecimientos de trabajo para muchísimos lados: Estados Unidos, Alemania, Buenos Aires (en el Colón)”, relata. Su madre le contó que “mi abuelo fue un chico bastante maltratado por el padre porque el talento se le despertó de muy niño, y a los tres años quería un violín y le regalaron uno de latita, él se enojó y lo tiró, lo hizo polvo, entonces le hicieron un violín bien hecho, súper chiquito, que yo lo tengo; con ese empezó a estudiar. Como resultó tan bueno, su papá lo obligaba a estudiar ocho horas, encerrado, o sea que no tuvo una infancia muy normal. De ahí que consiguió la técnica que tenía, dicen que era formidable. Era un hombre lindo, no alto, muy sentimental, vulnerable. Lo conocí en su peor momento, ya enfermo, me imagino lo que es para un músico no poder tocar nunca más, no fue un final feliz. Iramain le hizo un dibujo a mi abuelo”, evoca.

Bocanadas de música

Charlas violineras, algunas bebidas espirituosas, bocanadas de tabaco, el amor por la música, abrochan la amistad con su discípulo y admirador, el violinista Alfredo Bru, uno de los tucumanos que ha llegado por concurso a la Sinfónica del 48. “Era un virtuoso, toqué 23 años en cuarteto con él, ni en los ensayos se equivocaba o desafinaba. La orquesta tenía dos concertinos titulares. Cuando se fue Cillario, Cremer quedó a cargo de la orquesta; ensayábamos primero de 7 a 9 y luego bajábamos a ensayar con la orquesta. En el año 50 tomé la primera clase con él, se tocaba todos los conciertos escritos para violín. A los pocos años tenía que venir un violinista a tocar y no pudo llegar porque falló el avión. Entonces le dijo a Cillario: ‘si querés toco yo. - ¿Qué concierto? - Bueno, mañana te aviso’. Era un jueves. Encuentran el de Mendelssohn. Hizo el ensayo a la mañana y el concierto a la noche”, evocaba.

Menos plata, mejor vida

Recuerda a su maestro como “un tipo divertido, jodón, una memoria extraordinaria para los chistes. Con mucha confianza para hablar de él, intimé mucho con él. Al poco tiempo, Jorge Serafini se fue y me ofreció hacer un cuarteto y arrancamos en el 55 o 56. Era infalible, cualquier cuarteto ya lo había tocado, eso para mí era una novedad. Las grabaciones de él eran en discos de acetato y en alambre. Me hizo escuchar una grabación del concierto Nº 1 de Paganini cuando tenía 11 años y otra a los 17, la primera era mejor, según mi punto de vista. Tuve la suerte de tenerlo al lado mío. ‘La música es música’, decía. Si tocábamos un carnavalito, un lamento indiano, él tocaba. Los instrumentos de cuerda son muy personales, uno necesita tocar el instrumento que conoce, pero a él le daba lo mismo cualquiera. En el ‘50 fuimos con la orquesta a Capital Federal, toda la gente que nos escuchó quedó asombrada porque era mejor que la de Buenos Aires. Lo invitaron a quedarse y no quiso saber nada. Le gustaba mucho Tafí del Valle, donde tenía una casa y se iba en una Triumph: ‘Tucumán es lo más parecido que hay a Hungría; acá, menos plata, pero mejor vida que en Buenos Aires’”, recordaba Bru (1928-2008).

Enero, 1973. Las horas se han vuelto demasiado lentas. Imágenes del Danubio y del Blanquito se abrazan en el horizonte. Sabores a gulash y queso tafinisto le despiertan tal vez el deseo. Aunque toda la vida lo ha llevado a san Jorge en el apellido, la silueta de Paganini lo desafía y juega con la scordatura del silencio. El maestro Hubay le susurra ahora un Sol menor en la quasi fantasia de su opus 99. Una luna tucumana le acaricia el sueño. Ese sábado 27, el corazón húngaro de 62 años de Ladislao Szentgyörgyi está comenzando a tocar el violín de la eternidad.

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