Una visita a Amaicha

Una visita a Amaicha

Mirada de Juan Heller en un viaje de 1924.

JUAN HELLER. A la izquierda, con su cuñado León Rougés, en un viaje al cerro. JUAN HELLER. A la izquierda, con su cuñado León Rougés, en un viaje al cerro.

El largo y noticioso artículo “Amaicha”, publicado por el doctor Juan Heller en 1924, consigna muchas observaciones sobre esa villa. Cuenta que las construcciones, “sin excepción, son de adobe crudo, a veces con cimiento de piedra o canto rodado hasta el nivel del suelo más o menos; tirantería de madera de álamo, a veces, y otras de madera de cardón; el techo de paja o de torta, con muy poco vuelo, descansando sobre un entramado de cañizo.”

Eran los materiales proporcionados por la comarca. Intrigaba a Heller “porqué no se usa la construcción de tapia, en lugar de la de adobe, que es más segura y sólida”. Después cubrían las paredes “con un revoque mezcla de tierra y greda, de una notable lisura”.

Otros párrafos destinaba Heller al uso del gigantesco cardón, que en aquellas zonas suele alcanzar hasta cuatro o cinco metros que altura, y que tiene una muy gruesa corteza exterior. Los amaicheños, observaba, “sacan esa corteza y dejan secar largo tiempo el tronco central, el que una vez seco adquiere dureza y resistencia notables; se presta para ser trabajado por la sierra y formar tablones y listones, que sirven y utilizan para tirantes, postes y hasta ¡de palenques!”. Causa asombro comprobar “la gran dureza de esa madera, que aparece a la vista con un tejido esponjoso de fibras”.

Veía a muchos viejos y jóvenes montados en burros, que iban arreando otros tantos cargados con “chigüas” de uvas y duraznos traídos del vecino valle de Santa María, y que llevaban a vender en Tafi del Valle. “Cuando no lo venden a los veraneantes, hacen el trueque con los puesteros y gente de esta villa, a cambio de carne de oveja o cabra”.

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