Hasta los pacientes del hospital Padilla salieron a la vereda para saludar a la Virgen

Hasta los pacientes del hospital Padilla salieron a la vereda para saludar a la Virgen

La procesión cubrió las 13 cuadras que separan las plazas Belgrano e Independencia. Testimonios de la fe de los peregrinos.

CIERRE CON FUEGOS ARTIFICIALES. Así se coronó el regreso de la imagen a la basílica de La Merced. CIERRE CON FUEGOS ARTIFICIALES. Así se coronó el regreso de la imagen a la basílica de La Merced. LA GACETA / INÉS QUINTEROS ORIO

¿Fue la tarde tibia a pleno sol que invitaba a ensanchar el corazón? ¿O la crisis cada vez más profunda? ¿O la fe de los tucumanos que sigue creciendo y se desborda por las calles, en gestos de devoción mariana como hace 207 años? Cualquiera sea la razón, lo cierto es que el pueblo tucumano derramó ayer sus oraciones en las 13 cuadras que ocupó la tradicional procesión en honor a la Virgen de La Merced, y que unió las plazas Belgrano e Independencia. Los organizadores calculan que hubo 25.000 fieles en la misa y en la procesión.

Algunos pacientes que estaban internados en el hospital Padilla salieron a la vereda a saludar el paso de la Virgen. Allí estaba Matías Gramajo, el profesor de la escuela de Mala Mala, que el 22 de agosto sufrió el fatal accidente en la ruta 38 a la altura de Famaillá, donde murieron cuatro docentes. “Ella es el ser más poderoso que conozco y que me ha permitido estar vivo hoy”, dice con los ojos húmedos y con un brazo todavía conectado al suero. Desde su silla de ruedas, al cuidado de su madre y su hermana, mira emocionado la multitud.

Detrás de él hay otra silla de ruedas. Es la de José Francisco Herrera, internado en el hospital desde hace un mes por una infección en un pulmón. “Le pido a la Virgen que me salve”, suspira y echa a llorar.

Apenas concluye la ceremonia cívico militar por los 207 años de la Batalla de Tucumán, en la plaza Belgrano, la procesión se encamina con la venerada imagen por la calle Alberdi. En la multitud no hay nadie que no tenga una historia para contar, una gracia en la que haya intercedido la Virgen, o alguna petición para su vida o para algún ser querido.

“A mí la Madre me ayudó en dos grandes problemas que tuve en mi vida: lo salvó a mi hijo del servicio militar, a pesar de que le había salido un número alto en el sorteo; y además la curó a mi hija de una enfermedad muy grave”, sonríe Blanca Francisca Villafañe. “A mí la Virgen me salvó de una muerte segura. La policía me pegó un tiro en el pie y se me engangrenó. Me tuvieron que cortar de la rodilla para abajo. Le debo todo a ella”, agradece Juan Carlos Juárez, vecino de La Costanera y entregado completamente a la Virgen.

Don Lucas Barrera camina despacio al lado de su vieja bicicleta ya herrumbrada. Tiene 80 años y aunque ya está un poco encorvado jura: “ni una sola pastilla tomé en toda mi vida”. “El milagro que hizo Ella soy yo mismo. No tendré plata, pero tengo una salud que muchos me envidian”, ríe con picardía.

Junto a los peregrinos hay 500 “servidores” de Nuestra Señora. Algunos trabajan todo el año para mantener el culto y otros, solamente para las fiestas. Entre los primeros está Mariela Reche, convencida de que “el servicio es la acción más noble que una persona puede donar. Juntar profesión y entrega es una de las mejores experiencias que he vivido. Entregar mi vocación al crecimiento del Reino de Dios me eleva espiritualmente”, dice la licenciada en Periodismo, que conoció la devoción a los ocho años cuando hizo su primera comunión, con un vestido igual al de la Virgen de La Merced.

Otro servidor “todoterreno” es el profesor Luis Varela. Cuenta que tiene “un vínculo muy fuerte con María de La Merced desde hace 11 años”. “A meses de haber fallecido mi abuela fui a la basílica y por una confusión entré a servir. Fui pasando por diferentes servicios, desde monaguillo, secretario hasta fotógrafo”, enumera con simpatía. “La mayor gracia que recibí de la Madre fue en 2016. Ese año le detectaron a mi mamá cáncer de mama. Como familia nos tocó acompañarla en su tratamiento. Y de rodillas ante la Virgen le pedí que la cure. Gracias a su intercesión hoy la tengo con vida. Y a la Virgen le debo eso y mucho más”, testimonia en un paréntesis de su trabajo, que es organizar la procesión.

En el camino, después de que pasan los 200 gauchos que cierran la procesión, Helena Haro, de 73 años, queda sentada en un umbral, derrumbada por el cansancio, con su bastón en una mano y su sombrero de paja en la otra. Tiene prótesis en la cadera, la pelvis y una pierna, además de cinco clavos en una rodilla. Pero ella igual camina, porque sabe que “está en manos” de la Virgen.

11 autos fueron a parar al corralón

El operativo de Tránsito municipal para mantener liberadas las calles por donde se realizó el traslado de la Virgen y la procesión se desarrolló con normalidad, informó el subsecretario, Enrique Romero. No obstante, hubo propietarios de automóviles distraidos que dejaron el auto en la calle. Romero dijo que de calle Alberdi se levantaron tres vehículos y de calle 24 de Septiembre, ocho autos.

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