En el camino fueron aprendiendo a respetar

En el camino fueron aprendiendo a respetar

Los candidatos que debatieron fueron de menor a mayor. La moderación no tuvo momentos de conflicto. El debate tuvo el calor de las grandes discusiones.

LA GACETA/FOTO DE JUAN PABLO SÁNCHEZ NOLI LA GACETA/FOTO DE JUAN PABLO SÁNCHEZ NOLI

Hace exactamente 30 minutos el estudio de LA GACETA Play apagó sus luces. El vértigo que impone la televisión y que exige la resolución inmediata de cualquier situación trasunta la inteligente e intuitiva reacción de los candidatos.

Llegaron a los estudios de LA GACETA con un libreto y a mitad del camino lo tiraron por la ventana. Recurrieron a sus capacidades, a sus virtudes, a esos recursos que todos tienen en los momentos difíciles y en ellos confiaron para pedir, finalmente, que los voten.

Tal vez en esta adecuación esté la explicación de por qué los primeros ocho minutos de debate libre levantaron la voz (especialmente Racedo Aragón, en menor medida Luis Farina). “Se torearon”, dirían en el café del barrio. “No se escucharon”, repetirían en cualquier lado y hasta podía estar justificado porque en la planificación ese tiempo es para robarle minutos, segundos al otro. Es el momento en el que se planifica para que los ocho minutos sean propios. Pero, cuando llegaron los segundos ocho minutos, los candidatos pensaron en la calidad de su exposición y en los televidentes. Y, acertaron. Ganaron en todo sentido. Supieron escucharse. Recurrieron a las chicanas, pero con la altura que da la política en todo debate. Fueron capaces de encontrar la riqueza de sus propuestas y hasta encontraron algunos segundos para responder cuando se sintieron agredidos. Fueron de menor a mayor y seguramente, los destinatarios de sus mensajes quedaron agradecidos.

La moderación no tuvo momentos de conflicto salvo cuando Walter Aráoz (él mismo, primero y otros candidatos después eligieron identificarlo por su apodo Kabuby) no tuvo ningún interés en hablar de sus contrincantes. Escapó al elogio, pero también a la crítica. Buscó mostrar que su mirada estaba puesta en el peronista que lo veía y no en los que debatían con él. En cambio, Racedo Aragón hizo del elogio la crítica y eligió como blanco principal a Mariano Campero, quien después de entrar en calor trató de transmitir parsimonia y cautela, y la suerte lo favoreció al ser quien cerró el debate.

El debate tuvo el calor de las grandes discusiones. Fue coronado con aplausos. Despertó sonrisas. Hizo estallar la creatividad. Supo esconder las miserias de la agresión, y permitió rescatar el respeto y la sabiduría de saber escuchar.

Misión cumplida para los electores que pueden ver algunas de las propuestas principales que tienen en Yerba Buena de parte de los candidatos principales, según las diferentes encuestas que se vienen desplegando.

El debate fue, felizmente, un aprendizaje más de esta democracia.

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