Más parecido a una interna que a una elección general

Más parecido a una interna que a una elección general

Han pasado 56 días desde que, en la mañana del viernes 22 de febrero, la Casa de Gobierno decretó que las elecciones de Tucumán se anticipan al domingo 9 de junio. Faltan 51 días para que se celebren esos comicios durante los cuales se renovarán la totalidad de los cargos electivos de la provincia. De modo que esta Semana Santa es, ciertamente, el justo medio en la campaña electoral comarcana.

Lo plasmado en la primera mitad de la contienda, en lo que se refiere a la lucha por la gobernación, es que un escenario que poco se parece a una elección general y que mucho se asemeja a una interna. Una interna que ni siquiera es del peronismo, sino más bien del oficialismo. Una compulsa que enfrenta al gobernador Juan Manzur y al vicegobernador Osvaldo Jaldo contra el senador José Alperovich.

Así lo exhiben las encuestas que LA GACETA publicó durante el fin de semana pasado, y en las que las dos facciones que resultaron del estallido de ese triunvirato se presentan, con cifras distintas, como los que monopolizan la lucha por el sillón de Lucas Córdoba. Claro que las encuestas de sus adversarios no oficialistas deben decir otra cosa. Pero es imposible saberlo por ahora porque ahí han decidido guardarse la desmentida…

Dos grandes grupos de razones explican por qué el escenario parece, superada la mitad de la etapa proselitista, una primaria oficialista más que una votación la provincial. Son, sin más, los aciertos de unos y los desaciertos de otros.

Una campaña electoral es un hecho eminentemente político. Y sin menospreciar la importancia de los recursos materiales, no es con plata sino con hechos políticos con lo que se jalonan los comicios. Hasta el momento, todos esos hechos políticos han sido de estricta factura peronista. Tanto de los que están adentro como de los que están afuera del PJ.

El manzurismo, que organizó un acto multitudinario para el 17 de octubre con la excusa de la “unidad” del PJ y la decisión de lanzar la reelección, sacudió el tablero con el adelantamiento de los comicios. Luego, el armado de las listas desvistió al alperovichismo en el interior.

El alperovichismo ensayó la más audaz de las jugadas políticas de los últimos tiempos al buscar un acuerdo con el alfarismo, que incluyó (según prosigue la reconstrucción de los hechos), no sólo la vicegobernación para la diputada Beatriz Ávila, sino también la promesa de un armado conjunto de las listas de diputados nacionales para las PASO. Si le salía bien, cambiaba la historia. Pero le salió pésimo. Y el fracaso expuso su debilidad: nadie que vaya ganando, como gustan de presumir en su entorno, ofrece semejantes espacios en un acuerdo.

El alfarismo, que es la pata peronista (y también un brazo, varias costillas, y el cerebro) de Vamos Tucumán, alumbró dos hechos a falta de uno: la tarifa social en la boleta de la luz para los capitalinos pobres y, por supuesto, el demoledor “no” al alperovichismo.

Hasta aquí, poco, si acaso nada, ha mostrado la oposición para -justamente- contrapesar la fuerza de estos hechos políticos.

Precisamente, pasando al plano de los desaciertos, son los problemas internos de la oposición vernácula lo que la rezagan en la vidriera de la lucha por el poder y, por ende, alimentan la sensación de lo que se va a dirimir en las urnas es justamente una interna oficialista.

Fuerza Republicana, que viene sorprendiendo a propios y extraños porque arrancó con dos dígitos en la consideración de la opinión pública (luego de sacar apenas el 3,5% de los votos en 2015) le debe su “buena salud en las encuestas” más a la coyuntura externa que a la fortaleza propia. Es, por un lado, el partido que más claramente expresa su propuesta con respecto a la inseguridad (políticamente incorrectísima para los referentes de los partidos tradicionales). Y, por otro, el que mejor capitaliza el hartazgo: voto castigo contra peronistas y radicales.

Internamente, sin embargo, está restañando heridas. Luce como si estuviera tratando de cicatrizar la salida de dirigentes que, en muchos casos, eran sólo eso; y en otros eran familiares y amigos. Y en ese contexto, la apuesta redoblada por los más cercanos y los más fieles no deja de ser un armado casi endogámico. Con poca apertura. Más bien cerrado. Como si la opción fuera, incluso, resignar algunos puntos, con la convicción experimentada de que es mejor pocas bancas pero fieles, que muchos escaños pero que después se los lleva el viento… del peronismo gobernante.

Con otra orquesta, la pata radical de Vamos Tucumán parece estar tocando con la misma partitura. Pero con una particularidad: se quedó a medio camino entre dos posibilidades.

El régimen electoral de “acoples” (partidos políticos provinciales que presentan candidatos a legisladores en “listas colectoras” a un candidato a gobernador) plantea, por un lado, la alternativa de enfrentar la dispersión con una lista única por cada sección electoral. En esa estrategia de concentrar los votos en una sola nómina para sentar más parlamentarios, no hay lugar para todos. Por eso, debe estar precedida por una gran interna, que valide las candidaturas de los ganadores.

La otra alternativa es, por el contrario, otorgar tantos “acoples” como dirigentes se sientan con derecho y oportunidad de competir. En ese caso se optó por no celebrar una primaria, porque el riesgo político (el fratricidio partidario) es demasiado alto. Los “acoples” son hoy (como ayer lo fueron los sublemas) un mecanismo ideado por el peronismo para que su interna fuese “hacia afuera”.

Increíblemente, los radicales de Vamos Tucumán han decido que en el interior de la provincia no darán acoples (léase, van por la lista única), al mismo tiempo que jamás dieron las internas de candidatos. De modo que al no haber vencedores en las urnas partidarias con derecho a desplazar a los vencidos, todo es un escándalo de portazos y promesas de traición.

Tan a medio camino se quedaron que, en la capital si hay acoples pero, en las secciones este y oeste, por ahora no los otorgan. Entonces, se asiste –otra vez- a una apuesta por los fieles. Esa jugada no es una sinrazón: tiene fundados motivos. Pero, nuevamente, toda endogamia es un círculo cerrado. Léase, si no hay apertura para sumar dirigentes y votos, mal puede pretenderse figurar en la consideración pública como una alternativa de poder.

Precisamente, la corta semana que acaba de concluir ha sido intensa en reuniones y decisiones en Buenos Aires para la senadora Silvia Elías de Pérez, según cuentan quienes la concurren (mientras en su entorno buscan el paradero de un acierto de campaña). Para la semana que viene se pronostica un relanzamiento de la campaña, apostando al perfil combativo que le dio a la parlamentaria un nombre y un lugar entre los opositores. Todo parece indicar que no habrá Pascua de resurrección para la “Revolución de los Corazones”, por estas horas cerca de recibir cristiana sepultura en el cementerio de las ideas poco felices. 

La segunda mitad de la campaña ha comenzado.

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