La pascua judeo-cristiana
16 Abril 2019

Por Arturo Garvich, médico, docente e historiador.-

Monseñor Osvaldo Santiagada decía que “con los judíos compartimos la fe en un Dios único y todos los bienes aportados por los patriarcas hebreos, los 12 apóstoles y los primeros discípulos que anunciaron al mundo el evangelio de Cristo, razón por la cual los cristianos rechazamos todo tipo de antisemitismo u odio irracional contra nuestros hermanos mayores, a los que se quiere hacer chivos expiatorios de pecados que todos cometemos” (Rev. Criterio, Ed. Paulinas). Recordemos a propósito que el mensaje de Jesús estaba básicamente cimentado n dos mandamientos: “Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6,5) “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18). Jesús, en realidad, enseñaba judaísmo: se puede afirmar, en efecto, que no hay elementos en su mensaje que no estén inspirados en las antiguas escrituras judías. “Privar a Cristo de su relación con la Biblia Hebrea (la Torah) -decía Juan Pablo II- sería arrancarle sus raíces y vaciarlo de todo contenido”. Sin embargo, no poca responsabilidad de los males que le tocó sufrir al pueblo hebreo, desde hace 2000 años, obedece a una errónea interpretación, por parte de los cristianos, de su propio testamento y, particularmente, de no pocos pasajes del Evangelio de Juan, donde los judíos son presentados como “perseguidores de Jesús”. Los clérigos muchas veces fueron conscientes de esta falsa exégesis y prefirieron, en el mejor de los casos, no aclarar las confusas ideas que comúnmente existen en las mentes de los fieles. La consigna preferida fue predicar la culpa hebrea en el “deicidio” y no reconocer que el pueblo judío quien dio luz a Jesús y a sus enseñanzas: v.gr. en la introducción del cuarto Evangelio se lee lo siguiente: “Al principio era el Verbo”… “y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…”.

Este versículo constituye uno de los pilares del dogma cristiano. Fue redactado, como toda la Biblia Nueva, por judíos escindidos del tronco principal del judaísmo y está fundamentado en los escritos Filón, pensador alejandrino que vivió en la misma época que Jesús. Este teólogo judío-helénico proponía la existencia de un ser intermedio entre Dios y la materia al que denominó “logos”, “verbo” o “enviado de Dios”. Esta suerte de “neo-platonismo judío” fue el primer antecedente de los que sería, tiempo después, el “Logos cristiano” o el “Hijo de Dios Padre”. Y sugiere una especie de trinidad divina que prefigurará la respectiva concepción cristina elaborada después por los apóstoles y padres de la Iglesia. Sin embargo, Filón de Alejandría no tuvo noticias de la existencia de Jesús en la cercana Judea. A lo largo de su principal obra “La vida contemplativa”, nunca lo menciona. Sería interesante profundizar en el estudio este importante filósofo judío “pre-cristiano”. Ahora bien, el uso peyorativo del vocablo “los judíos” en el Evangelio de Juan Se debería, según Bover y Cantera Burgos, a un error de traducción o a una interpolación cristina a fin de darle un fundamento “teológico” al antisemitismo. Según Mateo (26,3), los que juzgaron y condenaron a Jesús fueron solo algunos “escribas, ancianos o jefes del credo”. Cuando llegó el momento de “ajusticiarlo” contrataron una especie de turba que fue enviada al solo efecto de hacer número: estos fueron los que, a la madrugada, lo apedrearon y pidieron la liberación de Barrabás, y no precisamente los judíos. Sin embargo, muchos religiosos se empeñan, aun hoy, en señalar a todo el pueblo de Israel como culpable de la muerte de Jesús. Inspirados en oscuros versículos bíblicos, parecen ignorar la naturaleza hebrea del mismo y el designio elevado de su “felice morte”. Ahora bien, a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha dedicado a recomponer sus relaciones con los judíos. “Perdónanos la maldición que injustamente pronunciamos contra el nombre de los judíos, perdónanos que, en su carne, te crucificáramos por segunda vez. Pues no sabíamos lo que hacíamos” (Juan XXIII). Recordemos, además, la enérgica homilía del papa Francisco en el sentido de que “un antisemita no puede ser cristiano”. Jesús siempre fue judío: fue circuncidado y educado en la moral bíblica, el ritmo de su vida estaba marcado por las peregrinaciones y la observancia de las grandes fiestas hebreas, y para concluir, realizó su acto supremo en el marco de un “Seder de Pesaj” (Pascua Judía).

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