Cincuenta deseos para levantar la copa

Cincuenta deseos para levantar la copa

Que la política nos vuelva a servir para construir antes que para destruir.

Que sea una herramienta de cambio, para cambiar a los que están mal, no para seguir cambiando a los que ya están demasiado bien.

Que nuestros dirigentes sean más honestos, menos demagogos, más altruistas, menos ambiciosos y más capaces y creativos.

Que nuestros empresarios sean más generosos, que inviertan más, y que sean menos evasores, explotadores y especuladores.

Que no remarquen precios si no es necesario, que no ganen más de la cuenta, que no sobornen, que no hagan trampa.

Que los funcionarios se preocupen más por la gestión y menos por la campaña, que es de lo único que hablan hace seis meses y aún falta un año.

Que los candidatos paren de atacarse y de culparse por hechos y embustes en los que hasta hace poco fueron socios y hasta cómplices.

Que se esfuercen por no hacer el ridículo. Que dejen de hacer papelones. Que ya nadie les cree.

Que volvamos a creer en las utopías, en las ideologías, a hablar de proyectos y de grandes ideas.

Que les digamos basta a las chicanas. Que estamos hartos. Que hay demasiados problemas graves.

Que nos importe más el plan que tenga un candidato antes que los planes que tenga para repartir.

Que nos arrase una epidemia de caridad.

Que nos volvamos zombis de bondad, autómatas de la misericordia.

Que las religiones sirvan para unirnos y dejen de dividirnos.

Que no se mezclen con el Estado porque se contaminan. Que la fe mueva montañas en vez de prejuicios.

Que los que buscan soluciones tengan más voz que los que buscan culpables.

Que el 30% de fanáticos, sectarios, intolerantes y agresivos deje de tener de rehén al otro 70% de los argentinos que quiere progresar y vivir en paz.

Que le bajen el volumen a los que gritan y le suban a los que cantan.

Que cada cual use el pañuelo del color que se le dé la gana, pero que también escuchemos a los que no usan ningún pañuelo.

Que este verano se caigan menos puentes defectuosos. Que no se inunden más túneles. Que no exploten más baldosas en peatonales recién inauguradas.

Que los caminantes y los ciclistas vuelvan a recuperar el control de la ciudad, de su tranquilidad, de su silencio, de sus aires más sanos para respirar.

Que se ensanchen más veredas, que se hagan más peatonales, que se tracen ciclovías, que se construyan más plazas.

Que los ómnibus circulen más rápido y seguros.

Que cada vez haya menos autos y motos en el centro.

Que el gobernador y los siete intendentes del Gran Tucumán este año se despierten. Que alguien les tire un vaso de agua en el rostro para que se espabilen y hagan cosas. Que se acuerden del vecino y que llegaron para servir, no para que los sirvan.

Que podamos volver a caminar tranquilos por las ciudades. Que las familias recuperen la calle, que no nos gane un puñado de violentos, como ocurre en la política, en los activismos.

Que el fútbol de los niños vuelva al pavimento, las parejas al zaguán y los abuelos a la vereda.

Que los solitarios encuentren compañía.

Que los acompañados no dejen de amarse, que no se pierdan la paciencia, que sean más tolerantes.

Que los amantes hagan el amor todos los días. Y que ese amor los haga más amantes.

Que los hijos escuchen más a los padres que abrazan y menos a los padres que gritan.

Que los padres no olviden que fueron hijos de padres que tampoco sabían ser padres.

Que permiso, por favor y gracias vuelvan a ser las palabras más usadas.

Que no dejemos de decir buen día todos los días, a todo el mundo, y no sólo al que más tiene, sino principalmente al que menos tiene, al menos poderoso, al más indefenso.

Que regalemos todo lo que nos sobra, que es mucho más de lo que creemos. Y que regalemos aún lo que no nos sobra, porque eso se siente mucho más lindo.

Que juzguemos menos y comprendamos más. Que escuchemos más y hablemos menos.

Que honremos a nuestros muertos, que no traicionemos su memoria.

Que nos miremos más a los ojos y menos a las pantallas.

Que nos besemos más, nos abracemos más, nos acariciemos más.

Que caminemos tomados de la mano, sin vergüenza. Que nos riamos más, y si son carcajadas, mejor. No es de mala educación. El que está mal educado es el que no puede reirse a carcajadas.

Que logremos recordar a cada instante que lo único real es el presente, que el pasado ya no vuelve más y el futuro aún no existe.

Y que podamos cerrar los ojos, en silencio, respirar hondo, y comprender, profundamente, que este viaje es uno solo y acaba en el momento menos pensado.

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