A mayor educación, menos intolerancia

A mayor educación, menos intolerancia

Es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia”, sostenía el líder pacifista Mahatma Gandhi. Los países miembro de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) adoptaron en 1995 la Declaración de Principios sobre la Tolerancia. El documento afirma que la tolerancia no es indulgencia o indiferencia, sino el respeto y el saber apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y las distintas formas de expresión de los seres humanos.

El 16 de noviembre se celebra el Día Internacional para la Tolerancia, cuyo objetivo es enseñar tanto a los niños como a personas mayores en qué consiste la tolerancia y llevarla a cabo con todas las personas que nos rodean. La Unesco señala que la tolerancia es el respeto y la aceptación de la gran riqueza cultural del mundo, así como el reconocimiento de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.

La entidad internacional invita a reflexionar en esta fecha sobre estas ideas: diversidad en la comunidad; derechos humanos; un programa individual de tolerancia; el no a la violencia; la diversidad ecológica y diversidad humana; la tolerancia religiosa; deportes y respeto, y creatividad en el trabajo. La tolerancia reconoce los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los otros. La gente es naturalmente diversa; solo la tolerancia puede asegurar la supervivencia de comunidades mixtas en cada región del mundo.

En los últimos lustros, la tolerancia ha caído en picada en nuestro país. La descalificación del que no piensa como uno se ha convertido en una constante en todo tipo de tribuna política, y con frecuencia se vuelve agresiva y ofensiva. Pero también se percibe en la vía pública, donde a menudo los conductores avasallan a los peatones o llegan a insultarlos en caso de que estos intenten cruzar una calle.

Hay una necesidad de imponer a los demás su propia manera de pensar o sus principios. Ello se ha percibido recientemente en los enfrentamientos violentos generados por el proyecto de legalización del aborto o los ataques al Congreso de la Nación hace unas semanas, cuando los diputados trataban el Presupuesto Nacional.

La violencia y la discriminación son hijas de la intolerancia, que a su vez es alimentada por la ignorancia, por el miedo a lo que no se conoce, por los prejuicios, por la incomunicación. En muchos programas televisivos, los vituperios están a la orden del día, de manera que estas conductas van más allá de una burla para tratar, por ejemplo, de estúpido a alguien por el motivo que fuere.

La intolerancia es la herramienta del autoritarismo, de las dictaduras, de los fundamentalismos, es causante también de la violencia física e intelectual, del sometimiento de los más débiles, las mujeres golpeadas son resultantes de ella. El avance de esta falta de respeto por el otro, por las leyes, en especial las que hacen a la convivencia, es también la consecuencia de una crisis de valores preocupante, así como de una educación en decadencia, cuya misión no se agota con impartir conocimientos, sino contribuir a la formación de las personas. A mayor educación, menos intolerancia.

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