Un oficio que todos aman

Un oficio que todos aman

Los peones son los que más tiempo pasan junto con los caballos, cumplen un rol fundamental y son piezas clave en la actividad turfística.

DESPUÉS DEL ENTRENAMIENTO. Gabriel Omar Albornoz baña a uno de los ejemplares que cuida antes de llevarlo nuevamente a la caballeriza. la gaceta / foto de hector peralta DESPUÉS DEL ENTRENAMIENTO. Gabriel Omar Albornoz baña a uno de los ejemplares que cuida antes de llevarlo nuevamente a la caballeriza. la gaceta / foto de hector peralta

Son los que más tiempo están en contacto con los caballos. Comienzan sus tareas a las 6 y terminan cerca de las 11, con el primer turno. Luego, a partir de las 16, vuelven a las caballerizas y permanecen durante dos o tres horas atendiendo a los ejemplares. Los peones son, sin dudas, el motor de la actividad turfística.

SACANDO LAS VENDAS. Pedro Nieva cumple la función de peón-vareador y trabaja con los ejemplares que entrena su papá. la gaceta / foto de carlos gustavo chirino SACANDO LAS VENDAS. Pedro Nieva cumple la función de peón-vareador y trabaja con los ejemplares que entrena su papá. la gaceta / foto de carlos gustavo chirino

“Es un trabajo muy sacrificado, pero realmente los que estamos en esta actividad es (sic) porque amamos los caballos. Todo lo que hacemos, lo hacemos con mucha pasión”, cuenta Juan José Monteros (51 años), que desde que era un niño comenzó a ir a las caballerizas. “Vivo a dos cuadras del hipódromo. Cuando tenía 10 años empecé a ir al stud de Héctor Pantalena a ver cómo trabajaban con los caballos. Ahí aprendí este oficio. Siempre me gustaron los caballos. Me apasionan. El mejor ejemplar del que fui peón fue Alese, al que entrenaba Roque Scaraviglia. Ese fue el único caballo que le ganó a Viz Nubarrón en Tucumán”, recordó “Chicho”, que además de cumplir la función de peón y capataz, es uno de los “peluqueros” que trabajan en el circo hípico local. “De varias caballerizas me llaman todos los días para que les corte el pelo a los caballos. La idea es que queden bien presentados en las competencias”, expresó.

MULTIFUNCIONAL. Juan José Monteros, que lleva cuatro décadas en el hipódromo, es capataz, peón y “peluquero” de los caballos. la gaceta / foto de carlos gustavo chirino MULTIFUNCIONAL. Juan José Monteros, que lleva cuatro décadas en el hipódromo, es capataz, peón y “peluquero” de los caballos. la gaceta / foto de carlos gustavo chirino

Los peones son los que se encargan todos los días de la higiene y el mantenimiento de las condiciones de donde vive el caballo. No hay feriados, ni lluvias, ni frío ni calor. Es un trabajo en el que hay que estar todos los días. Por eso, sin dudas, cumplen un rol fundamental y son piezas clave para que el entrenador pueda poner a punto a sus pupilos para cada competencia.

Cada peón atiende entre tres y cinco caballos por día. Marcelo Brito cuenta cómo comienza la rutina. “Apenas llegamos al stud, entramos al box de cada ejemplar que tenemos que atender. Nos fijamos si comió bien la noche anterior y si tomó la cantidad suficiente de agua, para que no se deshidrate. Luego comenzamos a limpiar las camas, que son de viruta de madera, lo vendamos y lo llevamos a la pista para que empiece con el entrenamiento que el cuidador dispone. Cuando termina con los ensayos, lo bañamos, lo caminamos un rato y lo regresamos al box, donde ya tiene toda la alimentación lista, que es alfa y avena. A algunos se les agrega maíz y algún alimento balanceado, con vitaminas”, comentó Brito, que también fue jockey.

“Además de realizarle la higiene diaria, es necesario observar el estado general. Hay que ver cómo están las patas, cómo comió. Es fundamental que esté bien físicamente antes de cada entrenamiento, para evitar una posible lesión”, indicó Javier Palacios. “Nací y me crié al frente del hipódromo. Desde que tengo uso de razón que voy a los studs. Amo a los caballos y la mayoría de mi familia trabaja en esta actividad”, agregó.

Muchos de los que trabajan como peones aprendieron el oficio desde chico, ya que viven cerca de las caballerizas y concurren diariamente. “Aprendí de niño a quererlo y a cuidarlo a los caballos. Aunque hay muchos otros trabajos en los que se puede ganar mejor, esto se hace con mucha pasión. Es hermoso estar en contacto todos los días con los ejemplares. Para mí es lo máximo”, dijo Gabriel Albornoz (21 años).

TODOS JUNTOS. El trabajo en equipo entre los peones es clave para que los caballos consigan buenos resultados. la gaceta / foto de carlos gustavo chirino TODOS JUNTOS. El trabajo en equipo entre los peones es clave para que los caballos consigan buenos resultados. la gaceta / foto de carlos gustavo chirino

Pedro Nieva viene de una familia de tradición “burrera”. Su bisabuelo fue entrenador y actualmente su papá cumple la misma función. “Me gusta mucho lo que hago. Soy peón-vareador, porque también monto a los caballos. Nací en un stud y para mí no hay nada más lindo que estar en contacto todos los días con los ejemplares. Es verdad que es muy sacrificado, pero es lo que amo”, expresó.

Con sus trabajos, no hay dudas de que los peones son el motor de esta actividad.

El peón que más conocía al crack

Los caballos reconocen a sus peones, ya que ellos son los que diariamente le brindan una atención personalizada. Hay una historia conocida por los turfmen sobre Telescópico. El último ganador de la Cuádruple Corona del turf nacional (1978) fue llevado a Francia con la ilusión de correr el famoso “Arco de Triunfo”. El ejemplar no se adaptó ni a la pista ni al clima y fracasó. Luego, en Estados Unidos, tuvo una campaña menos que aceptable.

Un oficio que todos aman

Después de mucho tiempo, regresó al stud de Juan Esteban Bianchi. El peón que lo había cuidado desde potrillo pidió que lo dejaran solo con el caballo, al bajar del camión. Es que lo conocía tanto al campeón. que confió en su instinto.

El crack encaró la puerta principal de la caballeriza y fue mansamente a su box de origen. Era el regreso al hogar después de una experiencia traumática; era la vuelta a la seguridad, a encontrarse rodeado por la gente que lo comprendía. Tan equivocado no estaba el peón. “No le cierren la puerta. Él se quedará allí, porque en ningún lado se descansa mejor que en la casa de uno”, dijo el peón. Y fue así.

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