La Madrid, un atinado gobernante

La Madrid, un atinado gobernante

En 1826, el corajudo sableador mostró sus condiciones de hombre de Estado, al frente de Tucumán.

GREGORIO ARÁOZ DE LA MADRID. En sus últimos años, fue retratado del brazo de su hija Berenice, en este daguerrotipo GREGORIO ARÁOZ DE LA MADRID. En sus últimos años, fue retratado del brazo de su hija Berenice, en este daguerrotipo

Que el general tucumano Gregorio Aráoz de la Madrid era un valiente, nadie ha podido negarlo. Una gran cantidad de testimonios de época, de las más diversas fuentes, confirman sin vacilar esa condición. Pero también es común pintarlo como sólo un temerario sableador, sin nada en la cabeza y autor de aquellas “Memorias” que no son sino un largo panegírico de sí mismo. Y como generalmente perdía -a pesar de sus arrebatos corajudos- las batallas que mandó en jefe, Paul Groussac, ácidamente, apuntó que “un brío inagotable de derrotas” caracterizaba a este “soldadote estrafalario y tornadizo”, verdadera “efigie del descalabro”.

Pero no puede dejarse de reconocer que, en un momento dado de su vida, Gregorio Aráoz de la Madrid no solamente manifestó su inteligencia, sino también verdaderas dotes de hombre de Estado. Que no dejaron de ser tales por la pequeñez del escenario en que se manifestaban.

Tal etapa empezó cuando terminaba 1825. En noviembre de ese año, La Madrid llegó a Tucumán y, en un audaz golpe de mano, derrocó a Javier López, apoderándose de su sillón de gobernador. López quiso retomarlo con sus soldados, pero La Madrid lo derrotó en una de las tantas batallas libradas en La Ciudadela. Finalmente, la Sala de Representantes le confió legalmente el mando provisorio de la Provincia. Lo ejercería durante casi un año.

Aliento a la educación

En primer lugar, lo preocupó la instrucción pública. Trató de fomentar la Escuela del sistema Lancaster, en la que todos tenían puestas grandes esperanzas. Nombró como su director al ingeniero Felipe Bertrés, y se preocupó de que quedaran a disposición del establecimiento las sumas que había votado la Sala de Representantes (1.000 pesos anuales, aparte de los fondos de la donación de Belgrano), además de los réditos de los montos que habían cedido el ex diputado Manuel Arroyo y Pinedo y el doctor Manuel Berdia. Así, la escuela empezó a funcionar el 4 de octubre de 1826.

La Madrid proyectaba, además, instalar otra para las niñas. En el mismo rubro, había gestionado de la Sala un impuesto de dos pesos, por cada cabeza de ganado vendida en corrales o mercados públicos. El producto serviría para sostener, en la campaña, las escuelas de primeras letras de cada pueblo.

Quería también que el aprendizaje escolar fuera realmente efectivo. Tras observar los inconvenientes que tenía la concurrencia de jóvenes de distinto sexo, “o de una edad muy tierna”, lanzó un decreto donde establecía el límite de seis años para el ingreso y prohibía las escuelas mixtas en la provincia.

Un agrimensor

En aquellos tiempos, se suscitaban descomunales pleitos y graves incidencias personales por los linderos de las propiedades, en la ciudad y en la campaña. La Madrid resolvió que el tema límites era algo “del que muchas veces pende la paz de las familias” y procedió a nombrar un “Agrimensor General de la Provincia”. El cargo también recayó en el ingeniero Bertrés. Era igualmente el camino, decía en los considerandos del decreto, para “formar la estadística de la provincia”.

La intervención del nuevo funcionario era obligatoria en todos los deslindes y mensuras judiciales de tierras. Debía dirigir asimismo toda obra pública, para la cual presentaría los planos y los presupuestos. Tenía, además, facultades para proponer al Gobierno cuanta medida de bien público creyera necesaria. De esa manera, terminó con el caos de los títulos de propiedad y con las grescas respectivas.

CABILDO DE TUCUMÁN. Tenía este aspecto en 1826, como lo reconstruye una témpera de Dante Rízzoli. Allí se reunía la “Sociedad de Individuos” CABILDO DE TUCUMÁN. Tenía este aspecto en 1826, como lo reconstruye una témpera de Dante Rízzoli. Allí se reunía la “Sociedad de Individuos”

Horarios y censo

Del mismo modo, resolvió el gobernador La Madrid poner orden en el laxo régimen de la burocracia provincial. Estableció que la jornada de trabajo duraría seis horas, esto además de fijar taxativamente los días feriados. Y suministró a la Sala –acaso por primera vez- una nómina total de los empleados públicos, así como una razón de los ingresos y egresos del Tesoro Provincial desde 1823.

Otra de las medidas significativas de la Madrid, constan en el decreto por cual ordenó formar un “padrón exacto” de los habitantes de la provincia, con nombre, edad, condición, estado y empleo. Por otro lado, confeccionó un reglamento para elegir los diputados a la Sala de Representantes; una ley de reorganización judicial, y el reglamento de la Aduana Provincial. Este último regiría el organismo por espacio de muchos años.

Junto a todo esto, La Madrid puso en marcha una idea original, que acaso podrían aplicar con provecho los gobernantes de hoy. Resolvió formar, con la gente más representativa, lo que llamó una “Sociedad de Individuos”.

Domingo a la noche

Sus integrantes debían concurrir al Cabildo los domingos a la noche, para sugerir mejoras en la administración pública, hablando con el gobernador cara a cara y con toda libertad. Entendía que de estos encuentros podían surgir leyes, y que el gobierno tenía obligación de aclarar todas las dudas que se le plantearan. En una palabra, como lo decían los considerandos del decreto fundador, se trataba de consultar “amigablemente” a “los ciudadanos de luces, conocimientos y experiencia”.

La Madrid cuenta, en sus “Memorias”, que quería terminar así con las críticas vertidas “en los cafés”. Ellas sólo servían “para extraviar la opinión, retirando la confianza al gobierno, muchas veces, o las más, de un modo injusto”, pues ignoraban los motivos que habían inspirado el dictado de tal o cual medida.

Narra que le costó bastante trabajo hacer que las reuniones se llevaran a cabo, pues la gente “temía expresar francamente su sentir a mi presencia; y esto nacía de que estaban acostumbrados a los actos despóticos de los anteriores gobernantes”. Pero, “al fin conseguí mi objeto y logré unir todos los ánimos, inspirando a todos la más completa confianza”.

FELIPE BERTRÉS. La Madrid lo nombró director de la escuela lancasteriana y Agrimensor General de la Provincia FELIPE BERTRÉS. La Madrid lo nombró director de la escuela lancasteriana y Agrimensor General de la Provincia

Minería y otras

También mandó, dice en las “Memorias”, practicar “un reconocimiento del rico cerro del Aconquija, por un peruano inteligente en el ramo de minas, y se descubrieron siete ricas vetas; y me acuerdo que de una o dos de ellas, me dijo el enviado que no las había visto más ricas en Potosí”. Esto determinó que “muchos comerciantes y vecinos pudientes” pidieran autorización para explorar terrenos en la zona. “Concedí varias, pero quedó todo paralizado con la invasión de Quiroga”, cuenta La Madrid.

Recordaba asimismo, en el orden municipal, que “establecí escuelas y designé una plaza para Mercado, en las bóvedas del corralón de San Francisco, que no se comunicaba con ese convento”. Hay que recordar igualmente, de ese año 1826, otro efímero intento periodístico en Tucumán: la aparición de la hoja “Los Amigos del Orden”, que apareció en julio y cesó en agosto, estampada en la veterana imprenta -única en la provincia- que había introducido en 1817 el general Manuel Belgrano.

LOS HUESOS. Los restos de La Madrid, exhumados en 1895, testimonian los tiros y sablazos que recibió LOS HUESOS. Los restos de La Madrid, exhumados en 1895, testimonian los tiros y sablazos que recibió

Grata impresión

Un culto viajero inglés, el médico John H. Scrivener, visitó Tucumán por esa época. En su libro de memorias, anotaría Scrivener la excelente impresión que le dio, en todo sentido, la ciudad. El gobernador La Madrid lo agasajó con una fiesta, durante el segundo día de Carnaval. Recordaba que “pasamos varias horas paseando por el patio, donde muchas personas se habían reunido contagiándonos la alegría que reinaba en el salón de baile, en el que la gente se echaba harina y almidón en polvo en los ojos y quebraban cáscaras de huevo, con la consiguiente mojadura”…

El atinado gobierno de Gregorio Aráoz de La Madrid terminó el 27 de octubre de 1826, cuando Facundo Quiroga lo derrotó en la batalla de El Tala. Quedó tirado, con muy serias heridas, en el campo, hasta que lo recogieron y empezaron laboriosamente a curarlo.

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