Ellos dejaron todo por amor, ¿vos lo harías?

Ellos dejaron todo por amor, ¿vos lo harías?

Lejos de ser una cosa del pasado, la tecnología y las nuevas relaciones vía chat mantienen más vigente que nunca la idea de tener que renunciar a todo para jugarse por una pareja.

EN MÉXICO. Dejaron todo y se fueron al país azteca. Actualmente viven en México DF. Al principio, a ella le costó mucho. Gentileza Veronica Avila y Fernando Masini. EN MÉXICO. Dejaron todo y se fueron al país azteca. Actualmente viven en México DF. Al principio, a ella le costó mucho. Gentileza Veronica Avila y Fernando Masini.

A Italia

Ni ella hablaba italiano ni él hablaba español. Quiso la casualidad (¿o el destino, el azar?) que ese verano de 2009 Julieta Chocobar y Vittorio estuvieran en Madrid de vacaciones, al mismo tiempo. El se acercó y le pidió la indicación de una calle. Ella le respondió en su idioma. No se entendieron. El siguió su camino y ella el suyo. Pero más tarde volvieron a cruzarse. Se sonrieron. El lenguaje no importaba demasiado. Si es que existe el amor a primera vista, tal vez esta era la prueba.

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Se encontraron una semana después -con algunos mails de por medio- cuando Julieta visitaba Nápoles, ciudad donde Vittorio estudiaba. “Yo seguí mi viaje por Europa y luego volví a Argentina, a continuar con mi vida normal. Había mucha onda entre los dos. En ese momento fue algo pasajero, como un amor de verano digamos”, confiesa la joven, que ahora tiene 36 años y es profesora de inglés.

Julieta y Vitto (de 33 años, artista plástico) continuaron en contacto por Messenger y Facebook. Un año y medio después él le dio la noticia de que llegaría a Tucumán a visitarla. “Incrédula, le dije que sí... que viniera a mi casa a quedarse. Y se vino, sin conocer a nadie más que a mí, sin saber el idioma”, recuerda.

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El reencuentro fue mágico, según describe. “Fue como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Ahí pienso que empezó oficialmente nuestra historia, que incluyó viajes, miles de kilómetros recorridos y aéreos de por medio, aprendiendo de a poco nuestros idiomas. Nos veíamos dos veces por año, la cosa se iba poniendo seria, cada vez nos costaban más las despedidas”, describe.

Había llegado el momento de arriesgarse. Decidieron casarse. Uno de los dos tenía que dejar todo por amor. “Decidimos venirnos a Ravello porque él es artista plástico y al ser este un lugar turístico, con mar y paisajes hermosos, era más fácil. Además, yo como profesora de inglés tuve facilidades para conseguir empleo con el turismo extranjero. Nos casamos primero en Tucumán en febrero del 2014 y luego en Italia. Nunca fue fácil dejar mi lugar, mis amigos, mi trabajo, la comida y sobre todo mi familia. Pero uno se acostumbra a estar lejos pero a sentirlos siempre cerca. Gracias a la tecnología estoy muy conectada”, cuenta Julieta desde ese rincón del mundo que se volvió su hogar “sólo por amor”, como ella misma dice.

Alguien tiene que ceder

Les pasó a Julieta y a Vittorio. Y les sucede cada vez más a muchas personas. Ahora que se viaja más (por placer o trabajo), ahora que la tecnología nos conecta en tiempo real o nos permite conocer gente de cualquier punto del planeta ya no es extraño escuchar que alguien se enamoró y dejó todo por amor. Lejos de ser una cosa del pasado, internet y las nuevas relaciones vía chat mantienen más vigente que nunca la idea de tener que renunciar a todo para jugarse por relación.

Al principio, la fórmula que tienen para continuar juntos son los viajes equitativos. Las historias se mantienen con mucho Skype, WhatsApp, Facebook y todas las alternativas del mundo virtual y, mientras tanto, se abrazan al proyecto final de reunirse y formar una familia. Siempre alguien tiene que ceder.

A Neuquén

Son esas cosas de la vida que en segundos te dejan en off side, te cambian todas las estructuras, todo lo que habías planeado para tu futuro. Lo sabe bien Celeste Pellegrino (31 años, licenciada en Comunicación Social). Era 2013. Estaba de vacaciones en Buzios, Brasil, cuando Luis María Manson se cruzó en su camino. Se volvieron a ver en Río de Janeiro. Podría haber sido un amor de verano. Pero hubo un problema (¡o no!): se enamoraron. “Y no nos separamos nunca más”, cuenta.

El otro inconveniente eran los casi 1.700 kilómetros que los distanciaban. Ella de Tucumán, él de Neuquén. Cuando retomaron cada uno sus rutinas, pasaban largas horas chateando por celular y cada noche usaban Skype. “Estuvimos todo el año de novios a la distancia. Después vine a conocer Neuquén y ahí decidimos que íbamos a vivir juntos el año siguiente. Por posibilidades laborales (él es abogado) decidimos que la que se mudaba de provincia y dejaba todo era yo”, cuenta Celeste.

En febrero de 2014, ya instalada junto a Luis María empezaba una nueva vida para ella. “Me costó conseguir trabajo de lo que estudié, pero sí accedí a otro empleo y eso me ayudó a conocer nueva gente, a hacer amigos, a conocer la provincia. Las cosas que puse en la balanza fueron muchas, más que nada mi familia, que no hay día que no extrañe muchísimo. Pero también era chica, tenía 26 años y pensaba que si no lo hacía en ese momento, si no me arriesgaba, después me podía arrepentir. Si la cosa no iba bien, siempre podía volver a casa. Me jugué y salió bien”, evalúa Celeste.

Se casó en 2016 con el amor de su vida y ya está trabajando en lo que le gusta, en el área de comunicación. “Soy tan feliz...”, resume.

A España

Dicen que el amor todo lo puede. Que ya no hace falta mirar a los ojos, frente a frente, para saber que es “él” o “la” indicada. Un día Juan se apareció en el chat de Romina. Fueron millones de palabras que viajaron de Cantabria (España) a Tucumán y viceversa las que los hicieron enamorarse.

Cuando se conocieron así, hace casi 17 años, era una cosa del otro mundo, algo extraño estar conversando con alguien al otro lado del océano. “Nos mandábamos fotos, cassettes grabados y hasta tuvimos charlas con web cam. De a poco nos dimos cuenta que había un interés que iba más allá de lo intelectual”, describe ella. Entonces, Juan decidió visitarla. Vino a Tucumán dos semanas. Inmediatamente se dieron cuenta que esa relación iba a ir más allá. Después, ella viajó por tres meses.

“Cuando volví nos planteamos que no podíamos pasarnos la vida de un continente a otro. Era 2002 y las cosas estaban complicadas en Argentina. España aparecía como mejor opción para establecerse. Y me fui”, resume Romina, de 37 años.

Estudia para recibirse de técnica de planta química. Su esposo (40) tiene una tienda de tapicería y decoración. “Dejar toda mi vida fue durísimo. Pero el amor era muy fuerte… por eso me jugué”, confiesa.

A México

Verónica Avila y Fernando Masini se conocieron en 1996 en la cena de egresada de la secundaria de ella. Desde el primero momento sintieron que iba a ser una gran historia de amor. Después de seis años él le propuso casamiento. Unos meses después, él la sorprendió con otra propuesta: dejar todo e irse a México a trabajar en una empresa.

¿Qué estaría dispuesta a dejar Alejandra? “Al principio me pareció algo imposible y muy lejano. Después de unos meses tomamos la decisión y nos arriesgamos. El profundo amor y compromiso que sentíamos el uno por el otro nos animó a dejarlo todo en la búsqueda de un futuro juntos, no teníamos mucho que perder. Desde que llegamos, Fer comenzó a trabajar, yo conseguí trabajo poco después. Los primeros meses fueron muy duros, extrañaba mucho a mi familia y a mis amigos, pasé momentos muy tristes y de mucha angustia. Después de dos años viviendo en Cancún nació nuestro hijo Emiliano, y con él nuestra mayor felicidad”, relata la tucumana de 39 años, que ahora vive en México DF.

Asegura que aún no se acostumbra a estar lejos de su familia y amigos de Tucumán: “pero ya no duele tanto porque nos une un gran amor, un amor que cruza fronteras y no se desvanece con el tiempo”.

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