Escasa presencia municipal frente al caos del tránsito

Escasa presencia municipal frente al caos del tránsito

Hasta hace muy pocos años, prácticamente en todas las esquinas de la ciudad, dentro de las cuatro avenidas, estaba apostado un inspector municipal con su uniforme. Como es conocido, su misión consistía en tomar todas las medidas relativas al orden en el tránsito y en el estacionamiento de vehículos, levantando, ante cualquier infracción, el acta del caso. Curiosamente, en esta época en que ese tránsito se muestra cada vez más complicado por una serie nutrida de razones, parece menor la presencia de los inspectores municipales, al menos, en el casco céntrico.

Se los ve con cierta frecuencia, tripulando una camioneta que pasa requisando motocicletas en infracción, o colocando cepos en los autos. De hecho, los funcionarios dicen que su actividad se ha incrementado sobremanera, al detallar que han aumentado un las multas de tránsito. En 2017 se labraron 145.771, un 75% más que las 83.091 actas de infracción de 2016. Añaden que si se compara la cantidad del año pasado con las 34.648 de 2015, los inspectores municipales labraron un 315% más boletas. Sin embargo, parecen brillar por su ausencia esos agentes en las mil y una circunstancias de la vida cotidiana de nuestra capital, superpoblada por automotores de cuatro y dos ruedas. En las horas hábiles, se ve a camiones pasar por el casco céntrico a pesar del límite de horario; a ciclistas y motociclistas que ingresan y estacionan en las peatonales; a conductores que colocan sus autos en cuadras donde consta la prohibición en carteles; o que ignoran olímpicamente la prioridad del peatón en el giro. Esto además del cada vez más difundido estacionamiento en doble fila: no sólo lo practican a gusto los particulares, sino que es también el singular recurso que han adoptado los taxis para los casos en que el área de su parada se encuentre ocupada. Sí, como es tan frecuente, la circulación se encuentra interrumpida por manifestantes, no hay quien ponga orden en la correntada de vehículos que pugnan por salir del atolladero.

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Y ni bien anochece, por cierto que los conductores tienen libertad absoluta para detenerse en doble o triple fila frente a los bares, o para recorrer las calles a velocidades de evidente riesgo. Frente a semejante cuadro, el vecino no puede sino preguntarse dónde está ese personal de inspectores que antes hormigueaba por las calles y que no aparece para evitar el desmadre de la circulación.

La única manera de que ese desmadre no se produzca, obviamente no es otra que la presencia de un representante del poder municipal, que cumpla con la misión de poner las cosas en su lugar. No puede admitirse que nuestra ciudad continúe siendo el reinado de la real gana en materia de observancia de ordenanzas municipales vigentes desde mucho tiempo atrás y suficientemente conocidas por todos.

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Toda ciudad necesita que exista, en cantidad suficiente, el personal capaz de detener las infracciones y consignarlas en actas para la correspondiente sanción pecuniaria. Y en nuestra capital, el requerimiento es más agudo que en muchas otras, dado ese tan pequeño porcentaje de cumplimiento de las normas, que es una de nuestras características más acentuadas y menos felices. Ninguna política de ordenamiento de la urbe, podrá llevarse a cabo sin que el aspecto que nos ocupa sea atendido como corresponde. No basta, evidentemente, la norma. Es preciso que alguien vigile su acatamiento.

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