Guerras y trincheras

Superados los enfrentamientos electorales del año pasado, el joven 2018 se presenta como un ciclo de trincheras en la guerra por el poder político tucumano.

Los resultados de los comicios ya han dado cuenta de los triunfos que se atribuye cada bando. El Gobierno provincial cuenta votos, los referentes locales de Cambiemos cuentan bancas y FR se reivindica viva, imprevisible y desequilibrante. Pero ahora que esas lides han quedado atrás llega la hora de pasar revista a las fuerzas con que cuenta cada quien. Y entonces aparecen flaquezas, traiciones, amotinamientos, deserciones, bajas, heridos y, también, estrategias y correctivos.

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En las filas de Cambiemos avizoran que el principal problema de la guerra política local residirá en la provisión de los pertrechos financieros para las obras públicas. Es decir, para las administraciones pintadas de amarillo (Capital, Concepción, Yerba Buena y Bella Vista) el principal inconveniente es que se ubican, en términos geográficos y de influencia, demasiado lejos de la Pampa Húmeda. Y los administradores de esos terruños son conscientes de que la Casa Rosada tiene una marcada prioridad, para invertir en infraestructura, por la ciudad y por la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Los distritos donde mejor le va electoralmente a Mauricio Macri y donde, de paso, se concentran más de la mitad del electorado argentino.

Los integrantes del Acuerdo por el Bicentenario reniegan, pero no pueden desconocer el plan: la apuesta macrista sigue la misma lógica con que se planteó la cartografía estratégica opositora de 2015 para la provincia. Un mapa inquietante en los papeles, mal llevado a la práctica.

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El plano con el cual el peronismo enfrenta los comicios en Tucumán está dibujado en la Constitución: tres secciones electorales. El que gane en dos, se queda con la gobernación. Los adversarios del alperovichismo dibujaron, entonces, otra táctica. No consistía en ganar grandes circunscripciones sino en distritos específicos. Las municipalidades más grandes, que son la mitad más una de las 19 (Capital, Banda del Río Salí, Alderetes, Tafí Viejo, Yerba Buena, Concepción, Las Talitas, San Isidro de Lules, Famaillá y Monteros); y apenas siete de las 93 delegaciones (Santa Ana, El Manantial, San Pablo, Cebil Pozo, Ranchillos, Colombres y Delfìn Gallo). O sea, Gran San Miguel de Tucumán más refuerzos municipales del sur y comunales -fundamentalmente- del norte.

A mayor escala -asumen los macristas tucumanos-, el macrismo nacional prioriza los resultados en el centro del país, más el aporte de algunos distritos de otras regiones. En el NOA, Jujuy. No Tucumán. El volumen de inauguraciones y cortes de cinta, prevén, será igualmente proporcional.

Sobre llovido, mojado, Ignacio Ortelli dio a conocer esta semana en Clarín que el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, anotició a sus pares del Gabinete que el Presidente demanda un trato preferencial para los gobernadores que apoyaron la reforma previsional. En sus propias palabras, que “ayudaron a garantizar la gobernabilidad”. Son 10. Uno de ellos es Manzur.

Al tucumano le bastó acompañar a la Casa Rosada durante una semana de diciembre, apenas con dos diputados, para hacer borrón y cuenta nueva de todo un año de feroces críticas. Hábil como político, se ve que Manzur, como médico, diagnosticó precozmente que el Gobierno nacional, por su anemia parlamentaria, sufriría rápido de falla de memoria institucional de corto plazo.

Entonces, aquello que la Nación destine para Tucumán (que según el cálculo de los referentes locales de Cambiemos no será mucho) deberá ser compartido con la Provincia (con lo cual, será poco para que los vernáculos puedan hacer diferencia política, según sus propias especulaciones).

De modo que -no sin reduccionismos- los problemas de Cambiemos, para buena parte de este año, son externos. Internamente, el año ha comenzado con menos reyertas que como había terminado 2017. La mesa de diálogo distendió -coyunturalmente- el conflicto de Yerba Buena. José Cano ha salido a reagrupar a la tropa dirigente dispersada en un frente provincial identificado con Cambiemos por encima de los partidos políticos, y que en principio verá la luz en un mes. Y Germán Alfaro ocupa la casilla del medio, para socios y oponentes. Si hay inconsciente colectivo, el ataque a tiros canallas contra su casa simboliza que él es hoy el opositor al cual apuntar.

El problema del oficialismo, en sentido contrario, es interno. No deja de guardar lógica con el anterior cuadro de situación. En 2015, con un acuerdo de correligionarios y de compañeros empujando en la misma dirección, el alperovichismo (elección oprobiosa mediante) urdió una transición sin fisuras luego de advertir que la posibilidad de perder el poder era posible. Ahora, cuando la oposición está diseminada, el peronismo tucumano se dedica al ajuste de cuentas.

El vicegobernador, Osvaldo Jaldo, detonó una bomba de Reyes Magos con la baja de más de un centenar de nombramientos de connotados alperovichistas en la Legislatura (consignado por Fernando Stanich en el Panorama Tucumano del lunes)… y se fue de vacaciones.

Ese explosivo de fragmentación arroja profusas esquirlas, con diversos mensajes.

El estallido no alcanzó los contratos de los legisladores porque el aviso para ellos es que sigue el paredón para quienes no acompañen el proyecto de continuidad del vicegobernador. A la vez, revienta de lleno en las filas del senador José Alperovich: el jaldismo acusa a su sector de haber sido la desleal “quinta columna” que posibilitó, entre las PASO de agosto y las generales de octubre, que el Frente Justicialista perdiera 60.000 votos y, con ello, una banca en la Cámara Baja.

Precisamente, el Presidente de la Legislatura viajó el martes, pero entre el viernes y el lunes canceló su agenda oficial y se abocó a reunirse con dirigentes. En esos encuentros, formuló reconocimientos y bendiciones políticas y fue desgranando nombres, como si pasara revista.

Haciendo la salvedad de que en un partido pragmático como el peronismo la lealtad es a menudo tan sólo una fecha en el calendario (en el radicalismo contemporáneo, cabe aclarar, ni siquiera es eso), y que por ende los enrolamientos pueden cambiar con pasmosa facilidad, la “oficialidad” jaldista en la Legislatura, hasta lo que va del año, quedó más o menos esbozada.

Por el oeste, Juan Antonio Ruiz Olivares, Graciela Medina (y su esposo, Roque Tobías Alvarez), Roque Cativa, Nancy Bulacio, Stella Maris Córdoba, Javier Pucharras, César Elías “Kelo” Dip, Sandra Mendoza (y su esposo, el diputado José Fernando Orellana) y Juan Enrique Orellana.

Por la capital, Fernando Juri, Ramón Santiago Cano, María Elena Cortalezzi (y su hermano, el presidente del Concejo de la Capital, Armando “Cacho” Cortalezzi), Sara Alejandra Assan (y su padre, Carlos “Alito” Assan, secretario de Saneamiento y Mejoramiento de Espacios Públicos) y Eduardo Bourlé (y la Asociación Bancaria).

Por el Este, Aída Jiménez de Leal, Andrés Puchero Galván, Daniel Herrera, Pablo Alfaro (y su padre, Rolando “El Tano” Alfaro), Enrique Bethencourt y Graciela Gutiérrez (y su esposo, Aldo Salomón).

En cuanto a los intendentes, los mencionados habrían sido Darío Monteros (Banda del Río Salí), Roberto Moreno (Trancas), Marcelo Herrera (Simoca), Alejandra Cejas (Graneros), Patricia Lizárraga (Famaillá), Leopoldo Rodríguez -h- (La Cocha), Carlos Galia (San Isidro de Lules), Francisco Serra (Monteros) y Jorge Leal -h- (Burruyacu).

La lista que el tranqueño habría ido desgranando entre cada café no busca “abrazar” a los que presuntamente se encuentra “adentro”, sino más bien inquietar a los que no estarían figurando…

Precisamente, en la detonación de contratos también explotaron jaldistas. Uno de los casos más mencionados es un ex intendente de Bella Vista. Con ello, Jaldo mandó un comunicado a la tropa propia: se barajará y se dará de nuevo según los resultados cosechados en octubre.

Pero de estas comunicaciones internas, lo más trascendente es el doble mensaje para el gobernador. En el plano doméstico, comienza el ajuste de personal que Manzur, personalmente, les manifestó como “necesario”, cara a cara hace un par de meses, a cada una de las tres autoridades de la mesa de conducción del Poder Legislativo. No es el más cómodo de los ajustes para el equilibrio que intenta el mandatario, pero acaba de iniciarse.

En el plano político, Jaldo da una muestra más de que va en serio en la pelea contra Alperovich. Esta es la tercera batalla, que tiene como antecedentes el cambio de autoridades parlamentarias y la cobertura de la banca de Sergio Mansilla, alperovichista de la primera hora (y no es una metáfora), semanas antes de que la Corte fallara que no podía asumir en el escaño que pretendía.

Manzur, esquivo a dar definiciones políticas explícitas, se enfrenta con el hecho de que toda acción o inacción respecto de los dinamitados contratos alperovichistas en la Legislatura será una respuesta tácita. Si los afectados no encuentren cobijo en el Gobierno (en particular, en el Ministerio del Interior), habrá dicho mucho. Si les da asilo, también.

El lema “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” no fue reescrito por Perón (“para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”) para ser políticamente correcto. Al parecer, sencillamente, la primera versión no era correcta.

Por caso, sobre esta base se asienta uno de los indicadores que en Tucumán preocupa al oficialismo y que levanta la moral de la oposición. Cambiemos mostró, entre agosto y octubre, que si bien su cantidad de sufragios no le alcanza para ganar, de todas maneras son votos fidelizados. El manzurismo en cambio experimentó una volatilidad vertiginosa.

Todo está por decirse. Señal de que es un año para la política.

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