De la cultura del chirlo a la educación sin violencia

De la cultura del chirlo a la educación sin violencia

De la cultura del chirlo a la educación sin violencia
11 Noviembre 2017

GUÍA DE UNICEF PARA PADRES

Un chirlo, una zamarreada, un grito después de que se hayan mandado una macana. Todo eso parece algo habitual en la crianza de los hijos. Hasta hay monólogos de humoristas locales que arrancan miles de carcajadas contando sus experiencias de niños, cuando sus padres los perseguían para castigarlos con algo en la mano que regularmente terminaba en la cabeza o en la espalda. Parece inofensivo, cotidiano, pero es justo lo que Unicef pretende desnaturalizar con la presentación de una guía diseñada para acompañar en el ejercicio de una crianza responsable y libre de violencia a las familias (madres y padres, abuelas y abuelos, tías y tíos) y a todas las personas responsables del cuidado de niños, niñas y adolescentes.

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En la “Guía práctica para evitar gritos, chirlos y estereotipos” (en esta producción extraemos algunos contenidos) se explica que la manera en que tratamos y educamos a los niños imputará en cómo funcionará nuestra sociedad cuando ellos sean adultos.

“La violencia, en cualquiera de sus formas, es una violación de derechos que tiene múltiples consecuencias negativas, no solamente en el bienestar presente sino en el desarrollo a largo plazo de los chicos y chicas”. Es lo primero que plantea Pablo Benes, representante de Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), en el trabajo.

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El texto incluye temas como “Hacia una crianza basada en la igualdad” (donde se explica por qué en la actualidad las tareas de cuidado suelen estar a cargo de las mujeres, por ejemplo), “Cómo se construye la autoridad”, “Recomendaciones para comunicarnos con los chicos” y “Recomendaciones para mejorar algunas actividades cotidianas mediante hábitos”, entre muchas otros.

Clima emocional

Según la psicóloga Lourdes Del Forno, de la Defensoría del Pueblo (donde brindan charlas para padres), a menudo las personas adultas golpean a sus hijos porque no tienen un lenguaje adecuado para hablarles, en un mundo donde priman la imagen sobre la palabra, el acto sobre el pensamiento, el impulso sobre la espera.

“La falta de tolerancia a la frustración de los padres llega cuando las cosas no suceden como lo esperan. Y pasa hasta en las cosas más cotidianas, como la hora de dormir, bañarse, entre otras. A menudo, esta tensión tiene la siguiente secuencia: hablar-convencer-discutir-gritar-pegar. Al final los padres están en un clima emocional de desborde y violencia: todo parece ser una ‘batalla’”, detalla la profesional. Resalta que recuperar el clima emocional es fundamental para que los padres puedan ejercer su autoridad y los hijos se sientan seguros y protegidos, aun cuando se esté impartiendo un castigo (entendido como límite).

Del Forno sostiene además que el clima emocional se transmite por diferentes vías que a veces no se toman en cuenta, como el tono de voz, la postura corporal y los gestos de la cara. “Debe haber una coherencia entre el mensaje verbal y el lenguaje corporal y gestual; si no, creamos confusión e incertidumbre en nuestros hijos”, explica.

Y para que la autoridad paterna sea vivida y comprendida por los hijos como algo positivo y que no represente una represión o autoritarismo -agrega- tiene que plantearse con vínculos que promuevan el apego emocional, la confianza y el reconocimiento de logros.

“Cuando esto ocurre, se produce un alejamiento de prácticas violentas, ya que los padres encuentran maneras de manejar sus emociones, reconocer y expresar su rabia, regular su agresividad y, principalmente, encontrar palabras”, sintetiza.

> Desnaturalizar el maltrato 
En un estudio reciente realizado en nuestro país se revela que el 46,4% de los adultos reconoció que utiliza la violencia física para criar a sus hijos e hijas, lo que demuestra que hay una fuerte naturalización de la violencia como forma de crianza.
Es decir que la violencia se ve como algo natural. Si el uso de la violencia se vuelve habitual en la crianza, es imposible construir contextos libres de maltrato para los chicos y las chicas.
Es necesario desnaturalizar. Es decir, no tomar como “normal” la idea de que los golpes son una forma de enseñar algo positivo o que constituyen un “derecho de los padres y madres” frente al que no hay que intervenir.

> Desde el zamarreo hasta el abuso sexual 
Maltrato físico: zamarreos, golpes, agresiones, tirones de orejas o de pelo, por ejemplo, constituyen maltrato físico. Estas actitudes bruscas que se realizan habitualmente, y que pueden parecer naturales y normales, en verdad no lo son.
Maltrato psicológico: cuando hay gritos, insultos, amenazas, humillaciones, hay maltrato psicológico. También lo hay cuando se desvaloriza al niño o niña, cuando se muestra desinterés frente a lo que hace o dice, se le reprocha o se lo compara con otros con el objetivo de lastimarlo.
Descuido y abandono: si se desprotege a los niños, dejándolos solos o al cuidado de otro niño (por ejemplo, un hermano o hermana mayor) cuando aún no están en condiciones de estar solos.
Otras: el abuso sexual, que produce un daño irreparable y  algunas formas más sutiles o menos evidentes, como no aceptarlos tal como son y pretender que sean como queremos que sean. También ejercemos violencia cuando no respetamos sus opiniones o no les damos lugar para crecer.

> Consecuencias de las agresiones y las humillaciones en la niñez
Si en vez de recibir amor de sus propios padres y madres, reciben agresiones y golpes, crecerán sintiendo que merecen ese trato. Sentirán una gran inseguridad. La familia es el entorno donde los chicos deben percibirse más seguros y protegidos. Si justamente en este ámbito primario son descuidados, maltratados o humillados, creerán que esa es la forma de actuar con los demás. Los niños y niñas educados con violencia sufren mucho porque no comprenden por qué los tratan de ese modo las personas que más deberían quererlos y valorarlos. Este dolor, que no saben explicar, puede expresarse con mal comportamiento, aislamiento y cambios en su desempeño escolar. Pueden manifestar temores, timidez, tristeza o miedo de no sentirse amados; esto les produce sensaciones de desamparo y abandono.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los casos extremos de violencia pueden alterar el desarrollo de los sistemas nervioso e inmunitario. En consecuencia, los adultos que han sufrido maltrato en la infancia corren mayor riesgo de sufrir problemas de conducta, físicos y mentales.

> Con apego y con verdad 
Desarrollar el apego: el apego es el lazo afectivo más profundo que tiene el niño desde que nace con las personas significativas en su vida. Es recíproco, es constante y perdurable. El vínculo de apego no se logra atendiendo sólo a las necesidades físicas del bebé. Es imprescindible tener en cuenta también sus necesidades emocionales. Este vínculo se hace fuerte cuando el bebé siente que es cuidado y protegido con cariño, que lo entienden y que, siempre que necesita a sus cuidadores, ellos están.
Educar con la verdad: una pregunta habitual que los niños y niñas se hacen durante su crecimiento es sobre su identidad. “¿De dónde vengo?”, quieren saber. Es importante que puedan conocer sus orígenes y por eso es fundamental no mentirles ni ocultarles si han sido adoptados. De la misma manera, si preguntan cómo fueron concebidos; se les debe explicar, adaptando la respuesta a la edad que tienen. Ocultar la verdad lastima, genera inseguridad, deja rastros que no se ven pero que pueden tener consecuencias a largo plazo en la personalidad y la salud mental de los chicos.

> Discriminar es otro modo de agredir

Asignar ciertos roles o tareas predeterminadas a las mujeres en las familias es una manera de discriminación que limita las posibilidades de crecimiento de las niñas. También es una forma de violencia. Cuando en las familias, escuelas u otras instituciones se aplican estereotipos de género, se limitan los derechos y las libertades de las niñas, adolescentes y mujeres. En base a esos estereotipos se desarrollan las prácticas sexistas. De esta manera, las mujeres quedan en peores condiciones para avanzar en sus estudios, trabajar afuera de su casa y aspirar a ocupar espacios de poder.

> Prohibido por ley 

El Código Civil nacional prohibe cualquier castigo corporal y malos tratos que afecten física o psíquicamente a los niños por parte de quienes ejercen la responsabilidad parental (artículo 647).

> Por qué se recurre a la violencia

Los adultos a menudo lo hacen porque aprendieron a relacionarse de esa forma. Conocen un modelo en el cual fueron criados y vuelven a aplicarlo. Reflexionar sobre la forma en que fueron educados y el dolor que les produjeron en su niñez permite cambiar la forma de educar a sus propios hijos e hijas. Muchas veces, los adultos no tienen intención de maltratar: la impaciencia, el apuro y la impulsividad a veces les impide buscar el lenguaje adecuado para hablar con la niña o el niño.

> De adultos

10 conductas que hay que evitar 

1) Agredirlos verbalmente: insultarlos, burlarse, despreciarlos, desvalorizarlos, avergonzarlos en público. Ejemplos: “¿qué hacés? ¡no tenés cerebro!”, “¡ay, qué flojito que sos!”, “salí de acá que no servís para nada”, “¿qué te pusiste? ¡parecés un payaso!”

2) Amenazarlos con castigos que producen miedo: “te voy a romper el alma”, “te voy a dar”, “vas a cobrar”, “te voy a reventar”.

3) Amenazar con abandonarlos: “si seguís portándote mal, te dejo solo”.

4) Exponer situaciones adultas delante de ellos: discusiones entre adultos, hablar de temas para los que no tienen edad. Esto los confunde y asusta.

5) Amenazarlos con que no los vamos a querer más por lo que hicieron: “si seguís haciendo lío, mamá no te va a querer más”.

6) No ser coherentes entre los adultos respecto de lo que se les dice, por ejemplo: la madre da una orden al niño y el padre dice lo contrario o la desestima.

7) Exigirles que cumplan funciones u obedezcan órdenes para las cuales aún no están preparados.

8) No mostrar interés en escucharlos cuando se acercan espontáneamente: “no tengo tiempo”, “estoy ocupado para eso ahora”.

 9) Culpabilizarlos por situaciones o acciones entre los adultos: involucrarlos en una pelea, adjudicarles la responsabilidad de los problemas de pareja.

10) Rechazar o negar algún comentario acerca de algo que los chicos vieron, haciéndoles creer que no lo vieron y que es mentira. Eso altera su percepción de la realidad y hace que no crean en lo que ven y sienten.

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