Irene Némirovsky

Irene Némirovsky

Sueña con un libro de mil páginas en función de los ritmos y las tonalidades de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Pero solamente llega a escribir 400 antes de ser detenida y enviada a Auschwitz. Sin embargo, su gran obra la sobrevivió y viajó a lo largo de 60 años hasta ser publicada como Suite francesa (Salamandra), la novela ganadora del Premio Renaudot que revivió la figura casi olvidada de la autora

29 Octubre 2017

Por Verónica Boix - Para LA GACETA - Buenos Aires

Parece que la huida no solo fue el destino de su obra, sino el de la propia escritora ucraniana: primero escapó de la revolución rusa de octubre de 1919, y más tarde, migró a Francia buscando evitar el antisemitismo violento que la amenazaba. Ya en París, estudió letras en la Sorbona, se casó con un banquero y empezó a publicar asiduamente. A pesar de convertirse en una celebridad con la publicación de su obra David Golder, nunca logró que el régimen de Vichy le diera la nacionalidad francesa.

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Irene Némirovsky ya desde niña sufrió la crueldad de una madre vanidosa que la despreciaba. Ese desamor desarrolló en ella un odio visceral, y al mismo tiempo, la impulsó a buscar refugio en la lectura y la escritura. Más adelante abordaría el tema desde distintas aristas, como lo hizo de manera extraordinaria en la novela El baile. En verdad, a lo largo de su vida este vínculo se volvería una de sus obsesiones literarias. Basta con leer el primero de los cuentos reunidos en Domingo (Salamandra) para descubrirlo; una hija desafía a su madre en un intento por alcanzar su deseo a pesar de la hipocresía familiar. En verdad, cada uno de los relatos saca la máscara de la falsedad de las relaciones humanas a través de una serie de retratos psicológicos y sociales. Al mismo tiempo, las historias muestran las claves de su obra: los efectos de la guerra y el desarraigo frente a la soberbia y displicencia de la clase burguesa francesa de la época.

Ante el auge del nazismo, se convirtió a la religión católica y comenzó a publicar en revistas de corte antisemita en un intento por salvar su vida y la de su familia. De todas maneras, esto le valió críticas severas. En el fondo, la relación compleja con sus orígenes le permitió a la autora una libertad inusual: su escritura capta los antagonismo que percibía en la sociedad y la atravesaban. Es habitual encontrar en sus historias personajes que encarnan los prejuicios de la época contra los judíos tanto en su aspecto físico como moral. Sin embargo, esos mismos personajes que en principio parecen olvidar sus orígenes terminan volviendo a ellos como ocurre, por ejemplo, con Golder que muere hablando en yiddish.

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Pensándolo mejor, es una constante a lo largo de su obra que la frontera entre la experiencia y la escritura se vuelva difusa. Es decir, una alimenta a la otra. Así es que hasta días antes de su detención, se enfrascó en la escritura de la obra autobiográfica que la continuaría más allá de su muerte. En ella narra los días previos a la invasión alemana y el éxodo masivo de París después de que cayeran las primeras bombas en junio de 1940. A esta altura, es imposible hablar de Némirovsky sin hablar del viaje épico que sufrió el manuscrito de esa obra. Luego de que ella y su esposo cayeran en manos de los nazis, sus dos hijas pequeñas debieron escapar y solo pudieron llevar una valija -hoy famosa- que contenía fotos, documentos y el original de Suite francesa. Lo curioso es que no lo sabían. Así viajaron clandestinas por Francia y siguieron durante más de 50 años hasta que una de ellas decidió transcribirlo. Según cuenta, tuvo que usar una lupa ya que la letra era minúscula seguramente para economizar papel y tinta en la época de guerra. Al fin, confiaron la obra al Instituto de la memoria de la Edición Contemporánea.

Es sorprendente que fuera precisamente Suite francesa la obra que reflejara con más contundencia la visión implacable de la escritora sobre la sociedad francesa durante la ocupación. De un modo drástico, descubre toda la miseria y la humanidad de la guerra y logra capturar, en definitiva, las contradicciones de la naturaleza humana frente al miedo.

© LA GACETA

Verónica Boix - Periodista cultural.

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