¿¿Guatsapp??
08 Octubre 2017

Por Santiago Garmendia - Para LA GACETA - Tucumán

Miguel de Unamuno ha sumado a la larga lista de características esenciales de la raza humana (racional, lúdico, forjador de herramientas, lingüístico, hijo de Dios, bípedo implume y así ad nauseam), la poco alegre propiedad de ser un animal guardamuertos. Desde luego que la racionalidad, la modificación eficiente del ambiente, la religiosidad y el lenguaje están íntimamente unidos a los ritos fúnebres, por lo que no son excluyentes. La ausencia de plumas explicaría otras cuestiones que exceden este breve ensayo.

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Aprovechando la importancia antropológica que le da el sabio español al asunto de la exhumación, al punto de que se suma a la propia definición de lo humano, los cambios que han operado sobre el rito implicarían entonces verdaderas transformaciones ontológicas.

Un dicho reza que el velorio de cada quién será la única fiesta que se va a armar sola sin que el protagonista del caso participe. Completemos la reflexión con la certeza de que esa fiesta está prearmada por la inteligencia funeraria.

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El tema es la muerte en los tiempos de la reproducción técnica.

Sin dudas que la costumbre del velatorio casero coincide con variables que ya no son posibles. En primer lugar era un fenómeno de esas casas largas y promiscuas, donde convivían distintas generaciones de la familia. Pero lo que debe llamarnos la atención es que la representación de la vida que tenemos es contradictoria con reconocer nuestra finitud. Las salas velatorias son trampas metafóricas para desplazar el recuerdo de la muerte desde la vida ordinaria al tanatorio, que entonces no es más que un chivo expiatorio que colabora con el barrido existencial de la ciudad, desechando las pruebas de contingencia humana de sus calles y casas, haciendo olvidar que se muere viviendo. No podemos tener más éxito en nuestra negación que cuando los niños cierran sus ojos para no ser vistos.

El asunto es que nuestra vida moderna implica barrer la muerte por debajo de la alfombra. ¿Se imaginan un velatorio en la casa doce del country “Las epifitas”? Ridículo. Un papelón.

Como la tendencia está imparable, me arriesgo a un futuro en el que las exequias se concentren por razones técnicas y culturales en lo más personal que nos va quedando, el teléfono celular. Permítanme una pequeña, por ahora, ficción del caso:

Hoy es el día de los muertos. Miles de tucumanos recordarán a sus familiares. A las ocho de la noche, con la desprolija sincronía a la que podemos aspirar los humanos, llamarán los deudos a sus seres queridos. La tradición dice que a los números los tienen que saber de memoria, aunque no faltan los que hacen trampa. Desde el pedemonte, donde están enterrados, comenzará al atardecer el canto de los ringtones. Algunos tucumanos van a ir para sentir la tierra vibrar, para oír la bulla asfixiada. La necrófonos serán los especialistas que van a hacer el trabajo sucio: desentierran a los viejos aparatos que fallan, para repararlos con gran respeto y ponerlos nuevamente en sus cofrecitos para sonar en ocasiones especiales. Claro que de vez en cuando uno deja de prenderse pero no tiene defectos técnicos. Ese ya no vuelve a campo santo.

© LA GACETA

Santiago Garmendia - Doctor en Filosofía, escritor.

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