Adiós a Octavio Cejas: adiós al escritor que había decidido vivir como si fuera inmortal

Adiós a Octavio Cejas: adiós al escritor que había decidido vivir como si fuera inmortal

El autor de “En el monte”, nacido en Concepción, tenía 88 años y ejerció la docencia durante más de tres décadas.

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El cóndor ha comenzado a arropar una lágrima. Los ojos de un amigo se han extraviado en la oscuridad. Y tal vez encuentren la huella del regreso en la caricia del recuerdo. La fría mañana de ayer se llevó 88 años de sueños de Octavio Cejas, desatando quizás los enigmas del monte. “El escritor tiene que buscar aliviar al lector de las lástimas de este mundo, no creándole un paraíso artificial, sino ayudándolo a sobrellevar del mejor modo posible la realidad, mejorándolo espiritualmente ante la adversidad, dándole fortaleza”, afirmaba este concepcionense que sorprendió a la primavera con su vida el 21 de septiembre de 1927.

No solo maestro y escritor, también caminante, ex boxeador, ciclista, aficionado a la fotografía, jinete, montañista, pescador, taxista, aunque a él le gustaba definirse como animador de velorios, o autollamarse “El cantor del Pucará”. Estudió en Catamarca, donde se recibió de maestro. “Empecé en Gastona, a 12 kilómetros de Concepción, un lugar que en ese tiempo era muy poblado. Había trabajos para toda la familia. Pelar y cargar caña, buscar los animales, atar los carros, amanecerse bajo la grúa del ingenio... los inviernos de 1956 y 1957 fueron ‘heladores’. Yo tenía que ir en bicicleta de aquí a Gastona y llegaba endurecido de frío. Los chicos se reían porque me tenían que ayudar a bajar. También enseñé en Las Estancias”, contaba.

Un miedo irracional

Durante más de 30 años fue maestro en la campaña, donde se habitó de leyendas, costumbres y supersticiones que iban a nutrir sus relatos. “Los mitos que subyacen en las creencias populares forman un gran reservorio en extinción, prácticamente desconocido por las nuevas generaciones. Todos están íntimamente relacionados con la naturaleza y el trabajo del hombre. El Patón, por ejemplo, pasa a ser un personaje de la literatura tucumana en su condición de ecólogo natural con plena vigencia, especialmente en la zona boscosa del piedemonte que se extiende desde Santa Ana hasta Lules. En cambio, el Perro Familiar tuvo otra función, que fue la de infundir terror en las noches cuando él salía de ronda entre los cañaverales de las zonas de ingenios. Además era un engendro demoníaco que adoptaba distintas formas. Este mito, por lo menos en los lugares que trabajé, transmitía un miedo irracional. Ese tesoro hay que cuidarlo porque testimonia ciclos que han pasado o se están cerrando”, sostenía.

En la soledad

En la soledad del monte, lo sobrenatural le pone zancadillas. La lumbre del miedo enciende su mirada. “Uno puede pedir auxilio, pero no hay gente... hay lugares donde no volvería ni a pescar... Estábamos con mi compadre Coco Rojano en el río Chavarría, que queda entre las cumbres de Santa Ana y de Cóndor Huasi, en El Durazno (Las Estancias). De repente escuché claramente que me llamaban. Era como si me gritaran con mi propia voz. Me acerqué hasta el compadre y nos fuimos al rancho. Ahí nos resguardó el perro. En esa zona, hasta la altura de Santa Ana, aparece El Patón. Yo le encontré los rastros”, relataba sobre esa especie de peón de la Pachamama que cuida a los animalitos recién nacidos.

Hace unos años, se topó con un llevador de almas. “Es una especie de benefactor popular que justificaba su trabajo, diciendo que en casos de accidentes en que muere una persona, el alma se separa violentamente del cuerpo. Entonces esa alma queda vagando sin tener donde posarse. Es aquí en que este hombre se encarga de llevarla desde el lugar del percance hasta el cementerio donde descansa su cuerpo”, refería.

Luis Franco, cuyos escritos son “verdaderos martillazos a la conciencia”, le marcó un rumbo. “Al hombre había que escucharlo. Era un maestro, un amigo. Las ideas que transmitía no fueron sacadas de un sarcófago ni de catacumbas oscuras y malolientes. Eran conceptos nacidos con la luz del sol, y la fuerza de una tierra virgen. Escribió para el hombre de pasado mañana”, afirmaba.

El apretón de manos

Ha pedaleado kilómetros de paisajes y pensamientos en su bicicleta. Franco, tranquilo, de decir entretenido, de gestos bondadosos, decía: “soy escritor porque nací para contar a la gente sobre las realidades que desconoce. Además siempre anhelé tener muchos amigos. Sentir sus palmadas en las espaldas, el apretón fuerte de sus manos y el saludo cordial. Cuando las personas se identifican con lo que escribes, uno pasa a ser su amigo”.

Había decidido vivir como si fuera inmortal como el cóndor. Ayer, tal vez una bandada de silencios sacudió el monte. El runauturunco, El Patón, el Gritón, diablillos, forzudos, ánimas, cazadores de leones, deambularon huérfanos en la neblina de la tristeza. Una vidala habrá explotado anoche en la salamanca, ahogando el canto en las copas de los duendes.

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