Juan Manuel Asis
Por Juan Manuel Asis 30 Abril 2015
Por estos días, los denominados punteros políticos o dirigentes de territorios reducidos a algunas manzanas cotizan en alza; especialmente en el peronismo, no porque haya que “tentarlos” para que jueguen tal o cual partida en favor o en contra de alguien, sino porque su olfato para hacer proyecciones electorales vale su peso en oro. Es que, en este tiempo de recambio institucional, o fin de ciclos, aquellos que cargan varios lustros sobre sus espaldas y que han atravesado diversas elecciones e historias internas de amores y de rupturas en el PJ, empiezan a otear el horizonte y a apostar fuerte por los que tienen más chances de llegar. Ojo, no por los que creen que van a llegar, sino por aquellos que van a llegar a ocupar espacios ejecutivos o legislativos en la próxima gestión. ¿Acaso ya lo saben? La antigüedad les da la experiencia suficiente como para señalar a los posibles ganadores y, por consiguiente, sumarse con sus pequeñas estructuras de poder vecinales, armadas y organizadas a base de un arduo trabajo territorial con la inestimable colaboración social del Estado para mantener esa adhesión militante. Algo así como decir: ¡Futuro ganador, aquí estamos!

Alguno que otro se puede equivocar en la elección del dirigente a apuntalar, pero en la mayoría el poder olfativo de estos dirigentes de segunda línea -indispensables en época de elecciones- es el de un verdadero sabueso político. Por eso es clave contar con este respaldo o bien, conocer qué piensan algunos de ellos sobre los que aspiran a candidatearse. Su opinión electoral puede tener más peso específico que una encuesta paga, ya que saben quién trabaja más, o menos, cómo y con qué recursos lo hace y qué capacidad de trabajo y de aceptación tiene en las denominadas bases barriales. Más vale que los políticos que busquen estos avales localizados por circuitos no se topen con la espalda de los punteros o pequeños líderes sectoriales porque significará que no les ven chances para los comicios de agosto. Eso, en este submundo de relaciones políticas, dirá mucho de lo qufre pueden esperar.

Un puntero político de la capital, de esos que cuentan con agrupaciones sociales distribuidas en diferentes circuitos -de entre 200, 300 y 400 personas-, puede hacer, hoy por hoy, un rápido ranking de posibilidades de candidatos a legisladores y a concejales. Está lista, armada a base de años de trabajo -de éxitos y fracasos electorales-, hace que estos dirigentes se conviertan en objetos de deseo. Alguno, quizás, hasta se pueda dar el gusto de decir que no a alguna sugerencia para trabajar con tal o cual referente político. Para eso sirven los fines de gestión, para no verse obligados a “tragarse algún sapo”, como en las elecciones intermedias, cuando aceptan las órdenes que les baja el conductor ocasional de acompañar a tal o cual “elegido”. También son meses en los que algunos se toman revancha de alguna mala cara o desplante cuando se acercó a que le tiendan la mano para llevar auxilio a sus “bases”. Así que, aspirantes a ocupar bancas en la Legislatura o en el Concejo Deliberante, más les vale que vengan haciendo un buen trabajo de armado y de solidaridad, o de acopio de dinero, para contar con fuerzas territoriales que les permitan soñar con alcanzar sus objetivos en la administración venidera.

Es decir, de una u otra forma, los denominados punteros se cotizan, por lo que influencian como cabezas de organizaciones circuitales, o por lo que piensan sobre tal o cual referente político. Todo tiene un valor por estas semanas; pero los discursos y las apelaciones el sentimentalismo ideológico no son suficientes para lograr fidelidades. El pragmatismo marca que las estructuras cuestan a la hora de mantenerlas. Por eso hay una suerte de “caza” de punteros, centralmente en la carpa alperovichista, donde la pelea es de todos contra todos, y a cara descubierta. Algunos miran con recelo este cruce de trincheras interno porque, precisamente, se reduce a la captación de dirigentes que pertenecen al mismo espacio político, no del ajeno. No se trata de atraer a referentes de otros sectores del pensamiento político o de grupos independientes, lo que implicaría que estarían sumando votos nuevos al proyecto oficialista, sino que la pelea es por atrapar a punteros de un grupo peronista para sumarlo a otro grupo peronista. Nada se gana, nada se pierde, sólo se transforma.

Los que están un poco más arriba y observan con detenimiento este fenómeno, cuestionan que no se sume y que no haya un esfuerzo para conseguir votos extraños. Las fronteras proselitistas no se amplían. Nadie se anima a enamorar al distinto, sino que apunta a no perder la quintita de los propios. Esto implica aferrarse a lo que se tiene porque se entiende que es suficiente para no perder lo ya abarcado. Una redistribución interna que no suma y que, como metodología, puede llegar a restar, porque deja heridos. Y a los heridos los recogen en carretilla los adversarios políticos.

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