¿Oyes el murmullo del arroyo?

¿Oyes el murmullo del arroyo?

Honoria Zelaya de Nader | Doctora en Letras

05 Octubre 2014
Cierto día, un monje zen visitó al maestro Gensha para saber dónde estaba la entrada al camino de la verdad. El maestro, le contestó:

- ¿Oyes el murmullo del arroyo? ¿Eres capaz de entender todo lo que dice?

- Sí, respondió el monje.

- Pues allí está la entrada, le dijo el maestro.

Enfrentados al relato precedente es válido preguntarnos si en esta era de las comunicaciones somos capaces (al margen de poder escuchar) de entender, definir, y comprender los “susurros” que ayudan a descubrir “la entrada”. Si nos convoca la necesidad de pensar, de ser libres merced a las llaves que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia Española.

Al mismo tiempo nos alerta que de las 90.000 palabras que conforman nuestra lengua, sólo 4.000 son usadas por los adultos y apenas 200, por la mayoría de jóvenes, según lo consigna el doctor Pedro Luis Barcia.

Ante tal realidad es lícito inferir que un grave peligro de desintegración lingüística está en ciernes. Oportuno es recordar a Pedro Salinas cuando, en su libro “El defensor”, advierte: “No habría ser humano completo, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de la lengua”. Claro está, que coincidir con lo que señala Salinas implica asumir la enorme responsabilidad de una sociedad que deja a sus miembros en estado de incultura lingüística. En consecuencia, como quien ve un combate decisivo en pos de la libertad humana, como quien se encuentra a diario con niños a los que les han cortado las alas, como quién ha sido desde muy pequeña iluminada por sus padres y maestros con el fascinante mundo de las palabras, seleccionar, a partir de aperturas semánticas, a partir de dimensiones trascendentes, a partir de austeridad fónica, a partir de antiguos linajes sólo tres palabras de tan vasto legado es una osada tarea, sin duda. Casi como la de seleccionar gotas de lluvia sobre campos atardecidos. No obstante rescato las palabras luz, paz y voz que, con tres caracteres, edifican mundos y posibilitan disfrutar “el murmullo del arroyo”. Aunque no se nos escapa que muchas veces son despojadas de sus inclinas esencias. Un ejemplo: ¡Qué cara está la luz! En fin, asumimos que hablar es poder oír. Y entender el arrullo de los arroyos es comprender, es construirse a sí mismo y construir el mundo. Sin embargo, sabemos también que, sin intentar ingresar al caudaloso y cantarino río de las palabras para rescatarlas y abrazarlas, será difícil hallar la “entrada”.

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